viernes, 31 de julio de 2009

El verdugo

Más que de despedidas, que a nadie le gustan salvo a los toreros que se hacen campañas de 30 corridas para retirarse y luego cada cinco años regresan y vuelven a hacer otra gira para despedirse en una farsa infinita, a mí lo que me duele son los despedidos.

Más allá de la visión empresarial que obliga a un jefe a tomar la decisión de decirle que sí a un subalterno, cada vez que he tenido que ser el conducto por el cual una persona se queda sin trabajo, realmente sufro.

Aunque el pesonaje en cuestión sea un huevón de siete suelas, un parásito sin remedio o un caradura consumado, explicarle a un tipo por qué no sirve me es tan complejo como entregar a un condenado a muerte al patíbulo.

Empiezas con un "tenemos que hablar", y de ambos lados del hilo se tensa la plática. "Pues mira, a lo largo del tiempo que llevas aquí han pasado muchas cosas...", y bueno de ahí brincas al compromiso, al cumplimiento de las expectativas, a la actitud, a que estás seguro que puede dar mucho más y que desafortunadamente la relación laboral tiene que darse por terminada.

Por lo general todo pasa en santa paz, pero eventualmente ves ojos llenos de lágrimas, miradas de "ahora qué voy a hacer", pero invariablemente yo me siento el verdugo que le cortó la cabeza a María Antonieta. Y es que en varias ocasiones me ha tocado cortar a personas que no se lo merecían, que hacían bien su trabajo, pero que los alcanzó el recorte, y me escucho como el clásico novio que malargumenta el rompimiento con el consabido "no eres tú, soy yo".

Otros, los que saben que ellos hicieron mucho para ser despedidos, por lo regular caen en el mea culpa y eso hace más llevadera mi labor de matador, solamente una vez, el corrido se me puso a la brinco y casi me pega y salió amenazando con que un día conocería al gran periodista que había dejado ir y me arepentiría. Ojalá, pero todavía no sé nada de ese portento de la comunicación, seguiré esperando.

jueves, 30 de julio de 2009

11:40 AM

En esta ocasión, me puse nostálgica. Es lógico, mi partida se acerca y siento como si la vida que viví hasta hace algunas semanas, la protagonista no fui yo, sino alguien más muy parecida a mí. Es una sensación de ver mi vida en paralelo, de verme fuera de mi cuerpo y percibir a alguien más que ha ayudado a tomar la decisión de mudarme a otro continente.

Nunca he sido buena para las despedidas; es un cliché porque en realidad nadie lo es. ¿A quién le gusta despedirse de alguien o algo que ama, que le causa bienestar en el corazón o siente un cariño entrañable? A nadie que yo sepa. Pero me dí cuenta que hasta hace poco tuve la verdadera experiencia de protagonizar una despedida. Y también caí en la cuenta de que uno puede despedirse de cosas y de gente. A continuación les compartiré dos despedidas que marcaron mi niñez y mi adultez.

En un viaje a Monterrey en coche, en un paradero en San Luis Potosí, nos bajamos a comer los participantes de esta procesión: mi mamá, mi tía, mi tío y una servidora de 9 años. En ese entonces, un viaje en coche a Monterrey eran más de 12 horas, por lo que ya teníamos nuestros lugares para hacer escalas. Esa tarde, yo lucía muy orgullosa una bolsa llena de cositas de Hello Kitty, My Melody, Little Twin Stars en donde guardaba desde una pequeña engrapadora, hasta una toalla para bañarme. Necia como siempre he sido, mi madre me sugirió no bajarme la dichosa bolsa, corría el riesgo de que se me perdiera, robaran, quemara, desapareciera o simplemente se me olvidara, a lo que yo hice caso omiso. Totally jinxed. Comimos nuestro club sandwich, fuimos al baño y nos fuimos. Calculando que íbamos a una velocidad de 100 km/hr y había pasado media hora, por lo que teníamos 50 kilómetros avanzados cuando yo grité como una loca y dije 'MIIIII BOLSAAAAAAAAAAAAARRRRGGGHHHHHHHHHH'. Mi mamita no frenó y muy tranquila me preguntó que cuál bolsa, ¿la que me había advertido no bajarme?. Yo, en pleno llanto y muy cerca de llegar al síncope cardíaco como en E.T. le dije que 'Siii-i-i-ii-i-iii, la de Jelouu Kityyyyy sniffffsnfifff'. Ella me dice 'Mi amor, no me voy a regresar, ya llevamos mucho camino recorrido. Despídete de tu bolsita. Ya le aprovechará más a una niña potosina'. Lloré hasta llegar a San Patricio. Aún no me repongo. Tenía un cepillito de dientes My Melody con una pastita hermosa y un carrete de hilo dental guardada en esa bolsa. Tuvieron que comprarme una pasta Freska-Ra y un cepillote PRO. No había hilo dental en Soriana.

Esa nostalgia tan peculiar que nos hace guardar servilletas, corchos, etiquetas, mapas y envolturas de chicle se debe a que le damos cierto valor a las cosas materiales debido a que nos condicionamos para recordar un momento que nos haya causado mucha alegría, placer o enojo. Es inconsciente. Por eso, al oler un determinado perfume, un platillo o escuchar cierta parte de una canción, nos remonta a ese momento tan especial que vivimos. Sea para bien o para mal.

Como segunda experiencia, en esta mudanza que estoy haciendo, entre mis cosas encontré una caja en donde estaban todos, TODOS, los condicionamientos posibles de mi viaje a Japón. En donde me enfrenté a una verdadera despedida y no pendejadas. Después de haber pasado 15 maravillosos días entre Tokyo, Kyoto, Nagoya y demás pueblecitos que me enseñó, llegó el momento de despedirme de Chris, mi anfitrión y novio temporal. Ese día muy temprano en la mañana se levantó para llevarme al mercado de Tsukiji. Me levanté muy desganada porque eran las 5:45 AM y no quería despertar porque sabía que después de unas horas, ya me regresaba a mi realidad defeña. Nos fuimos y no hablamos en el camino, que fueron unos 25 minutos de metro y unos 5 caminando. Ya llegando al mercado, Chris volvió a ser el de antes y andaba muy platicador diciéndome sobre la subasta del atún y del pescado Nemo y no sé qué tantas chingaderas más. Yo no lo oía. Si fuera adicta a la heroína, ese hubiera sido el momento ideal para ir al baño, aplicarme mi fix entre los dedos de los pies y desconectarme de la realidad. Pero como no lo soy, pues mejor me dí por completo a la comida y fuimos a desayunar sushi. Ya para cuando regresamos al hotel, lugar en donde él vivía, mi maleta tenía una etiqueta del hotel con la hora del shuttle a Narita: 11:40 AM. Todavía faltaba una hora para que me fuera y subimos a su cuarto. Recogí algunas cosas que me quedaban, guardé mi pasaporte, le avisé que le dejé dos huevitos cocidos milenarios en su refri para que se los comiera...mientras yo hacía esto, una nube inmensa de tristeza me invadió. Sentí que la vida me pesaba y que me iba a ser imposible llegar al elevador. Él estaba igual...pálido y sin mucho qué decir. Pero en ese momento de desolación absoluta, él se levantó y sacó unos 5 álbumes de fotos en donde salía de niño con su traje de tirolés en Regensburg, su tierra natal, hasta de DJ en Sudáfrica. No sabía cómo enseñarme todo lo que significaba algo para él; su hermano, sus padres, sus tíos...hasta que nos llamaron por teléfono para avisarnos que tenía que bajar para tomar el shuttle. Guardó sus álbumes, tomé mi bolsa, abrió la puerta y ví ante mí un pasillo lleno de angustia, dolor y tristeza.

Llegamos al lobby y dijimos cosas sin importancia. El camión hizo acto de presencia y mis piernas temblaban y yo le rogaba a mi cuerpo que no se me notara la ingravidez del despido. Bueno, pues...¿qué dices? ¿un llano y ordinario adiós? ¿un 'te espero en México'? ¿la verdad? ¿'Estoy enamorada y tenía miedo a decírtelo y no me quiero ir y quiero estar contigo para siempre'?. Opté por el ordinario adiós y muchas gracias por todo, me la pasé como nunca en mi vida. Nada más y nada menos. Nos abrazamos, nos besamos y me dijo 'be strong! we will see each other again'. No dije nada. Subí y me senté en un lugar que daba a la ventana, él me veía tan serio, de brazos cruzados y con la vena de la frente saltada. Yo le decía adiós moviendo mis dedos, sin mover la mano de lado a lado...sólo los dedos. Se arrancó el camión y su último gesto fue ver el suelo, levantar el ceño en señal de tristeza, dar media vuelta e irse. Yo volteé hacia el frente y no paré de llorar hasta México, 23 horas después.

Nunca una despedida había sido tan dura para mí. Nunca había sentido tal desolación. Nunca me habían faltado lágrimas para llorar. Nunca me había querido quedar en mi cama y no salir de ese capullo...en resumen, era evidente, nunca me había despedido, todas las demás ocasiones habían sido un hasta luego.

Sí, fue una gran experiencia. Sí, es un recuerdo que nadie va a poder borrarme. Sí, puede ser que me encuentre a otra persona que me llene igual. Sí, ya pasó y a otra cosa. Sí, voy a tener más despedidas. Sí, sí, sí a todo lo que me pudieran decir para reconfortarme. Ha pasado un año y sigo llorando al recordar ese momento. He hecho de todo y sin medida (citando al Príncipe de la canción) para no llorar cada vez que me acuerdo.

Chris y yo nos hemos mantenido en contacto. En breve lo voy a ver y como hasta ahora, dejaré que las cosas tomen su curso. Pero esa....ya será otra historia. Ciertamente decir adiós es un arte el cual nunca dominaré.

miércoles, 29 de julio de 2009

El amor nos separará


Las despedidas súbitas en el mundo del rock han sido tan usuales como los solos de guitarra. Pareciera que sin ellas, la obra no está completa, no sabe igual, no huele igual y no es igual.

En 1978, no había misterio más grande en el Macclesfield sucio y desolador que la voz de ultratumba, pero emotiva, de Ian Curtis, un flacucho joven que vivía en perpetuo estado de angustia, a veces sin motivo aparente.

De ojos traslúcidos y mirada punzante, Curtis componía en su mente fumando cigarrillos de bajo costo y mirando el techo de su habitación. Su banda Warsaw era una promesa riesgosa, un sueño en demasía difícil hasta entonces y, podría decirse incluso, una alucinación nutrida con gritos y sonidos sucios sin un halo de exquisitez (hoy los fans de médula desean aquellas antiguas y rugosas sesiones de grabación).

El cambio medular llegó con el cambio de nombre. Warsaw mutó en Joy Division luego de que Curtis, cada vez más preso de un mundo cojo y desesperante, fue hechizado por las líneas de un libro en el que se hablaba de las prisioneras forzadas a prostituirse en los campos de concentración. Dolor y más dolor, imágenes ambiguas de un cuarteto que se mantuvo en pie gracias al fruto de trabajos temporales, y a una discográfica naciente y tolerante (hoy un mito) denominada Factory. En pocos meses y sin valerse de singles promocionales, el Joy Division de Ian Curtis estaba en la cresta de una ola llamada After Punk.

Si a sus tres compañeros el éxito les pareció deslumbrante, a Ian la vida le cobró pronto y sin piedad. La epilepsia, mal contra el que entonces pocos remedios existían, lo fulminó en los meses siguientes. Varios conciertos fueron detenidos tardíamente porque nadie sabía si Curtis bailaba con su habitual violencia sobre el escenario o si es que era ya presa del monstruo eléctrico que convertía sus ojos transparentes en señales mudas de auxilio. 

A la par, una infidelidad y un divorcio inminente lo colocaron en la posición ideal de los rock stars que se subliman con la interrupción del todo. Pero al menos hubo despedida. 

El sábado 17 de mayo de 1980, en la víspera de la primera gran gira de Joy Division por Estados Unidos, Curtis escribió a solas en casa una carta a su esposa Deborah. Pidió perdón y también absolución. Después se fue a la pequeña sala de estar, prendió el televisor y se quedó dormido, mientras el filme Stroszek, una tragicomedia de su director favorito, Werner Herzog, corría plácidamente.

En algún momento del domingo, se levantó del sillón y se colgó de una viga en la cocineta antes de cumplir 24 años. Cuando lo encontraron, sonaba en su tocadiscos el álbum The Idiot, de su amado Iggy Pop.

Hace unos meses tuve la oportunidad de entrevistar a Peter Hook, bajista y cofundador de Joy Division, en su versión de adulto arrugado y nostálgico. En algún momento, subrayó la "frialdad" con la que su amigo se quitó la vida hace casi 30 años. 

En otro momento, y ya más calmado, admitió que Ian había intentado despedirse un millar de veces, pero que nadie le había entendido. Y todas esas llamadas de auxilio estaban justamente en las letras. Me pidió revisar "Atmosphere", "Isolation", "Transmission", "The Eternal", "Disorder" y, especialmente, la insuperable "Love Will Tear Us Apart".

Ciertamente... todo está ahí.

lunes, 27 de julio de 2009

Arsenio y Genoveva

Genoveva: Bueno chiquito, nos vemos mañana...
Arsenio: Sí bebé, claro que sí, te mando tres besitos chiquititos...

G: Ok, baiiii... ¡Oye, oye! Espérate, no cuelgues...
A: ¿Qué pasó cosita?
G: ¿Por qué chiquititos?
A: Ay nenita, pues... nada más...
G: Es que, ¿cómo chiquititos? A mí no me gustan los besos chiquititos...
A: Aaaay bebé, fue un decir nada más, fue como de cariño...
G: Pero es que chiquititos está chafaaaa, mándame besotes grandototes...
A: Ok, cosa, te mando dos besos grandototes.
G: ¿Dos nada más?
A: Bueno, tres.
G: Ay sí, nomás porque te dije.
A: ¡Pero antes te había mandado tres besos!
G: ¡Pero eran chiquititos!
A: ¡Da lo mismo mujer!
G: Ay, da lo mismo para ti osito, para mí no.
A: Bomboncito, no te enojes conmigo.
G: ¿Cómo no me voy a enojar contigo flaco, si ahora hasta me inventas apodoooos? Ya ni siquiera me dices como me gusta...
A: ¿No te gusta que te diga bomboncito?
G: No...
A: ¿Entonces?
G: Ay, tú sabes...
A: ¿Muñequita?
G: NO.
A: ¿Azuquitar?
G: Tampoco.
A: ¿Meloncito en almíbar?
G: Menos...
A: ¿Gatita de angora?
G: Arsenio no inventes, ¿cómo que gata de angora?, ¿qué me crees? Seguro así le decías a la otra zorra con la que salías, ¿verdad?
A: ¿Cuál otra zorra? ¿Rosalba?
G: ¿Rosalba? ¿Esa quién es? Yo decía de Viviana...
A: Por eso, Viviana, vaya...
G: Ah, ahora resulta que me confundes con cualquiera.
A: Vevita, ya nena, por favor.
G: Es que...
A: Ya chiquita, mira, perdóname y mañana te hago chipi-chipi donde te gusta...
G: ¿Donde más me gusta?
A: Ajá...
G: Bueno, pero... ¿más tiempo que la otra vez?
A: Sí.
G: Ok... ¿me quieres?
A: Claro, mi amor
G: ¿Mucho?
A: De aquí al cielo.
G: Ok, está bien, te creo... Nos vemos mañana.
A: Sí nenita, adiós...
G: Adiós...
A: ...
G: ...
A: ...
G: ¿Sigues ahí?
A: No...
G: Ay, tontitooo...
A: Pues tuuuuú.
G: Cuelga ya...
A: No, cuelga tú...
G: No, tú primero...
A: No, ¿por qué yo? Tú...
G: Bueno, los dos...
A: Ok.
G: Una, dos...
A: ...
G: ...
A: ...
G: ¡Tramposo!
A: ¡Tramposita tú!
G: Ay, ya osito, cuelga...
A: Ok, ya, voy a colgar...
G: Ok...
A: Bueno, bye muñequita.
G: Oye...
A: ¿Qué?
G: Pero antes mándame tres besitos chiquitititos...

viernes, 24 de julio de 2009

¿A qué huele el olvido?

Estoy a cuatro horas del avión que me llevará 20 días de vacaciones y tengo esa extraña pero recurrente sensación de que olvido algo. Evidentemente no sé qué es pero tengo miedo de externar mi alarma del olvido a Cyn, Ari y Darío, porque no quiero causar una histeria colectiva.
 
En una hora estaremos saliendo hacia el aeropuerto y mi maleta sigue abierta y aunque reviso mi ajuar consistente en unas chanclas, tres shorts, un traje de baño, tres pares de calcetas, tres calzones y tres playeras y una gorra, nomás no doy con el olvido que provoca un tip, tip, tip en mi cerebro.
 
A lo mejor solamente es que no puedo quitarme de la mente que ya una vez estaba formado en la fila para documentar en British Airways rumbo a la fastuosa y fantasmal Londres, cuando me di cuenta que no traía el pasaporte. Mi excusa para aquella ocasión fue que era 12 de septiembre, justo un día después de que Bush y Osama jugaran a los avioncitos chocones en el WTC.
 
Iba fruncido de miedo, sentía que una vez que el avión cruzara por el Golfo de Terranova, Glen Tipton se levantaría de su lugar, se aventaría un discurso reivindicador del Islam y nos llevaría a destruir el Madison Square Garden. Digo Glen Tipton, porque todo Judas Priest venía conmigo en el vuelo, hartos de esperar el despegue del vuelo que debía elevarse a las 10 de la noche y que gracias a que nos fuimos después a las 00:30 horas, Cyn alcanzó a ir y venir a la casa para traerme el pasaporte que olvidé.
 
Soy un fan de Judas y los requintos de K.K. Downing y el mismo Tipton me hicieron y me siguen haciendo alucinar, pero una vez a bordo del Boeing 767, aluciné pero con el olor que despedían los pies de mis héroes, que estaban sentados justo en la fila trasera de donde yo estaba.
 
Downing, Tipton y el baterista Ian Hill tuvieron a bien despojarse de sus botas de piel muy a tono con su calidad de dioses del NWOBHM (New Wave of British Heavy Metal) y la pesadez de sus instrumentos me hicieron padecer los riffs de peste más metaleros de toda mi vida.
 
No podía iniciar una reyerta contra Judas Priest, sería un sacrílego, así que estoico aguanté el aroma, que se combinaba con la pobre joven mamá que junto a mí cambiaba el pañal a su bebé de un año, de eso que ya comen carne y que su caquita ya es como de humano.
 
Más que British Airways parecía que iba en un chimeco, pero donde la puerca torció el rabo, fue cuand Tipton subió los pies sobre los descansabrazos de mi asiento. No señor, podrá usted ser un "Metal God" pero eso no lo permito, y con el dolor de mi corazón a cinco horas de Londres le metó un codazo para librarme de su extremidad.
 
Con todo, al llegar a la capital de Inglaterra, mientras bajábamos, pude chulear hipócritamente el pésimo disco Demolition que acababan de editar sin Rob Halford y los tres fundadores de Judas me sonrieron con el gusto de ver un fan entre decenas de indolentes viajeros, por lo que el codazo quedó olvidado.
 
Lo que sigue olvidado es mi olvido de ahorita, y ante la prisa, porque queda media hora para salir al aeropuerto, yo creo que mejor no les digo que siento que algo olvido, a ver que nos depara el vuelo.

miércoles, 22 de julio de 2009

Pura aristocracia

Cierto. La gente que me conoce sabe que peco de honesta, de directa y no tengo reparo alguno en decir qué mal te ves el día de hoy o qué perdedor tienes por novi@. A veces, la gente no lo toma a bien, sobre todo si es nuestro "primer encuentro". Para mí, decir o no decir nunca ha sido un gran dilema. Pero en esa ocasión, sí lo fue.

Hace algunos años tuve un encuentro de lo más insólito en la ciudad más singular per se: Nueva York. No es por intrigar, pero la conozco como a la palma de mi mano y sé perfectamente en dónde quedan desde los mejores hot cakes estilo Mississippi, pasando por el mejor lugar para jazz underground, hasta la peor comida vietnamita. Esta última hazaña la descubrí por este encontronazo que me puso por primera vez en esta disyuntiva, huelga decir que fue mi primera cita después de muchos años, por lo que mi actitud era no sólo de ansiedad, sino de que todo saliera perfecto, tal como yo me la había imaginado gracias a la influencia del cine norteamericano.

Conocí a Steve en un evento de la revista en donde trabajaba. Él vivía en Nueva York, pero era originario de Philadelphia. Intercambiamos tarjetas, guiños y nuestras respectivas id's de messenger. Recuerdo haberlo visto guapetón y con un detalle que me pareció peculiar: traía un suéter de cuello de tortuga en pleno mayo. Pensé que, como en NY hace mucho viento en esa época, pues se quedó con la maña. No tomé en cuenta este detalle, yo era nueva en esto. Craso error.

Pues después de un mes de chatear ávidamente sobre qué comida me gusta más, qué espero de una relación, quién me ha hecho sufrir hasta la ignominia, y qué detesto en un hombre, quedamos en vernos en el aristocrático Waldorf Astoria (no queríamos ser molestados, él vivía con un roomate) un jueves en la noche para pasar el fin de semana juntos, para más detalle, en el Bull and Bear, el bar de este hotel de lo más simpático porque tiene arriba de la barra, los cierres y demás del NASDAQ, S&P's y demás mafufadas de Wall Street. Yo, me había arreglado como si mi date fuera Jude Law. Llego al bar con mi vestidito de tirantes Nanette Lepore y veo a lo lejos...UN CUELLO DE TORTUGA y una manita haciendo aspavientos, ¡aquí estoy!. OK, no tengo fobia a esta modalidad de suéteres, pero ya para entonces estábamos a 30° a las 9 de la noche con una humedad del 76%. Mmmm....un loco por el cashmere, namás eso me faltaba.

Steve fue muy decente y hasta chistoso. Se aventó un chiste sobre asiáticos, externó su opinión sobre la guerra de los Balcanes, comentó sobre las Torres Gemelas y su teoría de la hermandad entre árabes y judíos y el compló que maquinaron vs. George Bush...todo esto mientras yo, atónita, quería ver debajo de su cuello de tortuga. Nada, no se veía nada raro. Terminamos de cenar y nos fuimos a un, digamos, lounge-bar-disco llamado Lot 61. Pedimos Cosmos y Dry martinis y Manhattans y chelas. Ya después de este arsenal me dice 'Oye, voy al baño, creo que hace algo de calor y me siento fuera de lugar con esto! jajaja'. ¡POR FIN! ¡¡At last!! De pura emoción pedí otra Heineken y cuando le estaba dando el primer sorbo, Steve aparece sin el suéter. La peda se me bajó. Yo sé que piensan que puedo ser picky, que me voy a los extremos. Pero entiendan, nunca había salido con alguien que tuviera como un moco de guajolote por manzana de Adán. No sé si era un defecto congénito o si era porque eran varias verrugas que juntas, constituían una larga hilera que colgaba a manera de moco o si era una gran cicatriz de un asalto y él tenía cicatrización queloide. NO LO SÉ. Pero, era demasiado, too much para mí.

Bailamos un poco y cuando estaba en su apogeo el claqueteo, argumenté que me sentía malita y que lo mejor era irnos al hotel. Esto me sirvió para lo siguiente: nos fuimos y pude fingir una gran guacareada para no pasar al acto sucio. Bueno, pues mientras él ronacaba en la cama contigua, yo no pude dormir porque no sabía cómo decirle que le agradecía todo, pero pues el moco era superior a mis fuerzas. No quería herir sus sentimientos, pero tampoco me iba a sacrificar por la causa. Dieron las 8 am y yo no había pegado el ojo. Yaaawwwnnn...se despierta y me hago la dormida. Entra al baño. Entro en histeria. Llega el desayuno que pidió del baño. Sale bañadito y siento un gran respiro. 'Good morning!! Ready for me baby?'. What the fuckkkk!!! Of course not!! Le respondo que claro que sí, pero primero necesito bañarme y arreglarme, te importa esperarme en el lobby?. Él dice, no, claro que no. Por primera vez en la vida tardo 20 minutos en bañarme y arreglarme. Mientras bajaba por el elevador pensaba 'Ya sé, ahora que estemos en el Met mientras vemos los sarcófagos egipcios, le diré que siento que me ahogo y que no puedo ahora NI divertirme. Si, eso haré'.

No pude. Literalmente no lo pude hacer. Tenía unas grandes ojeras, me comía las uñas, me sentía pésimo...ni con la exposición de Chanel pude distraerme. Salimos del museo y le dije, 'Steve, creo que es importante que hablemos'. Su cara se transformó. Era una mezcla entre odio y 'ya lo sabía chingadamadre'. Y me dijo, 'Está bien, pero vamos a comer primero'. OK. Fuimos a un lugar entre el East Village y Chinatown que tuvimos que bajar 100 escalones para llegar al restaurante. Era comida vietnamita. Fue la venganza perfecta, lo admito. Se ofreció a pedir mi platillo, no me pude negar. Comimos unos entremeses de carne de serpiente y me comentó que este lugar era muy 'underground' porque tenían hasta carne de tortuga. Llegó nuestro plato fuerte y me dieron una especie de caldo con como chamberete y unas hojas varias de lima kaffir, cebollas y cebollín que fue lo que pude distinguir. Fue una pesadilla. Estoy segura que era perro y como perro no come perro, pues lo hice a un lado y me comí unas cebollas hervidas que estaban dentro del caldo.

Después de este banquete, no dudé ni un momento en decirle que me sentía como Tutankamón, que gracias por una maravillosa noche de copas y que no podíamos ser mas que amigos porque era muy distinto a mí. No se preocupen, no se fue triste ni cabizbajo, se fue diciendo que las mujeres estábamos locas, que cómo era posible que yo pensara que no quiero estar con alguien como él y que de lo que me había perdido en la cama.

En efecto, me perdí una noche de cama king size porque las subsecuentes pedí cambio de cuarto y me pusieron en uno con vista a Park Avenue y en una cama enooooorme para mí sola. Desde entonces, no me aguanto más de 15 minutos en decir las cosas, ya sea para bien o para mal. Nunca más he pensado 'ayy pobrecitooo', ni tampoco '¡pero es muy buena gente!'. Por eso, es mejor decirlo a aguantarse comer hasta perro.

La caja


Punto 1 a considerar: ando con Ana, una chica del Asturiano con quien sólo empecé una relación hace 2 meses por tener pareja a mis casi 16 años. Mucho, muchísimo tiempo antes de que a uno le coja la crisis de los 50 y busque debilitar sus efectos comprando un deportivo color amarillo, en esta etapa adolescente a uno le ilusiona más bien andar en pares "bonitos". Así que los ojitos verdes de ella y su cabello castaño matchean, según yo, con mi facha chapopote adolescente. Por eso, y sólo por eso, andamos.

Punto 2: Si bien empezamos el 18 de marzo de este año (1994) nuestro noviazgo a estas alturas (casi tres meses) se apaga. Digo, para ser mi segunda novia, ya estuvo. La pasamos bien, es linda, me quiere con la poca intensidad que merece el caso y ya está, me siento listo para terminar. Espero sólo el momento para platicarlo con ella. No hay dilema entre decirle o no decirle.

Punto 3: Metallica sacará pronto a la venta una majestuosa caja con 2 compactos y 2 videos, todo en concierto, titulada Live Shit: Binge & Purge. Sí, muero por dicho tesoro, pero a esta edad un total de 990 pesos es como tener que pedir un aventón a Marte.

Punto 4: Justo antes de ir a "cortar" a Ana, me entero por una de sus amigas que mi todavía novia planea regalarme la caja de Metallica. Más allá de la brutal emoción, yo me pregunto... ¡qué fregados tiene de extraordinario nuestro noviazgo pepino a esta edad como para que ella se luzca de tal modo! Ahora sí que como dirían los mividos: "¡No la merezco!". Ella pensando en un súper regalo y yo pensando en unas súper tijeras sentimentales.

Punto 5: Mi amigo David, versión 16 años y con greñita que no le termina de cuadrar bien con sus orejas de soplillo y su flequillo decolorado, la hace de diablito y me aconseja continuar por conveniencia. On the other hand, la angelita Paola me dice... que la verdad ante todo. No me culpen por dudar. Los varones nos nutrimos en la infancia con carritos y muñecos de Star Wars. ¿Qué vamos a saber del manejo de muñecas de verdad cuando acabamos de clausurar la época del Nintendo?

Punto 6: Pronuncio las palabras que dan título al tema de esta semana en el Korova y las repito 60 veces.

Punto 7: Opto por la opción de la verdad ante todo, o sea: ¡Muero por tener la caja de Metallica!, así que Anita y yo salimos como tórtolos por las próximas dos semanas, hasta el día en que me deja en el Tec mi sorpresota cuidadosamente envuelta. "Noooooooo, ¿te cae que me la compraste?", dice mi cinismo. "Sí, pero quería que fuera una gran sorpresa", responde su entusiasmo. No me queda más que mandar mi mejor abrazo sobre su cuerpo y rematar con un buen beso, de esos tipo Andrés García y Sonia Infante en la arena. Pero... ¿y luego? No olvidar que llevamos un lazo de movernos en círculos concéntricos, sin llegar a conocernos a médula.

Punto 8: La dejo en su casa, llego a la mía y me aviento como 4 horas de intensísimo metal. Vaya joyas que hay dentro de esta caja. ¡Y gratis!

Punto 9: He de dejar pasar al menos otras dos semanas lanzando flechas contra el tiempo, y todo, con la finalidad de que no me vea chacal. Ya no es si le digo o no, sino el "cómo".

Punto 10: Estoy listo, he de hablar con Ana, decirle que sigamos como los buenos cuates que siempre hemos sido y que... PAUSA. Me llama justo por teléfono y, ahogada en un mar de lágrimas, me dice que su papá ha decidido que se van a San Antonio por cuestiones laborales.

Punto final: Ana me cita en un café, me dice que me quiere, que se va porque se la llevan y remata agradeciendo los momentos lindos. Lo que me parte es la frase final, misma que muchos años después mantengo en la memoria como homenaje a la gente entrañable y buena: "Lo mejor de todo es que a nosotros no nos afectaron las locuras propias de la adolescencia".

No tengo duda. Hay quienes merecen felicidad perpetua.

lunes, 20 de julio de 2009

Por eso...

Decirlo implica el dolor que conlleva la verdad, que siempre, invariablemente, traerá consigo un cambio de curso no siempre agradable. No decirlo implica el dolor de seguir manejando una realidad que no te gusta, y está claro que no te gusta, porque de lo contrario, no estarías en un dilema.

Decirlo es bueno porque te quitas la incógnita. No decirlo es bueno porque te sigues prenzando de una ilusión que, real o ficticia, es una ilusión y ésa nadie te la quita.

Decirlo es malo porque es incómodo, y nadie quiere sentirse incómodo cuando todo un teatro está armado alrededor de las condiciones. No decirlo es malo porque es traicionarse, mentirse y engañarse a sí mismo.

Elegir siempre "decirlo" te hace de piedra a la 'n' ocasión, porque después de una, dos, tres respuestas de cada una de las posibles, ya sabes qué te depara y te curtes, fulminas el miedo que nos hace débiles. Elegir siempre "no decirlo" te hace de piedra, porque significa bloquear tus sentimientos y volverte una esponja del otro.

Decirlo es más fácil, porque reduces la angustia a su mínima expresión. No decirlo es más fácil, porque le compras a la angustia la vida eterna.

Decirlo es para los valientes que no temen el rechazo, y que por esa valentía se podrán ganar, de vez en cuando, una aceptación. No decirlo es para los valientes llenos de paciencia, que aguantan estoicos una situación hasta que ésta caiga por su propio peso.

Decirlo es la opción, si no te importa la verdad. No decirlo es la opción, porque te importa la verdad.

Por eso, lo mejor lo mejor es decirlo... sin decirlo. Ya si el otro no le pesca, pues muy su bronca.

viernes, 17 de julio de 2009

¡Al paredón!




Mi cabello es una extraña mezcla entre cerdas de cepillo barato para fregar pisos, el mar embravecido de la película "La tormenta perfecta" y un campo de futbol de la unidad habitacional CTM Culhuacán.

Es un cepillo porque es grueso, de un color pardo, impeinable, si lo cortas demasiado se eriza como púas de puerco espín. Es lacio como ninguno, jamás he sabido lo que es el ondulado natural de un rizo.

Es como el mar en la tormenta porque tengo dos malditos remolinos, uno en cada extremo de la coronilla, como si fueran la corriente de dos excusados, uno girando normal y otro como si fuera de baño japonés, haciéndolo en sentido contrario. Obviamente dichos maremotos hacen que mis pelos se paren como a Manolín.

Y es un campo de futbol de la unidad habitacional CTM Culhuacán, porque un trabajo que tenía me provocó tal calma espiritual y confort, que se me comenzó a caer a pedazos en zonas poco comunes como en medio del copete y la nuca, en lo que el dermatólogo calificó como alopecia nerviosa por estrés. Parezco perro con sarna.

Por eso y muchas cosas más, diría el insigne Luis Aguilé, sólo he tenido un peluquero en toda mi vida. El mismo durante casi 40 años. Él permite que con todo y lo horrendo de mi mata, sea yo, yo como quiero verme, como siento que soy congruente con mi apariencia.

Fernando es un afable señor como de unos 68 años, pero aparenta 50. Delgadísimo, correctísimo, un verdadero mago de la tijera. Él le comenzó a cortar el pelo a mi papá hace 45 años en un local que está en Vertiz frente al Parque de los Venados. Cuando nació mi hermano ahí fue su primer corte, y cuando nací yo, por lo consiguiente, pasé por la navaja y el peine del buen Fer.

Se ha cambiado tres veces de local y lo seguimos como groupies. Ahora mis dos hijos son también sus clientecitos. Su peluquería reúne lo mejor de los dos mundos del estilismo. Antes los aparatosos y robustos sillones, con una tripa de piel a un lado para sacarle filo a la navaja, ahora minimalistas sillas. Antes un caramelo blanco, azul y rojo girando en la puerta, ahora sólo el nombre "Estética Fernando" pintado en la pared del establecimiento. Antes y ahora revistas miles desde GQ hasta TV Notas, el Esto y el Universal en una mesita de la sala de espera con dos sillones. Siempre corte por cita concertada vía telefónica, además ya es una tradición que a los jóvenes y niños les dé un vaso de coca (antes coquita en botella mini, la clásica), y a los adultos, con la debida discreción una cubita o un jaibol y la respectiva edición gringa del Playboy para relajarte mientras te meten tijera. Si te apetece está la ñora que hace los manicures y también te pueden dar tu rasurada con toallas calientes.

Amén de las comodidades, la charla sobre la familia, sobre la ex esposa que le robó en el divorcio la última peluquería con todo y la agenda de clientes, pero que se le apestó la mala onda porque sus fieles lo localizamos donde esté o nos quedamos greñudos para la eternidad. Yo soy su marchante porque es el único peluquero en el mundo que logra que mis mechas rebeldes y disparejas puedan acomodarse por lo menos de manera decente.

Mi devoción a mi Fígaro vitalicio me impidó ver que la mano derecha, con la que agarra con maestría la tijera, está semi paralizada y sólo mueve dos dedos, con los que abre y cierra las hojas del instrumento. Si no me lo dice Cyn el día que peluqueó por primera vez a Ari no me doy cuenta: para mí es perfecto, pero un día le fallé y me fallé a mí mismo.

Resulta que en un viaje a San Diego, tenía unos 12 añitos y mi tía Elsa pasaba por su etapa de "ahora seré estilista". Luego de un mes de resistirme, me convenció de cortarme "las greñas porque ya parecía hippie" y me sentó en la sala de su casa con una sábana enrollada y sujetada con un alfilersote para pañales en el cuello, y empezó su ritual. Una vez sentado no capté sus oscuras intenciones, y lo que parecía el lavado previo al corte, terminó en base. El horrible olor del químico que enchina el pelo me lo advirtió, pero era demasiado tarde, la persuasión de mi tía con las consabidas mentiras piadosas de que se quitaba rápido y que se veía muy "natural" fueron mucho para mi tierna edad y terminé como el hijo castaño de Cachirulo.

Me odié, me traicioné, me abandoné. Tuve ganas de mandarme al paredón, me sentía mi propio Guajardo, el peor de los Himmlers, el maestro de Judas. No era yo (¿me pueden imaginar con 12 años con el ondulado de Lionel Ritchie?). Ameritaba un juicio sumario, aplicación de la ley fuga, y lo peor ¿cómo iba a ir así a la secundaria? Sería el hazmerreír, la burla y los apodos me caerían como sapos del cielo.

Ante tal desacato, lo primero y mejor que pude hacer al regresar a México fue ir con mi peluquero a pedir la redención. Cuando me vio, movió la cabeza de un lado para otro lleno de decepción, dolido, pero con la tijera en la derecha y el peine negro en la izquierda tomó las puntas de la capa, la extendió en un capotazo hacia el sillón y con ese movimiento me invitó a reparar el daño cortando los infames rulos, hasta dejarme un aspecto casi del "yo" que era antes de la base.

Desde entonces no lo he vuelto a traicionar ni me he vuelto a traicionar, ni lo haré. Ahora que si un día me ven con el cabello a la cintura, ni me pregunten seguramente será porque Fer ha muerto o su mano paralizada no funciona más, pero no lo vuelvo y no me vuelvo a traicionar, lo juro.

jueves, 16 de julio de 2009

Del altar a la tumba

"Olivia, tomas por esposo a Juan Carlos, para honrarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe?", "¡Sí, acepto!". 6 de mayo del 2000. Es la fecha exacta en la que me traicioné como lo hizo Victoriano Huerta a Emiliano Zapata.

A diferencia de otras niñas en la primaria, nunca soñé con caminar vestida de blanco por el pasillo de una larga iglesia, ni bailar 'nuestra canción', ni ser la anfitriona perfecta, ni ser obediente. Nunca me llamó la atención. Tampoco pensaba que era una perdedera de dinero y de hígado sino hasta después, ya casada. El casamiento no ocupaba mi mente. Lo ocupaba, como han podido ver, la cachondez de George Michael, la pendejez de E.T., los rascacielos, el cielo, el mar, los perros, Nueva York, Epcot y Reino Aventura. Nunca un vestido de novia, ni un tocado.

Llegaron mis 'sweet sixteen' y también Juan Carlos. Todo iba perfecto, hablábamos de vivir en unión libre y no había ningún tipo de atadura social, pensábamos que el matrimonio era una idea burguesa...hasta que entramos a la universidad. Mis amigas de la UP tenían por novios estereotipos sociales: guapos, caballerosos, buenas chambas, sin pasado, con un Taurus y de traje Acquascutum. Predecibles hasta decir basta. Y también, hipócritas. Pero eso no lo iba a saber con 18 años. Esa dizque seguridad que les proporcionaban a mis amigas me impresionó.

Yo era la que más llevaba de novia con alguien y me comenzaron a cuestionar cúando me iba a casar. Ahí comenzó a fraguarse la traición...porque ya comencé a pensar en la boda, el pastel, el banquete, la luna de miel...todas esas cosas que yo NUNCA antes me había preguntado. Para joderla más, mis amigas se empiezan a casar...una tras otra, caían como moscas con Raid. A los 20 ya había ido a bodas en el DF, en Monterrey, en Cuernavaca, en Acapulco, en Can Cún, en Chilapa. Por todos lados me bombardeaban...y yo era joven e imberbe y terminé cediendo. Al diablo los libertinajes, ¡Quiero boda!

Y si, hubo gran boda, con 200 invitados, con luna de miel y con vestido beige. Olivia la liberal, la independiente, la autónoma, la de ideas propias murió balaceada por la Olivia dependiente de atavismos sociales, de ideas sin fundamento, prejuiciosa y del montón. Ojo: así es mi muy particular visión del matrimonio, no digo que sea bueno o malo, simplemente es lo que yo opino.

Cinco años fue una lucha constante entre las dos Olivias. Eso me llevó al divorcio, que con todo y mis ideas progresistas, ha sido la fase más dolorosa por la que he pasado...tanto así que no se la deseo ni a George W. Bush.

Muy tarde para saber qué hubiera pasado si....(aquí entran mil probables hechos). Sí, no estaba muy segura de lo que creía. Sí, no tenía muy claro mi lugar en el mundo. Sí, me dejé influenciar por 'N' razones. Si, aprendí, eso no está a discusión.

El punto, el tema a tratar es la traición y sí, no hay duda, soy culpable. Mi sentencia fueron 5 años en el exilio siberiano, sin derecho a libertad condicional. Ahora que llevo 4 años liberada, les puedo decir que el aire que respiro, los amigos que tengo, la comida que como, las relaciones que tengo, el vodka tonic que bebo no tienen ese dejo de culpabilidad. Ya no estoy cometiendo alta traición.

miércoles, 15 de julio de 2009

¿Azulcrema chundo?


Es 13 de junio de 2004. Estadio de CU. Es la Final jamás deseada, o lo que es lo mismo, el nado en aguas tóxicas: Pumas vs. Chivas.

Soy americanista, pero también el encargado de la fuente de Pumas para el periódico en el cual laboro. Estamos en el juego de vuelta y hay algo más de 60,000 asistentes en este lugar al mediodía dominical. Para acabar con guarros y nacos de una buena vez, sería ideal tirar una bomba aquí. Lo que para mí es "no deseado" se conjunta en estos 22 changos, con todo y sus mentados directores técnicos.

Si bien el partido inicia con una completa indiferencia de mi parte, lo profesional me indica que debo analizar cada detalle de la guerra entre naquetes y najayotes en territorio comanche. Nomás de ver el pumita en el pecho y las rayitas rojas y blancas en sus rivales, me dan ganas de guacarear. Pero la chamba es la chamba.

Transcurren los minutos y el 0-0 permanece. Aunque lo único que se acumula es tensión, yo empiezo a experimentar ese extraño olor a "gigantismo" que, por cierto, detesto. Me explico: odio a quienes, siendo pequeñitos, se creen grandes. En este caso, aplica para los felinos. Equipo chico que se escuda en su afición para afirmar que es "grande". Eso empieza a calar en particular conforme avanza todo y llegamos a los tiempos extra.

Y aquí viene el instante que podría definir como el más lamentable en mi vida: Rafa Medina, un imberbe güerito de ojo paliducho del Guadalajara, manda un potente disparo y Sergio Bernal, portero bastante feo de los gatetes, detiene la pelotita dramáticamente a centímetros del gol que hubiese devastado a la hinchada azul y oro.

Sí, lo digo hoy y no lo repetiré jamás, su atajada me ha resultado "incómoda". Por ende, he deseado el gol de Chivas. Por ende, soy americanista, pero mi odio hacia los enanos que quieren crecer es, al menos hoy, predominante.

El árbitro pita y nos vamos a penales. Aquí confirmo de nuevo mi pecado: quiero que el zapote de Oswaldo Sánchez (se cree el "Potrillo" del futbol) detenga algún disparo de Pumas. Aclaro, en mí no vive el deseo de que gane Chivas, pero sí el ansia de ver sufrir a los locales.

Al final, el mismo imberbe güerito del que hablaba (Rafa Medina) es quien la cajetea big time en el momento justo, en el penal más importante. Sí, manda la pelotica directito al Eje 10 y con ello Pumas se corona.

¿Resultado? Escribo la crónica del título #4 en la historia de Pumas, misma que ha de colgar de la pared de mi casa por los próximos años. Todo a petición de mi mujer, una puma de corazón que, hasta eso, no me cae tan mal, con todo y que eso me haga arriesgarme a que una noche, estando yo roncando y babeando bien sabroso, se volteé y me dé un botellazo estilo "rebel".

Sí, soy americanista, pero esa tarde fui más bien... un inconsistente mamador.

Inphi escribió esto bajo los influjos de "Parklife", de Blur.

lunes, 13 de julio de 2009

Los griegos no tenían celular

Por alguna razón, la gran mayoría del alumnado de la carrera de Comunicación en la Ibero entra con la necesidad de sentirse "intelectual". Y como en los primeros semestres ese concepto es muy incierto (también en los siguientes y en los últimos), uno trata de construir una imagen mediante lo que Dios le da a entender.

Aplicadito en las previas etapas escolares, yo sabía que no podía salirme del perfil... pero nada más. El resto era perfectamente nebuloso: cómo vestirme, cómo hablar, cómo caminar, cómo ligar. Para todo había dudas y experimentos. Eso sí: por alguna razón, yo asumía que un intelectual tenía que rechazar la tecnología y apelar a lo artesanal antes que nada. A la carta antes que al mail. Al molcajete antes que a la licuadora. Al revelado antes que al pixel.

Y por eso mismo, yo decidía no tener celular.

No me pregunten por qué demonios relacionaba esa decisión con una identidad que realmente se forjaba con muchas otras cosas. A principios de la década, traer celular respondía a una necesidad utilitaria más que de status o pertenencia. Claro, tenerlo no era tan común como ahora, pero el mercado de la portabilidad todavía no era explotado. Estamos hablando de una época en la que nos sorprendía un ringtone de la rola de Rocky, pasado por bluetooth. En ese entonces, el bluetooth era casi casi magia negra.

Así, yo sólo cargaba celular cuando "salía de noche". Mi jefa me prestaba un tamaño tabicón operado por Iusacell que prendía y apagaba únicamente para decir "má, ya llegué". O "má, ya es la una y media, ya voy para allá". Pero era por obligación. Por convicción, me negaba a adquirir un dispositivo móvil que profanara ese espíritu filosófico que yo quería forjar poniendo atención a las clases donde me enseñaban el pensamiento griego. ¡Eso sí que era intelectual! ¿Tecnología? ¿Quién la necesita? Los griegos no tenían celular.

Llegó segundo semestre y yo mantuve mi postura. Hasta que un día mi hermano HMI renovó su plan y le dieron un nuevo equipo. Por lo tanto, su diminuto Samsung con tapita quedaba desempleado. ¿Por qué no te lo quedas? Naaa, no gracias, ya sabes que yo no uso celular. Cabróooon, úsalo, no tiene nada de malo. Este... no no. Ah ya gueee. Mmmmñññrrr...

Y ahí comencé a usar celular. Primero le ponía una tarjeta de 100 pesos al mes. Pero descubrí los adictivos mensajitos y pronto tuve que duplicar la cuota. Algo de encanto tenía portar una aparatejo que de repente sonara con la música de Rocky, o bien, como un teléfono antiguo. Y que tú te apartaras de la mesa para "tomar la llamada".

Después comencé a sentir un ansia culpable por el momento en que mi hermano renovara de nuez su contrato para que me pasara su "nuevo" teléfono. Así sucedió otro par de años hasta que usó Nextel. Se acabaron las renovaciones (para él y para mí). Entonces... tuve que...

Comprar un celular.

Aaaah, eso sí. Yo, intelectual de la Ibero de cuarto semestre, no podía irme con el consumismo barato para adquirir el más fancy de los celulares. "No lo necesitaba". A mí me bastaba el más básico. Un Samsung planito, blanco con azul, que no tenía la menor gracias. Sí, ése. Iba conmigo. Yo, el intelectual, con un celular de los basiquitos.

Por ahí de quinto semestre, metí la materia "Comunicación y Tecnología", con Gaby Warkentin, quien en su primera cátedra derrumbó todos los mitos que yo me había empeñado en construir durante dos años. Se arrancó con la premisa de que todos suponíamos que la tecnología y sus derivados como los robots, computadoras y los maléficos celulares eran inhumanos. Cierto, muy cierto, ¿no? Nos aislan, nos corrompen, nos transforman.

A partir de ahí comenzó a tejer una serie de silogismos brutales, que abatieron todas mis estructuras "intelectuales". Una tras otra, tras otra. La culminación de esa clase fue letal. Algo así como "si el hombre se ha dedicado durante toda su existencia a construir la tecnología, entonces al revés. No hay cosa más humana... que la tecnología".

Pum.

Corte a siete años después. Un servidor ha pasado del Samsung chafín, a la Palm con Unefon, al Sony Ericsson cotorrón, al Sony Ericsson de la Bratz, al Sony Ericsson que perdí en una peda... a la Blackberry.

Ahora checo resultados en ESPN desde mi cel, y tuiteo sin parar minuto a minuto desde las bodas. He traicionado por completo al yo que entró a la universidad. Sí, ¿y qué?

Soy inmensamente feliz.

jueves, 9 de julio de 2009

La prepa no sirve de nada




El día que su papá le prohibió estudiar más allá de la secundaria Kiko decidió que iba a vivir la vida que le diera la gana.

Don Samuel no hizo la prepa, pero como encontró un trabajo en Pemex desde muy joven y con eso "sacó adelante" a sus seis hijos, tuvo la ocurrencia de que ninguno de ellos necesitaba más instrucción.

Al buen Temo, el benjamín, le dio lo mismo, porque su debilidad visual y la sobreprotección de su madre le daban excusa para no buscar nada, literalmente, delante de su nariz.

Filemón, el mayor de los varones de la familia Ranza, nació con oído musical así que cuando desertó del primero de secundaria porque el maestro no entendió su maqueta del cuerpo humano, su madre se limitó a consecuentarlo y apoyarlo en las clases de piano que daba líricamente.

Las "muchachas", nada agraciadas, fueron inscritas en la academia de comercio para ser secretarias, ánimas que así conseguirían ligarse a un jefe licenciado o cucarachón de tribunal. Amparo, contrariada como viuda sin herencia, alguna vez se le puso al tiro a don Samuel, cuando mudó a toda la familia, obviamente sin preguntarles, a la inhóspita y desértica Torreón. "Papá si nos vamos del DF, ¡nunca nos vamos a casar!", a lo que lapidario y sin parpadear tras los espejuelos tipo Fidel Velázquez con tanto aumento que los ojos se ven chiquititos y con cierto ahumado que le daban un aire siniestro, dijo: "Ustedes no se van a casar ni aquí ni en Torreón, así que nos vamos".

Vero y Lucrecia, gemelas de alma y lonja, no se inmutaban ante el áspero don Samuel y parecía que con su sonrisa de teclas de piano en la boca del Gato Silvestre, escondieron perfectamente sus intenciones de fugarse al alimón con un par de traileros en la primera oportunidad que tuvieron para despojarse del yugo paternal.

Fueron vistas como las ovejas negras, desterradas del apellido y muertas para don Samuel desde ese momento. Doña Clemen, la mamá, las lloró un rato, pero era mayor su miedo y devoción por el osco Samuel y asumió el deceso de las gemelas convencida o queriendo estarlo.
El viejo, para intimidar o para ahogarse, solía comer tremendos platos de arroz rojo, acompañados por varios caballitos de tequila, mientras que sus retoños malcompartían huevos revueltos y otras comidas menores, ya que tras el medio kilo de cereal con agave, el progenitor se empujaba un costillar o medio pollo, porque "él era el hombre de la casa".

Luego de estos ejemplos de lo que era la paternidad de este hombre que presumía de sabio y se aventaba en la hora de la comida cápsulas informativas al estilo de Agustín Barrios Gómez, no me extrañó que Kiko se inventara la vida día a día, porque en su mente una esquizofrenia arma lo que quiere vivir, ya lo que pasa en realidad es un engorroso trámite que hay que sortear mientras es quien quiere ser.

Muchas veces es difícil seguirle el paso a su mundo paralelo. En la secundaria él ya era jugador suplente del América y desde una tribuna del Estadio Azteca un aficionado le gritó, "Ranzaaaa, y una botella de caguama cruzó su rostro", por ello le vimos una cortada que más bien parecía el daño provocado por un rastrillo viejo, de esos que parecen uñas.

La forma tan vívida en que lo contaba y su gran don de gente nos impedía contradecirlo y pedirle pruebas de su odisea, y aunque así hubiera sido, era inútil, jamás reconoció que fueran fantasías, es más, cada vez que lo cuenta la historia se retuerce y trastoca y ahora es un Clásico no en juego de reservas donde fue atacado por los hinchas.

Luego de que han pasado décadas desde que nos conocimos, ahora asegura ser ingeniero industrial, graduado, en ocasiones de la UNAM y otras de la UAM, cuando en Torreón casi podría jurar que no existen planteles para estudiar esa carrera, mucho menos cuando su escolaridad sólo llega a la secundaria, y si lo sabremos nosotros, que lo invitábamos a jugar ping pong a la Prepa 6 y que luego no lo hemos perdido de vista más de un año seguido, hasta llegar a sus ahora 43 años.

No creo que don Samuel no los quisiera, pero dicen que tanto quiere el cuervo a sus hijos hasta que les saca los ojos. Ahora que el viejo ya murió, Kiko sigue gozando de los placeres de la mitomanía, pero yo nunca olvidaré el único día en el que lo vi hablar con la verdad.

Fue un domingo cuando su padre les advirtió a los tres varones que no salieran a jugar con nosotros porque podría llover y no quería que mojaran sus, ya de por sí, escasas ropas. En franca rebeldía salieron y jugaron como si su vida dependiera de ello y se enfangaron hasta tontamente. Los acompañamos a su casas para tratar de ser un salvoconducto que les evitara pasar por la hebilla del cincho. A don Samuel no le importó y los ajustició en nuestra cara. Ya nos íbamos cuando Kiko nos alcanzó, apenas con una lágrima en la mejilla derecha y lleno de coraje, dejando entreabierta la puerta del departamento vomitó con ardor: “yo creo que mi Papá es puto, se crió entre puras mujeres y nos odia a los hombres, por eso nos trata así”. “Kiko, no digas eso, no te vaya a oír”, le dijo Paco, pero más envalentonado replicó, “es puto, seguro”.

El castigo de un mes encerrado y la cachetiza nunca fueron tema de conversación entre nosotros, y así como Kiko, todos sus amigos esperábamos que eso hubiera sido una más de sus mentiras, de sus historias imposibles, pero no, desafortunadamente todo esto es verdad.

Nueva Secretaría


Pues bien, como novedad, yo no odio a mi padre. Tampoco lo quiero ni lo admiro y mucho menos lo venero. ¿Por qué? Porque no lo conozco, soy casi de probeta. Felipe tuvo el mal tino de morirse cuando mi madre tenía 6 meses de embarazo de una servidora. No es para tirarse al drama porque viendo los padres que les tocaron a mis amigos, pues me ha ido excelente. Mi madre hizo un gran trabajo de padre. Hay excepciones, claro está. Pero en su mayoría los han atacado psicológicamente, con un cinturón, con el cordón de la plancha o con un objeto punzocortante. Debido a su mala actuación como padres hay caminando por la calle una cantidad inimaginable de posibles sociópatas, psicópatas, histéricos y demás personas con anomalías mentales. Todo porque el padre ha reprobado su función como tal. Es lógico, no se nace con los conocimientos de un buen pater familia. Esto hace que los chamacos sean el retrato de los 'Hijos de Sánchez' en cualquier entorno, sea en Suecia o en Guatemala y repitan el esquema una y otra vez.

¿Cómo solucionar semejante problema? Hay quien afirma que para poder conducir un coche es necesario tener licencia y para conseguirla hay que pasar un examen. En ese tenor, pues se debería de pasar por un proceso parecido -examen, licencia y toda la faramalla- para llegar a un estado tan importante y tan serio como es la paternidad. Por lo que propongo la creación de una nueva Secretaría: La H. Secretaría de la Paternidad. Se podría crear el de la Maternidad también, pero ese es un tema que nos ocupará más adelante.

Esta Secretaría sería la encargada de formular los exámenes y gestionar las licencias. Ellos harían el papeleo, aplicarían los exámenes y resolverían si la gente es capaz o no de ser padre a través de expertos sociólogos, psiquiatras, psicólogos y demás peritos conductuales, y bueno, vendrían las mordidas, los inspectores, las formas B2RGR765/A1, pero es un esfuerzo que bien valdría la pena. "Señor Celestino, lamentamos informarle que su examen psicométrico nos ha arrojado una tendencia a ser un fracasado conformista y con tendencias escatológicas. Esto nos impide proporcionarle la licencia'. Caso resuelto. Siempre existirá el necio romántico que quiera tener hijos a como dé lugar después de que le han dado un dictamen negativo siendo su C.I. de 98 y se lance a algún país lejano como Myanmar a tener hijos. Ese ya no sería nuestro problema, sería de los birmanos.

Ahora, para aquéllos que sí les otorguen la tan codiciada licencia, se les someterán a cursos que tratarán temas sobre la dignidad, genética, nutrición y lingüística. Sobre dignidad y lingüística, nada de hablar como idiotas. Las cosas como son. No es 'pechocho', es precioso. No es 'Pepe pitocho', es pene. Luego se sorprenden que en el Congreso hablen mal. Se le enseñará al padre lo último en cuanto a genética para que dejen de decirle al niño que los bebés vienen de París y los trae la cigüeña. Otro tema de dignidad será el no vestir a su hijo con ropas que nadie en sus cabales se pondría. De lo contrario, los niños seguirán hasta sus 40's con gorritos de marinero, jumpers de color azul claro y vestidos con cerezas. En nutrición basta con que se les dé lo mismo que a los bebés para que comprendan el malestar que les causa esa comida insípida y grumosa. Desde ese momento les darán unos huevos en salsa bechamel de desayuno.

¿Ven como siempre hay solución para todo? Si esto se le hubiera ocurrido al 'think tank' del Gobierno, nos habríamos evitado millones de decepciones y decesos. No hubiéramos tenido a ninguna 'Mataviejitas' rondando por las calles en busca de ancianitas inocentes, ni tampoco a ningún Goyo Cárdenas matando prostitutas a diestra y siniestra. Aunque, tendríamos que considerar la falta de genios por falta de golpes y sobajadas por parte de los padres. No más Sylvia Plath, no más David Helfgott, no más Michael Jackson. Nos quedaría la tarea de crear de la nada, sin sufrimiento. Porque, ¿eso es lo que queremos no? Ya no sufrir y encontrar la belleza por y en sí misma. Ah...no cabe duda, el hombre es el lobo del hombre. Así es que si van a ser padres, recuerden que por más que piensen que están haciendo un hombre de bien, si sale un haragán, bueno para nada, desobligado y patán, letrista, escritor consumado, borrachales, inteligente, tonto, músico obsesivo, poeta desgraciado...ustedes serán los de la culpa. Y si alguien de la oficina de Gobierno me quiere contactar...ya sabe mis datos.

miércoles, 8 de julio de 2009

Uno de cada 100 mil


Habituado a leer desde niño a Rafael Alberti y a Buero Vallejo, y a refugiarse pronto en la penumbra de Blake y Baudelaire, podría decirse que Enrique Ortiz de Landázuri se forjó como músico irregular durante varios años hasta que, un buen día, se convirtió simplemente en Bunbury. Y como tal, escribió en 1989 las siguientes líneas:

"No hace mucho que leí tu carta y sin fuerzas para contestar,
mil pedazos al viento nos separarán.
Pondré casa en un país lejano para olvidar
ese miedo hacia ti,
este miedo hacia ti".

Este fragmento pertenece a "La carta", uno de los indispensables del catálogo de Héroes del Silencio, mismo que yo usaba como corte "de amor y desamor" para dedicarla a las susodichas (quienes fuesen). A todos nos pasa. Escuchamos algo y creemos que ciertas letras nos quedan a la medida, nos reflejan y nos provocan desahogo en voz de otros.

Lo que entonces ignoré es que tal desahogo no correspondía a la pérdida de una mujer. Más bien, Bunbury se dirigió con tal severidad a su padre, a quien detestaba.

El que Quique llegara a casa a los 10 años con una batería por la que había pagado 5000 pesetas representaba una anomalía insultante a la tradición del patriarca, quien se oponía tajantemente a las tocadas en un gimnasio de karate y le exigía al nene estudiar hasta titularse como médico. "En el oficio de músico, triunfa una de cada 100 mil personas, y ese uno, créeme, no serás tú". La frase le ofendía a Enrique, mas no le amputaba la aspiración. En todo caso, cada palabra hacía que el distanciamiento adquiriera velocidad propia.

Según Pep Blay, poco antes de dejarse de hablar durante años, el atormentado padre de Bunbury estudió el libro biográfico de David Bowie (ídolo de Bunbury) con la esperanza de comprender las motivaciones "demoniacas" de su hijo y para asegurarse de que no existía influencia de "maricones excéntricos" en la elección de esta profesión que él siempre relacionó son sexo desmedido y con adicciones.

En 2007, Héroes del Silencio celebró 20 años de carrera con dos conciertos multitudinarios en el Foro Sol de la Ciudad de México, congregando a 62 mil asistentes por noche, según cifras del staff del inmueble. "La carta" fue el cuarto tema de cada recital.

¿Habrá sido casualidad que en aquellas noches Bunbury se alzara como el gran triunfador entre esas más de 100 mil personas? De ser así, el cálculo de su padre sobre la posibilidad de ser exitoso en el oficio de músico... resultó cierto.

Inphi escribió esto bajo los influjos de "La carta" (versión acústica), de Héroes del Silencio. Gracias a Chanfle II por regalarme aquel libro.

lunes, 6 de julio de 2009

Mucho peor

Odio.

Vaya concepto tan radical. La verdad, dudo que lo haya sentido así, como tal, en lo que va de mi vida. He detestado a la gente, me han hartado, me han cagado, he maldicho miles de veces, pero odiado odiado así odiado... creo que no.

En primaria, envidiaba al galancito que iba un año arriba de mí. Porque todas las chiquitirris lo deseaban y babeaban en sus Pepsilindros con el simple hecho de que les dedicara dos palabritas de su preciado tiempo. En sexto de primaria, él escuchaba su Nirvana, mientras yo a Ray Coniff por la anarquía de mi mamá en el coche. Él tuvo una novia argentina a los 12, y yo era marranito come-pizzas viendo partidos de basquetbol hasta altas horas de la noche. Sí, lo envidiaba.

En secundaria, sentí harto rencor por aquel monigote de sexto de prepa que me bajó a mi novia mientras yo iba en segundo. Pinche chango más mamón y más payaso, tuvo el colmillo suficiente como para llevársela en su Chevy (uy, su Chevy), y darle sus besotes y el placer que ps... yo no había descubierto, vaya. Hoy seguramente es un "Gutierritos" enclaustrado en un recóndito archivo de una empresa dedicada al armado de cajas para Huevo "El Campeón". Pero en aquella época, sí, lo aborrecía.

En preparatoria, me zurraba un cabrón que me aplicaba el terror psicológico de tener 398 amigos del Simón Bolívar cuando yo me negaba a pasarle las respuestas de literatura y materias conurbadas. Varias veces le presté varo para sacar su Chevy (uy, su Chevy) del estacionamiento, con la promesa de que me daría aventón a mi casa, cuando al final sólo "me acercaba" (sí, al Estadio Azul, bien cerquitas, pfff). Creo haberlo visto un día en el Worka. Sí, pero de valet parking. Estoy casi seguro. Pobre, porque vivía de sus pretensiones. Pero en aquellos días, sí, lo detestaba.

Durante universidad, me peleé en incontables ocasiones con mi abuelo. Un tipo encantador, pero con un lado B bien cabrón, agresivo e hiriente. Me sacaba de mis casillas con sus mentadas, con sus nimias inquisiciones, con su desquicio nomás porque sí. El pique llegó a tal grado que opté por mudarme de la casa, y sólo así pude sobrellevar la relación en sus últimos días de su vida. Lo extraño un chorro, pero me irritaba a lo grande.

A mi papá... vaya, a mí papá no lo odio. Creo que no hay razones para odiarlo. Nomás me es completamente indiferente.

Y eso, la neta, creo que es mucho peor.

viernes, 3 de julio de 2009

Timbiriche político






Para quien me conozca, sobrará decir que Timbiriche me provoca lo mismo que el aceite de ricino, por eso no lo consumo. Es más, al ver la etiqueta de esta entrada con el nombre del este "grupo" tan cerca de mi ceja derecha, ya me dio comezón. El problema aquí, es que es el tema de la semana y ya los cuatro korovos que me antecedieron han sobado el asunto con agudeza, sensibilidad, crítica y lubricidad. De hecho Chanfle habló de la "Generación Timbiriche", de la cual ya hice gustoso escarnio hace un par de años en mi blog con referencia a mi amigo el Floc, cuyo gusto musical fue orientado y educado en la cola de las tortillas. Ni modo de escribir lo mismo otra vez o darle copy-paste a la antigua entrada, sería un fraude para los korovos, mucho menos hacer mi versión de lo mismo que había escrito Mike, na, mejor le pienso.

Luego Inphi se aventó a redactar sobre la insigne y lustrosa Bibi y me quemó mi segunda idea, que era contar la anécdota de cómo no la conocí por incrédulo y ladino. No podía escibir más de Bibi, pero en el comentario que puse en la entrada de Luis narré mi triste historia .

"Tons", como dice mi estimado Tolo, tratando de encontrar algo que decir de Timbiriche no encontraba nada agradable y como me enseñaron de chiquito que si no tienes nada agradable que decir de alguien mejor no digas nada, apliqué la clásica chamarra mental de trasladar el timbirichismo al ámbito político. Ustedes disculparán el debraye injustificado y exasperante, pero es muy difícil tratar de teclear algo sobresalilente, luego de que cuatro masters lo han hecho antes, así que sin más gasto de mis huellas digitales en el teclado y sin exagerar en el perjuicio a sus retinas, prosigo.

El chiste es el siguiente: a cada personaje de "La Banda" (ajá) le corresponderá el simil con un representante de la polaca y tendrá su respectiva justificación del porqué de esa asignación. Va.

Benny es Juan Camilo Mouriño: Porque se suponía que era el bueno, el guapo, el talentoso y ahora es sólo un muerto del que ya nadie se acuerda.

¿Cómo se llama el marido de Andrea Legarreta? Ah, ya Erik es Andrés Manuel López Obrador. Muy gritoncito, muy rebeldón según él, se suponía que sí era de verdad (un músico) y ahora no es más que un mantenido, que come de hacer nada y que de vez en cuando se aparece para vivir del pasado.

Diego es Jorge Kahwagi. Dizque guapo, dizque listo, dizque mujeriego, la verdad es que es un junior con poder, sin talento y que un día terminará tocando de puerta en puerta revisando la blancura de los calzones de la gente (uupps, creo que eso ya pasó).

Sasha es Santiago Creel. Quesque bonita, quesque dulce, quesque símbolo sexual, quesque de buena familia, naaaaaaa, a la mera hora perdió todo el estilo, nos mostró que de talento no tiene nada, y a menos de que un amigo poderoso (Bosé o Calderón) la inviten a salir del anonimato, nomás no tiene brillo propio.

Alix es Agustín Carstens. No sólo por ser la cebocita del grupo, sino por pesada, cáemebien y antipopular. El ser hermana de Michel Bauer, presidente del América, la hace todavía más insufrible.

Mariana es Vicente Fox. Por falsa. Se suponía que era hermana de Silvia Garza y terminó siendo su hija. Parecía tan de fiar y resultó una fichita.

Paulina es Marcelo Ebrard. Es bastante exhibicionista y se ve que de mal genio, pero es la única que hizo algo sin necesidad de vestirse de overol amarillo. Su trabajo se ve aunque a muchos no nos guste, pero se ve.

Thalía es Felipe Calderón. Un mero objeto decorativo, pero muy caro.

Y ya le paro porque los ex timbirichos son más que los desaparecidos del vuelo de Air France, y lo que es peor más anónimos que los pobres muertitos. Una disculpa a los políticos referidos, nunca serán tan graves sus faltas y robos como compararlos con esta escoria musical, pero mi cabeza no dio para más.

jueves, 2 de julio de 2009

La habitación del pánico ó 10+


Tenía un amigo llamado Carlos Cazarín que sus ídolos eran Timbiriche. En su cuarto tenía pósters de cuando eran chiquitos, medianos, adolescentes y viciosos. No me desagradaban, al contrario, los bailaba en las fiestecillas pedorronas y dedicaba 'Tú y yo somos uno mismo' o componía mi propia versión como ésta: 'Con todos menos con Titoooo'. Si. Me sé la gran mayoría de sus rolas. He de apuntar que no en vano porque me han salvado de la vergüenza pública en bodas, bautizos, primeras comuniones, etc.

Volviendo a mi amiguito Carlos, con él fui a mi primer conciertillo de Timbiriche en el News. No me quejo, me la pasé rebien y me regalaron unos cassettes que después mi ex me los robó, que a su vez el hermano le robó. Carlos pudo sobornar a Nacho, el de la cadena, para que le diera unos 10 pósters de Timbiriche. Uno de ellos en donde recuerdo muy bien a Paulina pintarrajeada como una prostituta, con boca roja y ojos de mapache, mi amigo lo puso en su cabecera. Como de Santo para idolatrar, hagan de cuenta. Horrorizada, le dije que ya era too much, que no se veía ni el apagador de la luz. No le importó e hizo de su cuarto un pinnwald de Timbiriche. Del terror. Ya desde entonces, yo tenía gustos para la música muy extraños para ser mujer...mientras las demás lloraban con 'Máscaras' yo lo hacía con 'Cascade' de Siouxsie and the Banshees. Siempre hubo algo que me importara más que Timbiriche, cuando iba a 'Zorba' (tienda de discos) prefería un kct de 'The Power Station' o de 'The Clash'...por eso paso a la siguiente sub-sección:

LAS 10 COSAS QUE ME IMPORTAN MÁS QUE TIMBIRICHE (ahora y siempre)
  1. Cómo pintar a una mujer en vestido de coctél en 5 pasos
  2. Cómo funcionan los frenos de rotor
  3. Escoger un buen cuchillo de caza
  4. Aprender clave Morse
  5. Todo sobre el Bugatti Veyron
  6. Los 33 coches bautizados con nombres de animales
  7. ¿Es el jitomate una fruta o un vegetal?
  8. El consumo per capita de chocolate en Islandia
  9. Cómo jugar criquet
  10. Las diferencias entre el Tae-Kwon-Do, el Judo y el Ai-Ki-Do
¿Alguien tiene más cosas que le importen más que Timbiriche? Por cierto, esta idea es original de Chanfle II, quien muy amablemente me ayudó a darle forma a esta entrada de este, tan difícil tema. Vielen Dank!

miércoles, 1 de julio de 2009

Bibi


Yo estaba acostumbrado a ver a las chicas Timbiriche muy normalitas, muy maquilladitas, muy delgaditas, muy tontitas y muy metiditas en su fresez y en sus flecotes ochenteros, cuando de pronto.... ¡ouuuhhh yeah! Que llega súbitamente a la alineación doña Bibi Gaytán.

Fabricada en Tapachula (nada tapada, pero sí muy chula) lo primero que percibí es que ella estaba completamente fuera del molde. No sé en qué pensaba entonces Luis de Llano, pero la nueva adquisición me resultaba el metro y 56 centímetros mejor aprovechado en la historia de la banda.

Paulina, Sasha, Mariana, Thalía, Alix, Edith, Silvia... podría mencionar a la totalidad las nenorras que desfilaron por Timbiriche, ya sea envueltas en el famoso payasito azul y amarillo o en los mallones atrapagrasas de aquellos ayeres sin estética. Pero Bibi, solamente Bibi, se paró frente a los televisores mexicanos (des)vestida con top de cuero, shorts a media nalga, tacones altos y... (oh sí) en ciertos shows hasta una boina de capitán de los altos mares. Una completa outsider.

Sí, enseñaba boobie y se esforzaba por sacar pompa casi hasta romperse la espina dorsal, pero... whatta fuck? Si Mariana bobita le caía mejor a las mujeres con todo y su voz de pito, o si Alix era linda y alegre por ser gordita, entonces podíamos hablar de una simple y contundente conclusión: en-vi-dia (trisílaba). Bibi era la "gatota" y las demás eran decentes, por decir lo menos.

Pero así como el clásico clan femenil juzga siempre a la buenota, tachándola de gata, la tribu masculina, la rescata y la condecora. Expongo esta pregunta: ¿Por qué a todas las mujeres les cae bien Pedrito Fernández si a fin de cuentas es un nacote que en la de "Yo no fui" sale dando una vuelta meneando las nalgas de la forma más rascuache del mundo? ¿Gato?, claro. ¿Corriente? También. Ahhh no, pero es que es Pedrito Fernández, el "mivido" gracioso y bonachón desde 1981; él sí puede. Por Dios... ¡ni que fuera islandés!

Timbiriche fue una de las pocas bandas en las cuales atestigüé cómo las mujeres eran o querían ser una integrante específica del grupo. Me tocaron muy pocas Marianas, casi ninguna Alix, varias Paulinas y Thalías, una que otra Edith y un manantial de "Sashas". Pero fans de Bibi... ninguna.

Lo que sí escuché (y mucho) fueron frases masculinas de antojo por la chiapaneca. A mí, en particular, me gustaba cuando me ponía como estufa al cantar "Como te diré". Video con bikini verde limón que era el tema equivalente a "Besos de Ceniza" para Mariana, "Cuestión de tiempo" para Alix o "Acelerar" para Paulina.

Y hoy, para todas las que la tacharon de encueratriz corriente y "vulgar" (les encanta esta palabrita), pido se den una vuelta por las fotos actuales, en las que Bibi acompaña a su marido, el macho mamador de Capetillo. Sí, este mostachón sombrerudo la refinó, la bañó, la peinó, le depiló la ceja, la pulió, la enceró y terminó llevándose a la más guapa de las ex Timbiriche.

Facciones finas, cuerpo cuya máquina sigue aceitadita a los 50 mil kilómetros, boobies a la medida y boca hermosa. Lo único que se extraña en esta amazona es la boina de capitán kinky.

Ohh sí... te veneramos Bibi-rón (así decía el Dueño de la Fábrica).

Inphi escribió esto bajo los influjos de "Soy un desastre", de Timbiriche, y con la ayuda de Kariniux y Verito.