lunes, 25 de mayo de 2009

El Duelo por La Ley (Entrega 8: ¿EN QUÉ MOMENTO PERDIMOS A ESTA BANDA?")



Todos aplaudimos porque era imposible resistirse con la tonadita especialmente pegajosa. Se volvió tan famoso como gritar "¡qué poca madre!" en esa pinche canción ochentera que me caga, o en el "u-o-u-u-oh" de Timbiriche. Nomás por el puro gusto de unirse a la manada, y de sentirse en ese video tan lujurioso que hicieron a mediados de los 90.

La Ley llevaba ya un rato de ser un grupo respetable en la escena latina, con una propuesta definida, pero con el Invisible (1995) se volaron la barda. Como prototipo de los emos, Beto Cuevas se convirtió en una sensación entre las chicas que lo deseaban y cabroncitos que querían parecerse a él para ligarse a las chicas que lo deseaban. La batería sonaba poderosa, y todas las canciones del álbum traían toques electronicones que le daban un aire futurista muy auténtico.

El Invisible de La Ley fue de los discos cuyas letras me aprendí de principio a fin. Más allá de ese gran sencillo que fue El Duelo, estuvieron rolas como Día Cero, Cielo Market, El Rey, Deuxieme Fois y la canción que da título al blog de mi hermano Inphi: The Corridor.

"No intenten enseñarme quién me quiso y a quién debo amar". "Bésame y bésame hasta sentirte animal". "Los rumores de mil amores son sólo una mentira que se vende bien"...

Cosas así te manejaban. Pero algo pasó, no sé exactamente qué. La Ley se empezó a vender feo feo FEO. Dejó de componer canciones y empezó a fabricarlas. Yo no sé qué chingada mosca les picó pero empezaron a cantar como para Siempre en Domingo...

A-quí.
Tengo el presentimiento
Quea-quí.

No no mams. Y luego...

Fuerademiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii....

Chngdmdreee. Y...

Mentiraaa. Mi vida. Calamidad que me domina. Mentiraaaaa, escondidaaaaaaaaa (o noséqué).

Puta madre. Los perdimos.

La Ley es una de las perdidas musicales más dolorosas de mi vida, sobre todo por el significado del Invisible en aquellos días de secundaria. Ahora Beto Cuevas se la pasa de actorcillo de reparto en películas mexicanas, y su disco de solista está moderadamente intrascendente. Sin embargo, no le miento la madre. Simple y sencillo: guardo un minuto de silencio. Les comparto un poco de El Duelo por La Ley.

Ya no curan los placebos (Entrega 8: "¿EN QUE MOMENTO PERDIMOS A ESTA BANDA?")


Brian Molko era uno de esos músicos inconformes. Era.

Al hacer el primer álbum de Placebo (homónimo, 1996), el tipo era una vieja desaliñada. Al hacer el segundo ("Without You I'm Nothing", 1998) era una zorrita ligeramente estética. Pero seguía siendo anormal, y de eso vivía la magia negra de esta banda compuesta por un guitarrista homosexual, un vocalista bisexual y un baterista heterosexual.

Placebo cumplía con su objetivo y curaba, sin esencia alguna, a los vagabundos musicales en el final de una década que carecía de un diagnóstico preciso. Todo se valía y todos buscaban rehabilitarse con el sonido que los acercara más a un momento falsamente acogedor. De ahí que el nombre de Placebo fuera tan poderoso y oportuno. Era música sin música, pero curaba.

Por ahí de 1999, coloqué un wallpaper azul con el afeminado rostro de Molko en la laptop que llevaba a la universidad y recuerdo que en una de esas siestas en las que el monitor se pone a roncar, un amigo se acercó y me dijo: “Qué guapa está la vieja que tienes en el protector”.

Eso sucedió mucho antes de que Molko cambiase de look y mucho antes de que se volviera menos femenino (sin que esto implique que haya llegado a parecer hombre). Mucho antes.

El cambio de estilista y de lipstick coincidió con la plena metamorfosis de Placebo. El mercado negro del corazón dejó de traficar, los pasos del hombre sobre las paredes se tambalearon y la banda se volvió una modita jodida. La medicina tradicional volvió y el engaño de las píldoras que curan con vacío dejó de tener ese efecto deseado. El threesome que se encumbraba en el escenario... se volvió sexo habitual y plano.

En algún momento, quizá en el inicio de esta década, Molko tomó una decisión y optó por ser hombre. Se cortó el cabello, alejó a la mujer que se maquillaba en sus mejillas y dejó de enchinarse las pestañas. Empezó a usar camisas, dejó la ambigüedad y lanzó los discos "Sleeping With Ghosts" y "Meds".

Entre tantas mutaciones, se esfumó Placebo.

O al menos... sus efectos curativos.

lunes, 18 de mayo de 2009

Nos hablamos (Entrega 7: TACO DE LENGUA)

Pinche gente. He aquí la garantía inconfundible de que con quien conversas no tiene la mínima intención ni ganas de volver a hablar contigo en el futuro próximo: "Nos hablamos"...

¿Por qué la gente tiene que acabar conversaciones con esa frase? ¿No es mejor omitirla? Por qué no mejor dicen 'Cuídate', 'Me dio gusto verte', 'Que te vaya bien', o ya de perdida la infalible 'Me saludas a tu ____' (pongan aquí el nombre de un conocido del conocido al que también les da hueva hablarle, pero al menos tienes la cortesía de recordarle).

Cuando alguien contesta "Nos hablamos" a una pregunta como ¿cuándo nos vemos de nuevo? o ¿cuándo armamos la chesta?, afrontémoslo, significa 'Me da pena decirte que me diste la peor de las huevas, me resultas totalmente intrascendente y como no se me ocurre nada concreto, bueno o halagador que decirte, mejor te digo... nos hablamos'.

Y es doblemente pedorro cuando te lo suelta una chica. Tú acá, con toda la intención de dar un paso más en la escalada al cielo: "¿Qué psó reinita, cuándo nos volvemos a ver?". Este... sí, ps nos hablamos. O sea, cómprate un bosque y piérdete, fucker.

La gente se ahorraría muchos problemas si cerrara el hocico en el momento oportuno en vez de seguir hablando nomás por hablar. "Nos hablamos" es la autoobligación a no ser ojete con el otro, porque "no se vaya a sentir".

¿Ah sí? Pues noticias para los noshablamistas: quedan peor con esa chingada frase que si dijeran alguna otra pendejada, pero más honesta. "Nos hablamos" es el abismo. De verdad, no lo hagan. Ahórrense dos palabras y díganle "Te quiero" a sus mamás. Se los agradecerán más, no tengo la menor duda. "Nos hablamos"... Pinche gente.

Keane y Floyd (Entrega 7: "TACO DE LENGUA")


“Somos los nuevos Pink Floyd”.

Esta declaración de tintes temerarios la hizo Tom Chaplin, individuo con cara de osito cariñosito que se ostenta como vocalista de Keane, para cerrar el concepto del show 3D que desempeñó esta banda el pasado 2 de abril, con la internet como sostén.

Mientras me quedaba perplejo (y lo que rima), me enteré igualmente que el altanerito e iluso Chaplin usó anteojos 3D en sus caminatas por las venas de Londres, con tal de hacer más ruidosa esta mediática apuesta que, en lo personal, encuentro como un intento particularmente exitoso de ser un mamador.

No soy defensor a ultranza de la música generada por las leyendas de antaño, pero este caballero tendrá que empezar a considerar las implicaciones de sus atrevidas palabras y lograr que alguno de sus álbumes acumule 741 semanas en las listas del Billboard, como sucedió con el mítico Dark Side Of The Moon, del ya lejano 1973. Eso sería un buen inicio.

¿Será que "Cara de osito" Chaplin se fue de boca o será que me he dejado llevar porque en mi lista de iTunes tengo 2 canciones de Keane... y 63 de Pink Floyd?

¿O será, simplemente, que en su intento de encumbrarse, terminó pareciéndose más a Oasis?

Lengüeta mamador.

lunes, 11 de mayo de 2009

El peligro de lo predecible (Entrega 6: "CHO")



Cho Seung-hui tenía 23 años el día que se suicidó. Lo anunció en un video que mandó a una cadena televisiva. Antes de hacerlo, mató a 30 personas en el campus de la universidad de Virginia Tech. De camino al suceso, iba escuchando una de mis canciones favoritas, Shine de Collective Soul (aquella del "oh-oh-oh-ohhh... heaven let your light shine down").

Cho, el verdadero Cho, era una personaje oscuro, que odiaba todo lo que había a su alrededor. Odiaba a los judíos, a los gringos, a todo lo que encierra su cultura. No recuerdo exactamente cómo fue que llegó a estudiar a Virginia Tech, pero a quien realmente esté interesado prometo prestarle el artículo de Time por el cual conocí la historia de este coreanito, misma que considero una de las mejores investigaciones periodísticas que he leído.

No hubo engaño ni farsa. No fue la típica historia de que el asesino es el galán angelical, y el enanito depresivo en un ángel de Dios. No. Aquí Cho realmente era el guey que nadie veía reír, y que detestaba el mundo y la realidad que vivía. No era nada más la finta, como muchos quesque depresivos pretenden ser nada más para llamar la atención. El verdadero Cho dio varios avisos e hizo lo que tenía en mente.

Sí lo atendieron. Se acercaron para darle ayuda psicológica... que por supuesto, rechazó. No había remedio. La única manera de evitar esta tragedia hubiera sido la de encarcelarlo a priori. Y en un país en el que conseguir una pistola es tan fácil como sobarse los huevos, pues... violá.

Este cabrón al que le llamamos Cho realmente da miedo. No miedo de "uy qué miedo". Pero sí miedo de que en este pinche mundo ya no sabes qué pinche mente trastornada puede haber a tu lado. Igual y este carnal es efectivamente un ángel de Dios. O es un tipo común y corriente, con cualidades y defectos (feo definitivamente sí es) como cualquiera de nosotros, y nosotros nomás estamos haciendo mucho desmadre por amor al arte.

Eso sí, si hay un lugar donde se puede cultivar un desquiciado como el Cho de Virginia Tech, ése es la redacción de un periódico. El estrés, la presión, la egoteca, todo suma. Uno siempre tiene la impresión de que por ahí va a saltar un cabrón, harto de todo lo anterior, tal vez no para matar, pero sí para madrear a cuanto cabrón se le pare enfrente.

Podría ser Cho. O podría ser yo.

Jaja, ¿ah verdad?

¡Oh nooo, es él! (Entrega 6: "CHO")


"Cho" es terrorífico. Es un flacucho individuo que pasea por los rincones de nuestra chamba con mirada apagada e instinto de aniquilación encendido. Pretende cortarnos en cachitos, disolvernos y con el polvo de nuestros huesitos echarle sal a su consomé de pollo. Sólo aguarda el momento propicio para hacerlo.

Es el guardián del mal, el depositario de nuestros peores temores y el culpable, a priori, de todo lo que pueda acontecer. Es un ente oscuro del tipo de un vendedor de discos piratas del Chopo, bien lurias y quien ronda estos lares con pisadas meticulosas que no se escuchan. O sea que cuando te das cuenta de su presencia, ¡shazam!, el freak ya está sobre tus intestinos. Sólo su eructo de saciedad lo hará detenerse.

Va siempre con la cabeza hacia abajo y los ojos al frente (como si Belsebú le fuera diciendo en voz bajita pa' dónde andar y a quién apañar). Cadencia de orangután, no mueve los brazos (unos lo llamarían tetote, pero no lo recomiendo, no se la rifen). Parece que anda amarrado, las manos se le esconden en las mangas de un saco negro cuyo tufo debe ser irrespirable. Algunos creemos que bajo esas mangas sujeta un escalpelo que hace sangrar sus manos por la desesperación de no hallar la víctima perfecta en el momento idóneo. Así piensan los asesinos. Si no encuentran sangre, la producen ellos (parecen pejistas).

También se rumora que "Cho", mientras negocia con la parca "el momento" de sus presas, saca a pasear sobre el pecho de ellas a "Violeta", su mascota, un escorpión hembra peludito y peinadito de raya en medio, de pésimo humor, al que acaricia sutilmente con el propósito de que empiece a soltar picotazos. Desdichado el que reciba uno de esos latigazos, a los que sigue normalmente la risa locuaz del enigmático individuo. Es el silbatazo final, el que concreta la eliminación.

El aludido tiene la virtud de que, en su faceta laboral, es conocido como "un niño bien lindo y súper buena onda". Pero no nos engañemos, así son los asesinos seriales... encantadores o tetos.

lunes, 4 de mayo de 2009

"Una mujer te perdona..." Entrega 5: (FRASE CÉLEBRE)


"Una mujer te perdona que te la eches, pero NO te perdona que NO te la eches".

Habrán pasado unos cuatro años desde que escuché esta frase de boca de un gran amigo. Me pareció apoteósica, fundamental, una verdad absoluta en la época en la que las verdades absolutas son tan escasas como las boobies sin implantes.

Antes de que venga la respuesta del lado femenino, advierto: no, la frase no aplica para hombres. Lo siento.

"No te convengo" (Entrega 5: FRASE CÉLEBRE)


Estaba ahí por pura lástima. Llevaba semanas toreándome, pero por fin había logrado hablar con ella de frente, aunque en toda la conversación no me pudo ver a los ojos. Como siempre, olía a recién bañada. Y después de un discurso de 15 minutos, de vaciar todos los inútiles argumentos para convencerla de volver conmigo, de apelar a lo que ya no sirve cuando nomás ya no se siente... soltó la mortífera frase que liquidó una plática que por salud mental me pude haber ahorrado.

"Es que... lo que pasa es que... no te convengo"

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay dolooooooooooor!

Un día antes de salir de vacaciones de segundo de secundaria, Bárbara me trató de explicar por qué era mejor que la olvidara después de cortarme para andar un tal Paco, de sexto prepa. Auch, auch, recontra auch. Hubiera sido menor tortura haberme metido a la jaula de los tigres envuelto en milanesas. Eso de "no te convengo" es dolorosísimo porque ignora tu inteligencia, es irse por la fácil, es denigrante, es... en pocas palabras, pendejearte.

Carajo. La frase "No te convengo" es prima hermana de "No eres tú, soy yo". Bárbara no era precisamente una lumbrera, pero de pendeja no tenía ni un pelito. Además, era la flor más bella del ejido. Déjate de eso, era la más perversa. Las escapadas a la biblioteca eran la especialidad de la casa (¡al rinconcito papá), y de postre, encerrona en el baño de mujeres contra mi voluntad porque, ¿y si nos cachaban? De pelo chino, chino, chino, y de piel blanca, blanca, blanca, esta chica de 13 me enseñó el a-b-c de los besos. Y el d-e-f-g-h-i. Y el j-k.

Por eso, a mis 14 caí redondito a su merced. Bastaron unas semanas para entregarme. Bueno, todo lo que se puede entregar un imberbe de 14 años sin coche, dinero y ninguna otra arma más que su limitado verbo. Peor aún, cuando el rival es un pinche pedorro de 18, con coche y algo de dinero, sin importar que tuviera menos retórica que "Pompín" Iglesias.

"Es que no te convengo". La frase me hizo llorar toda una tarde, la del último día de clases. Afortunadamente, al otro día me fui con mi tío a Cancún a trabajar como mesero durante el verano. El dolor y el coraje los entregué a la señorita junto con mi pase de abordar. Me la pasé de lujo y gané mucho dinero que gasté en playeras del All-Star Café.

Acabó el verano y volví a clases. Ese día, supe que Bárbara ya no se había inscrito en la escuela porque su mamá se había cambiado de trabajo o algo así, y tarde o temprano se mudarían a otra ciudad. Santo remedio de cara a un nuevo ciclo escolar. De paso, aquel tarado de Paco se graduó (o lo que sea), y yo pasaba a ser de tercero, lo que implicaba un poder infinito en los territorios secundarios.

El primer día de clases, el timbre sonó a las 3 pm anunciando el fin del día. Agarré mis chivas y caminé rumbo a la salida, pero me detuve de madrazo porque justo en la puerta estaba una figura conocida: Bárbara, corregida y aumentada después del verano. Vestida "de calle", maquillada y esperando a que alguien saliera. Se me congelaron los huevos y el corazón se me salió por la garganta. Estaba más hermosa que nunca, la cabrona.

Chingao, después de tanto sufrir, del drama, del "No te convengo", ¿a qué venía?, ¿a qué? No, ni madres. Yo no iba a saludarla. Aproveché que platicaba con otra chica para escabullirme por atrás, pero me paró en seco otro cuate y ella se dio cuenta de mis intenciones. Puso sus manitas en mis hombros, y no volteé. Ey, ey, ey, y no volteé. Cht, cht... y no volteé. Ay ya. Y no volteé.

Al otro día, su mejor amiga me dijo que por qué no quise saludarla, que había ido a verme porque sólo se cambiaba de escuela y no de ciudad. No dije nada, y se me comprimió el higado al tamaño de un frijol. Nunca más supe de ella, nunca más la volví a ver.

Por eso, cuando el único obstáculo que les estorba para hablar con alguien es el orgullo, no se tarden en quitarlo de inmediato.

Definitivamente, no les conviene.