lunes, 30 de noviembre de 2009

CLIENTAZO

En algún momento, no hace mucho tiempo, los medios comenzaron a utilizar la expresión para describir dominio de un equipo a otro. CLIENTAZO, denuncia la cabeza para anunciar la extensión de la racha, que para merecer el sufijo ‘azo’ ya debe ser de varios, bastantitos partidos, que denoten un patrón casi casi seguro.

Hoy día, en el futbol mexicano, no hay clientela más clara que la de Cruz Azul, equipo de mis mil amores, hacia el América, al que desde hace más de 6 años no logra vencer. Los medios ya han agotado todas las cabezas para presentar los hechos tras un partido Cruz Azul vs. América: Cliente, Clientazo, Paternidad, Pan con lo mismo, Papá, y más recientemente Quinceañera, a razón de los 15 partidos que han sucedido en ese lapso sin que la Máquina venza a las Águilas.

Por supuesto, ha llegado un punto en que uno se vuelve inmune a dichos comentarios y a las burlas, que ya de tan comunes pierden el chiste. He vivido esas derrotas en todo tipo de circunstancia: como aficionado en el estadio, como reportero en el estadio, como reportero desde la tele, como editor desde la grada, como editor desde la redacción, como vacacionista en Panamá tratando de encontrar un restaurante mexicano para ver el partido, solo, acompañado, con playera, sin playera, con enojarme, sin enojarme…

Y la única constante es: Cruz Azul tiene igual o menor número de goles que el América en el marcador final.

Mis allegados podrán constatar que hace mucho dejó de acongojarme tal situación, aunque no por eso dejo de desear fervientemente que la puta condenada racha se acabe, y me siga encabronando despuecito de los 90 minutos. Porque inherente a la clientela celeste va el simbolismo del sometimiento mental hacia mis amigos americanistas, que no son pocos.

Es extraña la relación que el aficionado adquiere con los acontecimientos de su equipo. Hay un empate emocional ahí muy difícil de explicar que se traslada a los demás ámbitos de la vida. Las personalidades de los clubes se mimetizan con su gente. El americanista es mamón, el chiva es naco, el cruzazulino es frío y el puma es pretencioso. Los 150 pesos del boleto del estadio no incluyen chelas, pero sí el derecho a sentirse humillador o humillado, según sea el caso, y a disfrutar o aguantar las consecuencias del resultado. Si pierdes, te chingas y te callas (o reclamas, si te chingó el árbitro); si ganas, ni quién te aguante.

El futbol es un universo paralelo que se vive y se desvive. Llevo 6 años y contando soportando ser cliente del América. Y ante esto, sólo me quedan hacer 2 cosas: aguantarme… y aprovecharme de las circunstancias actuales, disfrutar otra racha que existe, y agarrar las 8 victorias seguidas en CU para voltear y decirles a los Pumas…

Pinche CLIENTAZO.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Cuatro

Conocí París, gracias a cuatro litros de cerveza y un amigo con la persuasión necesaria para hacer que la tomara. Explícome. No es que sea un beato que le hace gestos a la cebada o abstemio sino todo lo contrario, creo poseer un fino juego de gañote que me permite degustar y apreciar finos lúpulos y matices en esa agüita que taranta y por ello caer en Munich (Munchen para que me entienda la Olis) a finales de un septiembre, un pre Oktoberfest, fue como soltar a Fox en una tienda de botas de piel de perredista.

Mi amigo, quien de aquí en adelante será nombrado La Rat por motivos que no desvelaré hasta obtener su aprobación por escrito, tuvo el tino suficiente para señalar que bajaramos en la estación del metro exacta que nos proyectó a una calle donde, cual musgo salían barriles que hacían la suerte de mesas y puestecillos donde se vendía cerveza servida por damiselas vestidas de bávaras.

Entre cientos de güeros que nos veían como moscas en leche, apreciamos que vendían vasito de 1 marco, vasote de 3, tarrito de 5, tarrote de 8 y megaultrasuper tarro de 10, y pues, yo remolón que soy para eso de soplar vidrio ni tardo ni perezoso le hice caso a la Rat y compré dos de 10, al fin sólo nos tomaríamos uno y luego iríamos al hotel por nuestras mochilas y de ahí a Zurich en tren.

El néctar de la malta germana no tardó en regarse por nuestro sistema sanguíneo y ya no nos importaba que los bávaros, que iban de traje y portafolios a media jornada laboral, nos vieran con ojos de pistola. Pronto las necesidades propias de un borrachín fueron cubiertas: yo encontré una máquina vendecigarros, la Rat mercó unas salchichas enormes en un pan delicioso y un yogurt (eso de comprar el yogurt no lo entendí hasta el otro día) y ambos ubicamos un baño donde dejar correr las gotas de lo que antes nos había puesto chachalacos.

La felicidad de beodo parece algo tan efímero que cuando la hallas casualmente el vaso se vacía, así que la Rat en una escapada al baño regresó con dos tarros de 10 para seguirla. Yo le advertí que por la hora no llegaríamos al tren a Zurich, pero insistió y retrazamos la ruta, ahora sería Praga el destino.

El volumen de la plática chilanga se elevó y las risas se multiplicaron, por lo que ahora, pasada una media hora, fui yo el que luego de "cambiarle el agua a los frijoles" en el mingitorio, traje las "ostras" y la Rat, sentenció: "Nomás tres porque no vamos a llegaaaaaaar a Praga" (la sextuple letra "a" obedecía obviamente a que su lengua ya no coordinaba con sus pensamientos, pero en realidad el tapón que llevábamos era muy decente todavía).

Praga tendría que esperar, ya que la guía del eurorielpass indicaba que el tren partiría sin nosotros, así que redefinimos que iríamos a Budapest. La plática giró alrededor de las maravillas húngaras y los bávaros ya nos saludaban de barril a barril y no sé en qué momento dos de ellos se mudaron a nuestra mesa estilo Chavo del Ocho y comenzamos a libar en cuarteto.

Ellos puro alemán nosotros como el jorobado guardián de la biblioteca de "El Nombre de la Rosa" mascábamos una rara mezcla de español, inglés, italiano y creo que hasta latín, y no sé cómo pero nos entendíamos, vacilábamos y hasta nos contábamos chistes, una muestra más de que el alcohol es un vehículo de expansión cultural.

No supe en qué momento, pero la Rat llegó con el cuarto tarro, yo me hice del rogar y reclamé que Budapest salía de los planes, pero la Rat, juro me hizo manita de puerco, y ni modo de desperdiciar la cheve que no había perdido su encanto a pesar de los litros.

Para inmortalizar el momento, un alemán de los que se hicieron nuestros brothers que a partir de este momento será Fritz, porque no tengo ni idea de cómo se llamaba, tomó mi cámara una Nikon FM2 y nos captó a la Rat y a mí chocando tarros y señalando con la mano cuatro dedos para dar fe del número de tarros de 10 marcos, cuyo contenido depositamos entre pecho y espalda ese día.

Ya serían más de las 8 de la noche cuando Fritz y su carnal al que por esta vez llamaremos Franz, nos despidieron con un abrazo y un "ah huevo" que les enseñamos, porque ahora sí, si no nos íbamos no podríamos tomar tren alguno que nos sacara de Munich.

Para no hacer el cuento muy largo nos subimos al metro sin pagar, dando tumbos y en sentido contrario a donde íbamos. Regresamos sobre nuestros pasos, casi me madreo con el dueño del hotel porque sacó nuestras maletas casi a la calle, llegamos a la estación, yo con un kebab en la mano y la Rat cayó inconsciente a media explanada. Lo dejé un momento y entre nubarrones en mis ojos alcancé a distinguir un andén que estaba a punto de partir, así que levanté a la Rat, le volví a poner los lentes y le dije que no me soltara de la mochila porque nos íbamos a subir a un tren.

Como la Guayaba y la Tostada abordamos y nos azotamos en unas literas de un compartimento vacío, pero pronto cuando fueron a cobrar, nos corrieron porque ese lujo no lo incluían nuestros pases, así que otra vez arrastre a la Rat y terminamos en un compartimento normal con sillones.

Seis de la mañana, se detiene el tren: La Gare de L'Est, París. ¡Qué cruda! No tenemos francos y cobran el baño, encontramos hotel, pero el check in es hasta las 11:00, así que sin inhibiciones nos recargamos como teporochitos de la Alameda uno en el hombro del otro y nos jeteamos en una banca de la calle a esperar ser admitidos.

El misterio del yogurt se desveló una vez en el cuarto cuando la Rat en un acto de profundo faquirismo engulló el yogurt casero que estuvo en la bolsa de mochila 24 horas, y luego a dormir. A veces uno coopera con cuatro tarros, pero estoy seguro que es la vida la que insiste y nos pone en los lugares donde debemos estar porque la visita a París fue deliciosa, tanto como una chela o incluso un yogurt con un día de fermentación.

PD: Abrazo, beso y felicitación a Miranda, novel autora con libro en mano que enorgullece en extremo a este espacio, pero que al mismo tiempo provoca que el que escribe este apenado por no asistir al feliz ágape del lanzamiento de su "niño"

jueves, 26 de noviembre de 2009

Mediterráneo


La mera verdad es que tenía otros planes completamente distintos para el post del día de hoy. Muy distintos. Pero, lo vuelvo a comprobar, la vida da varias vueltas y uno nunca sabe dónde puede estar mañana.

Iba a escribir de circunstancias que nos han pasado a todos, por ejemplo, que un día me hayan cambiado el asiento del Turibús y la persona que estaba en mi lugar le cayó tremenda caca de pájaro en la cabeza o que me hayan insistido en ir a una fiesta y haya conocido al hombre que es dueño de mis latidos cardíacos en este momento...cosas que nos pasan y que vaya usted a saber si es casualidad o causalidad.

Pero...a veces, las cosas son un poco, digamos, provocadas por terceros. En mi caso, a veces, para tomar algunas decisiones, necesito de un tercero que me empuje, me eche la mano, digamos, básicamente, lo que viene a ser. Y a veces, me toma mucho tomar una decisión. Que si no es por el dinero, es por el tiempo, porque está lejos, por lo que sea. Para pretextos, puedo ponerle mil a cualquier cosa.

Así traje a mi amga Coquis desde el año pasado con que iba o no a visitarla a Barcelona. Ella me insitió mucho desde que nos volvimos a reencontrar en Facebook, hace más de un año. Y como somos los mexicanos decimos que si, pero nunca cúando. Bueno, pues me vine a vivir a Berlín y de las primeras cosas en mi Bucket List fue tal cual y se los pongo:

IR A VISITAR A MI AMIGA COQUIS...SI NO, ME CHINGA!!


Y pues heme aquí, feliz, reencontrándome con mi pasado y disfrutándolo a cada momento que pasa. Ella contribuyó en gran medida a que me viniera a Europa a vivir. Ella me chingó hasta que accedí regresar al Mediterráneo, que ya tenía unos años sin visitar. Ella me abrazó por 10 minutos cuando nos vimos. Ella fue una de mis grandes amigas en la primaria. Ella irradia fiesta y alegría. Ella es Coquis Rubio, mi gran gran amiga...

Si, agradezco a la vida que me haya insistido.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Nezzzzedad


Mamador y mamadorcito. Yo como de 24 años, mi hermano Alex como de 14. Los polluelos del Dueño de la Fábrica.

Y que nos vamos al beisbol, al Sky Dome de Toronto, a ver el Blue Jays vs. Twins. Me gusta más el ambiente beisbolero que el juego en sí: el organito clásico que retumba en las tribunas, los uniformes de ciudades en manuscrita, los aficionados que no se disfrazan tanto como los del americano. Ah, claro, y los mil concursos entre innings.

Nos sentamos allá por el jardín derecho. Mi hermano, deportista de toda la vida, no sabe ni cuál es el pitcher; de hecho le importa un rábano. Nomás vino a tragar jochos y a empujárselos con pink lemonade. Y en gran medida está aquí porque el hotel Renaissance (en el que nos hospedamos) tiene un pasillo comunicado con este famoso estadio. Dio 30 pasitos el nene y ya había llegado. Nomás por eso me hizo el honor. De lo contrario, se habría quedado alaciándose el cutis con la almohada.

Francamente no recuerdo el boleto que teníamos, pero digamos que el mío es el 15307 y el de Alex el 15308. Así pues, que comience el partido. En el primer strike, mi hermano está hiper entretenido mirando el techo retráctil. En la primera bola, ya pegó el primer bostezo. Ni siquiera se ha completado el inning 1 y ya anda haciendo pachona su chamarra sobre el asiento para preparar el coyotito que lo confirme como un dormilón de alto rendimiento. "Luizzz..." (es zipizapo) "...zzi me duermo, no me molezztezz, ¿ok?". Y yo me pregunto... ¿los zipizapoz, cuando se jetean, sueñan en blanco y negro?, ¿su alfabeto empieza también con la "A"?, ¿su lengua caduca 10 años antes por el uso intensivo?, ¿Mazinger Z es su ídolo? Para no perder la costumbre, ya me desvié. Retomo el tema.

A la mitad de la séptima entrada, se anuncia el enésimo concurso de la noche. No tiene mayor chiste que avisar de un boleto al azar a cuyo dueño se le premiará con 750 dólares y una gorra oficial de los Blue Jays. Todos tengan a la mano su número de boleto y al final del inning saldrá el afortunado en la pantalla gigante. A mi hermano, ya despiertito tras su súper jeta de 6 innings de duración, de pronto le entra un impulso eléctrico y me dice que intercambiemos boleto. En algún raro rincón de su cerebro cree que el premio caerá por nuestras butacas (ajá, entre 37 mil fulanos). "Luizz, quiero tu boleto". "No". "¡Ándale!". "¡Que no!". "Porfazzz", "¡Que nooo!", "Ay, tú mizzmo estázz diciendo que no vamoz a ganar". "Bueno, ok, está bien".

Y sí. Ya con el intercambio de boleto consumado, al final de la entrada 7 sale en la pantalla gigante la caricatura de un lindo azulejo volando con un sobre en el pico. Se para en el brazo de un beisbolista, abre el pico y deja caer el boleto ganador (igualito que Gurrumina). ¡15308!, ¡o sea el mío!, o sea, el que "era" (eeeeeera) de mi hermano, o sea, no mamen. Lo juro, y la desgracia y el berrinche de Alex hacen que se le desfigure el mentón con semejante furia. Grita que él es el del boleto de oro. Yo, con una serenidad insoportable a sus ojos, simplemente le agradezco su necedad. Me enseña dientes de sierra; me vale tres pepinos. Alejandrito, Alejandrito mivido, Alejandrito de tu mami y de tu papi, ya-te-chin-gas-te. Anda, levántame en hombros y festeja a tu hermano mayor, que no cualquier tlatoani viene a conquistar el Sky Dome en pleno verano.

Muchoz añoz dezpuéz, la nazzión zipizapa no olvida zzu máz cruel derrota.

Por nezzio.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El maestro del regateo

No cualquiera puede ejecutar con gracia el arte de regatear. Se necesita antes que nada seguridad en uno mismo, un objetivo claro, y saber perfectamente cuál es el margen de maniobra. Lo que viene siendo el colmillo, ése que tenía largo y retorcido mi abuelo Afif.

Mi abuelo no estudió una carrera ni heredó algún próspero negocio familiar. Vivió de sus relaciones personales y de su habilidad para conseguir cosas, ya fueran bisnes, dinero, permisos o una esposa. Por el contrario, yo, educado bajo el mainstream del caminito tradicional, nunca he podido concebir una supervivencia de esa manera, y mucho menos de chavito, cuando vives protegido por todos lados.

Comenzando algún ciclo escolar, por ahí de tercero o cuarto de primaria, le comenté a mi abuelo que mi mochila ya estaba pa’mearla, y que me urgía otra si no quería que yo llegara a la escuela con una bolsa del mandado, so riesgo de que me putearan a la entrada del salón.

Entonces fuimos a una tienda de mochilas ubicada en Félix Cuevas, justo al lado de Banca Cremi, donde él trabajaba, para conseguir alguna mochila que me gustara. La situación económica de mi abuelo nunca fue boyante y muchas veces precaria, pero una de sus más grandes muestras de cariño fue hacernos creer, invariablemente, que todo estaba bien. Así que nunca me decía que no.

Llegamos a la tienda y le puse el ojo a una mochila roja. No era la de los Supersónicos, pero tampoco un bulto de cemento. Si mis memorias no me fallan, costaba 400 pesos. ¿Ésta?, me preguntó Afif como advirtiendo el último tren porque iba a comenzar la negociación. Sí, ésa. Pues voy que te quedó jabón.

Para mi abuelo no existía precio definitivo. Libanés de nacimiento, traía el regateo, el jaloneo, el estirayafloja a flor de piel, y siempre tenía la convicción de poder conseguir un beneficio extra. Tomó el vendedor del hombro y le dijo: ¿Cuánto cuesta esto, hijo? 400 pesos, señor. No no, ya, cuánto cuesta, lo menos. Señor, esto es una tienda, cuesta 400 pesos. No no, a mí no me vas a hablar así, llámale a tu gerente.

Increíblemente, yo estaba del lado del vendedor. Tenía razón, era una tienda, no el mercado como para negociar el precio del jitomate. Pero a mi abuelo eso le valía un sorbete y llámale a tu gerente. Me acerqué a Afif para decirle, muy polait, que no mamara y que entendiera que con el código de barras es imposible negociar. Tú espérate. Pero abuelo, que tú te esperes dije, jara (el vocablo árabe por excelencia de mi abuelo que sustituía a “guey”, “cabrón”, “tarado” o “hijo de tu pinche madre”, según fuera el caso. Si les contara su significado literal estaríamos hablando de otro post).

Tons llegó el gerente. A ver mano, me dice aquí el joven que cuesta 400 pesos esta mochilita. Sí señor, así es. ¡Pero cómo creee! ¡Esto no cuesta 400 pesos ni en broma! ¡Por favor, yo tengo bodegas en el centor y esta mochila no cuesta 400 pesos de chiste mano! (Mi abuelo no tenía ni un puesto de pepitas en el Metro Pino Suárez, pero sabía perfecto de lo que hablaba. O al menos eso le hacía creer al vendedor, al gerente, y a cualquiera que lo escuchara. Ése era su encanto).

Vinieron dos o tres intercambios de argumentos. En cualquier otra circunstancia, o mejor dicho, con cualquier otro cliente, el gerente tenía tooooodo como para mandar al regateador por un tubo y decirle sabe qué, si no paga los 400 pesos váyase al metro a conseguir otra mochila. Pero el rival era mi abuelo.

Yo no los perdía de mi vista, y por ahí me acerqué para decirle a Afif que ya no insistiera. Volteó a verme con ojos de revólver, y tomó del hombro al gerente antes de alejarse de mi presencia, mi estorbosa presencia. Se fueron 10 minutos mientras yo me hice pendejo baboseando en la tienda. Y volvió mi abuelo.

Vámonos, traete la mochila. ¿Qué? ¿Pagaste los 400 pesos? N’ombre, traetela. Pero… ¡Que te la traigas y vámonos ya, antes de que se arrepientan! Pues vámonos.

De regreso a la casa en su Corsar rojo, me dijo que había pagado 200 pesos. Yo me empecé a reír incrédulo, cuestionándome cómo carajos le había hecho para obtener 50 por ciento de descuento así de la nada, literal, por sus purititos huevos. Ignoro a la fecha si le dio una mordida al gerente, si lo invitó a comer después o si le prometió algún crédito bancario. Lo dudo mucho, pues cualquiera de las anteriores hubiera implicado una pérdida del beneficio… y mi abuelo nunca la perdía.

Así que yo obtuve mi mochila, y Afif una victoria más en el mundo del regateo, que en realidad era la escuela de la vida, en la que él tenía maestría y doctorado, y en la que yo apenas voy en tercero o cuarto de primaría.

Todavía.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Antes que rana...


Odiaba verse en fotos. Siempre dijo que su oreja derecha era más grande que la izquierda. De ahí que la mayoría de sus poses fueran de perfil. Vanidad, terrible y deliciosa vanidad. Si hubiera podido colgar cada noche su cuerpo en un gancho para no arrugarse, lo habría hecho. Un mamador agradable. Claro en sus locuras, claro en su alma. Su carácter, casi siempre con sonrisa, era ligero. Un corcho en el agua.

Lo recuerdo fumando y rompiendo la regla de los baños del Asturiano. Apenas acababa de bañarse y duro, a morder el primer cigarro con la toalla mojada sobre los hombros. Un vicioso que hasta para eso mostraba charming.

Hacía muecas raras y muchas veces se despeinaba a propósito con tal de que las nenas le dijeran que tenía un cabello envidiable. No por nada, una de sus estupideces favoritas era contar que el peluquero le decía constantemente: "¡Cómo le crece el pelo, joven!". Le resultaba gracioso. Y con el tiempo, a mí también.

El último día que David y yo hablamos por teléfono fue el 9 de noviembre. La última vez que nos vimos fue el 6 de junio. La última vez que lloré por él fue esta misma mañana. Y el llanto me viene por cualquier cosa, como recordar que siempre decía "Ulalá" cuando veía pompas esféricas en jeans apropiados.

Podría contar mil anécdotas de mi hermano, pero no puedo ahora. Me he puesto horarios para llorarle, y sé que las noches a solas son el momento indicado. Puedo gesticular el derrumbe y no cuidarme tanto, pero a oscuras esto duele, duele más. El día tiene sus ventajas, las distracciones son reales y abundan, aunque de fondo, no reparan. Soy reacio a aceptar. Extraño a David.

La única vez en que me conmocionaron en el futbol, él ayudó a colocarme en la camilla del modo más cariñosamente cavernícola, él cargó la mitad de ella y él fue el primero del equipo en visitarme. También fue quien me guardó mis zapatos de futbol y la camisa manchada con sangre. Microscópicos detalles de las amistades gigantescas.

Aunque El Terrible presumía que nuestro lazo era de ida y vuelta, para mí él fue un espíritu tutelar que florecía a voluntad y que sabía volar. Un tipo tan iluminado al que hoy le alcanza para hacerme zigzaguear entre lágrimas y risas. Cuando más le estoy llorando es cuando más risa me da recordar sus pendejadas. Por pendejadas se pierde gente, por pendejadas también se mantiene cerca y tibia. (¿Quién gasta una llamada de larga distancia para decir que un renacuajo en proceso de madurez es menos feo que cuando se vuelve rana?). Los verdaderos amigos tienen todo el tiempo del mundo, incluso para perderlo.

Me habría encantado envejecer y caminar alguna noche agarrado de su brazo como dos ancianos que juegan a sobrevivir entre medicamentos. Aunque no podrá ser, al menos me agradezco haberle dado un beso en la mejilla justo en la última tarde en que lo vi. Nunca lo había hecho. Simplemente sucedió.

Si David descansa sobre su sonrisa, estará muy cómodo. Le pido a Dios que así sea, porque muchas veces, y de muy diversos modos, salvó mi vida. Por eso, hoy aviso de la partida de un ser decente, feliz e incandescente. Extraño a mi hermano.

Y sí: el renacuajo que por vanidoso no quiso llegar a rana, tenía la oreja derecha más grande que la izquierda.

Nunca se lo dije.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Un día cualquiera



Bien dicen por ahí: ten cuidado con lo que desees porque se te puede cumplir. Y pues por andar de hocicón diciendo que los viernes era muy difícil escribir y tanto gasto de huellas digitales en quejas y lloriqueos, que me castigan y hoy me aventaron al ruedo en jueves para completar el desgarriate que comenzó el lunes el buen Chanfle dejándole su día a Miranda. Luego Olis en una onda muy alemana, consensuó consigo misma y que se adelanta. Total que ya no escribí el último día, sino que mi último día para escribir fue el miércoles, es decir que en el Korova se abrió la caja de Pandora, y afortunadamente no salieron Maite, Isabel y Fernanda echando gorgoritos con el consabido y sentido verso de “Cómo te va mi amor”, sino un orden desordenado de posteadas.

La cosa bonita, la cosa inesperada, la cosa abrupta de los cambios de último momento me puso a pensar en onda olla express, es decir tratando de cocinar las ideas en fa, y con aquello del último día, las imágenes en mi mente siempre eran las ventas de fin de temporada de tiendas departamentales, las fechas límites para renovar el IFE o el día de entrega del trabajo final de biología en la secu, pero un infausto suceso de pronto me pegó como un martillo en la cabeza.

No quiero ahondar mucho en el cómo o en el por qué, no me corresponde, pero un buen amigo de este espacio no alcanzó a leer el tema de esta semana y ya no podrá seguir a su querido Inphi.

Como para morir el único requisito es estar vivo, debería ser para todos muy natural que de pronto algún amigo o familiar se vaya al otro barrio, pero no es así. Es schockeante, y ahora más que nunca, “Terrible” que las putadas del destino corten de tajo una vida.

Lo de David me puso de golpe en la tierra y me hizo cuestionarme: ¿qué haría yo si supiera que hoy es el último día de mi vida?

Lo primero que pensé y para ser muy franco, es que me aterrorizaría, me congelaría y posiblemente así se me iría toda la jornada y el resto de mi existencia. También es muy posible que me diera un infarto y me le adelantara al sino que de por sí ya había pintado mi raya, pero suponiendo que estuviera en plenitud de facultades y encontrara la serenidad para planear mi último día, definitivamente trataría de convocar a todos mis familiares y amigos queridos para una pachanga que iniciara a las 6 de la tarde y que finalizara justo a las 12, cuando La Parca y yo llegáramos a la cita.
En esa fiesta bebería, bailaría y charlaría con todos y recordaríamos las aventuras vividas.

Antes de eso, antes de despertar por la madrugada tendría una sesión larga y acompasada de caricias y amor con mi Cyn, porque nadie me asegura que haya sexo en el más allá con eso de que luego me salen muy mochos en los cielos. Acto seguido (nunca más adhoc que ahora) me iría al parque con Ari y Darío, me subiría a los juegos mecánicos y les compraría un helado. Los besaría cuantas veces pudiera, los mimaría y abrazaría hasta causarles rechazo. De ahí al cine, hartas palomitas, refresco gigante, otros helados. Como si tuviéramos siete panzas como vacas, nos iríamos los cuatro a comer tacos Manolo o una Pizza Richie de camarón o tal vez tacos estilo Ensenada al restaurancito Cámara Camarón.

Más tarde la fiesta y cuando tuviera que acabar acabaría, y yo partiría ocn una sonrisa en la boca.

Lo que acabo de describir es un sábado cualquiera de mi vida (salvo por la fiesta con todos mis amigos y el encuentro con La Huesuda) y así, de simples y llanos, quiero que sean todos los últimos días de mi vida, todos y cada uno de ellos, los que tengan que ser, los que me toquen.

David persiguió la felicidad hasta el último de sus últimos días, creo que aún sin conocerlo a fondo, al irse ya la había alcanzado y estaba instalado en ella, aún así, este blog ondea su bandera a media asta.

¿Y tú cómo vivirías tu último día?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

The Olibourne Ultimátum


Cuando escucho 'mañana (puede ser pasadomañana u hoy también, amable lector) es el último día' siento un vacío en el estómago, tan hondo como la Plataforma Continental. Me genera una gran angustia y siento el peso de la vida encima de mí. Ya sea para pagar impuestos, inscribirse en algún curso, ir por el pavo al sótano, llevar el coche a la verificación, pagar el mantenimiento del departamento, tu último día de tragadera porque te pones a dieta, you name it. No puedo con los ultimátums, son una especie de deadline que tienes con la vida y ésta te las cobra con canas, úlceras y tics parapléjicos.

Esta ansiedad, que es un tipo de miedo y estrés, se fue desarrollando conforme pasaron los años. Tengo como primera recolección de memorias el primer ultimátum que tuve y fue en la primaria, cuando eran las interminables vacaciones de verano, en el H. Queen Elizabeth School nos daban un cuadernito con ciertas tareas para mantener viva la enseñanza del año anterior y algunas nuevas cosas que nos iban a enseñar en el año que comenzaba. Recuerdo haber ido en segundo de primaria y pues como era costumbre, me fui de la bonita vacación con mis familiares en Monterrey para ir a McAllen, la Isla del Padre a disfrutar del calor y del cabrito. Mi regreso de tierras norteñas era un día antes de entrar a la escuela, un domingo, evidentemente. Unos días antes, mi madre me pregunta si ya habií terminado el cuadernito del QES. Mi mente comenzó a dar vueltas tratando de ubicar el mentado cuaderno. ¿Dónde lo dejé? ¿¡En mi maleta, en mi escritorio en el DF, en el avión, en dónde está!? Eso bastó para que el estómago hiciera sus pininos en el bungee jump de los olvidos.

Todos los de la casa de mi tía Lidia comenzamos una búsqueda por demás infructuosa, ya que a mi tía se le ocurrió marcar a la casa en el DF sólo para hacer más evidente mi olvido: el cuaderno  se encontraba en la mesa de la entrada. Al salir de la casa con todo el huracán de gente y maletas, se me había olvidado. Este cuaderno, tenía alrededor de unos 15 ejercicios de cada materia, tanto en inglés como en español. Iba a ser imposible que lo terminara en una noche. Cuando llegamos a México, del aeropuerto a la casa, fue toda una tortura, fueron los 40 minutos más largos de mi niñez. Y la frase que marcó para siempre fue 'Hoy es el último día que tienes para acabar el cuadernito. Llega hasta dónde puedas, pero es TÚ responsabilidad el que se te haya olvidado.' Obvio, fue mi madrecita la que me la dijo. Qué se le va a hacer...es abogada, ustedes imaginarán.

Esa noche no dormí preparando el cuadernito. El bus escolar pasaba por mí a las 6:00 am puntualito. Mi mamita estaba por demás orgullosa de mi compromiso con la escuela y mi proceder como buena estudiante. Me preparó mi licuado, me preparó mi lunch y lo puso en mi lonchera de Care Bears para después decirle adiós a una hija ojerosa, cansada y sin ilusiones.

Ese fue el momento en el que pasé de ser una niña completamente sin responsabilidades a ser una adulta pequeña. Nunca más se me volvió a olvidar nada referente al colegio, ni al trabajo. Ese endemoniado cuaderno, tuvo repercusiones funestas en mi vida, porque a partir de entonces, cada vez que escucho '...es el último día...' siento que los jugos gástricos hacen de las suyas y la cabeza se comienza a teñir de color gris.

Ahora, mi mente me está jugando sucio porque cada vez que se acerca un deadline, se me olvida. Terrible, pero cierto. Ya me cansé de preocuparme, de angustiarme y de estresarme. El subsonsciente trabaja de maneras misteriosas. No cabe duda.




martes, 17 de noviembre de 2009

El cuento de nunca acabar

El salón estaba atiborrado y en estúpido caos porque íbamos a clase de educación física. Todos procedíamos a quitarnos los pants para salir al patio en los shorts que abultaban el atuendo escolar, mismo que me hacía el favor de hacerme ver un poquito más nalgón de lo que ya estaba. Sin embargo, ese día de diciembre se me olvidó ponerme los shorts. Afortunadamente me percaté a tiempo y no cometí tremendo ridículo.

Sin embargo, semejante vergüenza no se hubiera comparado con el shock de la revelación que recibí en ese jueves decembrino de quinto de primaria. A algún bufoncito se le ocurrió sacar el tema a la luz y la voz se empezó a correr como chisme en lavandería. Risas, caras de sorpresas y otras más de obviedad comenzaron a dibujarse en el mapamundi del salón. Una frase contundente, del cabrón más ojete del grupo, finiquitó la romería y le puso certeza al cabaret.

“Ay, ¿a poco no sabes que Santa Claus son los papás?”.

(Iiiiiiiiiiigggggghhhhh!!!!. Chinnnnnguesumadre…)

Ese fue el último día en que creí en pinche Santa Claus. Un shock tremendo. No sé cómo haya sido la experiencia de cada quién, pero yo sí me tragué el camote de Santa Claus hasta esa edad. Igual y ya estaba muy verdolagota para seguir con el cuento, pero pues qué quieren, a esa edad uno es víctima del sistema y del grado de cursilería que quiera manejar la familia en turno. Y como mi jefa siempre trató de mantener la magia, pues yo caí redondito.

Hoy que reconstruyo el episodio de la revelación, recuerdo que sí sentí bien feo. Sentimiento solamente comparable a cuando te están diciendo que te vas a la fregada, o cuando te das cuenta de que alguien te vio la cara lindo de lo lindo. En medio del salón, yo tuve que fingir demencia y hacerme el cool diciendo que “jaja, a huevo, ps cómo no iba a saberlo, por favor”. Pero por dentro dije, chale, ya valió madres. ¿Y ahora? ¿Qué sigue? ¿Chabelo no es un niño?

Luego vino la fase encaradora, una vez que llegué a mi casa, al confrontar a mi mamá. Yo sentía ofendida mi inteligencia. Por muchas cosas, yo había tenido que madurar más rápido de lo normal, así que darme cuenta que era mentira el cuento aquel del marrano vestido de rojo llegando en renos arreados volando por la ciudad repartiendo risas y sonrisas, me hacía sentir como Sam Bigotes cuando se da cuenta que Bugs Bunny le está viendo la cara.

Pero mi jefa es un spin doctor de lo peor. Su brainwashing suele ser de lo más convincente. Me dio la voltereta inesperada al explicarme que así eran las cosas y que ahora yo tenía oportunidad de ayudarle a ser el Santa Claus… para mi hermano. Y así, después de un faenón mental, en 10 minutos yo pasé de víctima a victimario y ese consuelo me bastó hasta que mi hermano, que es mucho más vivo que yo, se dio color de la misma situación.

Seguramente si tengo hijos tendré que aplicar el mismo jelengue. Espero que a ellos no les revelen así nomás el teatrito de Santa Claus. Ya si voy a orquestar una mentira de tantos años, que me den chance de decirles directamente la verdad, al chile pelado:

“Mira hijo, ¿ves todo este asunto de Santa Claus? Pues es una mamada, no existe el tal marrano, lo que pasa es que todo es un sistema en que a huevo hay que vender juguetes, y para eso ps… este…”

Mejor que se enteren en la escuela.

jueves, 12 de noviembre de 2009

AC/DC o forever Young (Angus Young)

Hoy precisamente estoy en el lobby que antecede a los 40 y en lo que espero a que doña Vida me lleve al ascensor hacia el cuarto piso, me he puesto a pensar en el hombre que no fui.

Nunca me puse un arete, jamás aprendí a tocar un instrumento, no sé nadar, casi no sé de mecánica, me es casi imposible dar vueltas al bailar roncanrol, soy un pésimo jugador de videojuegos, me muerdo las uñas y canto peor que Erika Buentfil cuando sacó su "Ya no te amo más".

A pesar de que cuando volteo para atrás veo muchos "yo" que no fueron, observar a mi alrededor a otros "ellos" que rondan también el cuarentón me llena de calma, es decir, la desgracia ajena me hace feliz.

No son pocos mis contemporáneos que ya no van a un concierto a menos de que sea el reencuentro XXVIII de Timbiriche, mientras yo vengo llegando rascarme la panza simulando la Gibson SG frente a mi compadre Angus Young (que ya se parece a Gollum) y su AC/DC. Y lo mío no es pose, si él puede tocar a los 54 vestido de colegial, así como Serrat todavía le dice en "Señora" a su suegra "recuerde usted antes de maldecirme que tuvo usted la carne firme", cuando el buen Joan Manuel ya es un pergamino, porque yo no puedo seguir siendo un rockero.

Los calvitos prematuros también hacen mi día porque yo todavía presumo copete a la hermanos Rigual, y qué decir de los que ya las nieves de tiempo blanquearon su sien. Hace poco un amigo que parece Gepeto, medio en broma medio enojado, me preguntó que qué tinte uso porque mantengo mi color café rata como alfombra con todo y que el estrés me tiró pedazos haqce un tiempo, pero ya se reforestó mi maceta.

Definitivamente en el lobby de los 40 me veo como de 38 y medio, pero he de reconocer que sufro una contradicción existencial. Resulta, y creo que eso ya lo conté, que cuando un mozalbete de menos de 20 me tutea, me enervo, digo "y este chamaco igualado qué se cree", pero cuando uno similar me sale con el trespesino dicho de "don", me pongo igual o peor, porque pienso, "este tarado porque me habla como si pareciera Susanito Peñafiel, si yo estoy joven".

En fin hay cosas para las que uno siempre es joven, como para morir. Si te vas al otro barrio a los 15, todos dirán "era un niño", si la estiras a los 28, "uy, qué bárbaro, era un chavo", lo mismo a los 35, pero si entregas el equipo a los 50, también dicen, "estaba muy joven", y pasa lo mismo a los 65, incluso los 69, porque después de los 70, la gente se atreve a decir como muletilla, "bueno, ya había vivido". Siempre vives o dejas de vivir no por tiempo sino por intensidad y mundo recorrido, puedes morir a los 99 y ser un hombre sin contexto, porque te la pasaste esperando a que la vida llegara enfrente de la tele que te embobó o puedes ser un crío de 18 y tener el camino recorrido de ida y vuelta, por terracería y asfalto.

A los 40 me haré mi primer tatuaje, aunque algunos crean que ya soy viejo para eso, pero no se detienen a pensar que si me hubiera hecho a los 18, a los 40 todavía lo tendría y sería igualmente un don, un ruco o un vejete. Me voy a tatuar unas piezas de rompecabezas, el símbolo del autismo, por cierto hace unos días fui a una conferencia sobre el tema y una tipa de Derechos Humanos nos salió con que no se les debe decir autistas, sino personas con autismo, así como no se les debe decir diabéticos sino personas con diabetes... ¿En esas estupideces invirten su tiempo y nuestros impuestos esos aviadores? Ahora tendré que decir "personas con hueva" no huevones, personas con pendejez, no pendejos. Total ya me desvié.

Mañana subiré al ascensor de los 40 y he de reconocer que no soy el mismo, porque soy el que soy y los que no fui. AC/DC me caía gordo a los 14 y hoy lo vi, pero pensando en que para mí esas siglas ahora son Ari Cortés y Darío Cortés y que efectivamente son dos hermanos, uno virtuoso y otro un guerrero, estarán juntos siempre para beneplácito de su viejo.

Nomás de paso


Los lobbies de hotel siempre me han intrigado, por no decir, fascinado. Es una mezcla entre nostalgia, lástima, tristeza y emoción. No sé si me puedo explicar. Seguro no. Pero para que me entiendan rápido, es donde pasan las cosas más trascendentes de un viajero. No...no en el cuarto, a veces, pero no siempre.

Al lobby de hotel donde llegas, te registras, las más de la veces, emocionado de que comienza la bonita vacación o cierras un negocio o viajas de trabahajo a una ciudad desconocida o viajas solo y decidiste llegar ahí. Hay encuentros, reencuentros, despedidas, amantes que se dicen adiós, novios que se despiden, parientes que van a bodas. Todo un desfile de personajes de lo más interesantes.

En lo personal, desde pequeña, me gustaba o no un hotel por su lobby. No importa si era el Real de Minas de Guanajuato o el Marriot de Acapulco en aquélla época. Yo me sentía a mis anchas si el lobby me gustaba. Pero, ¿qué era exactamente lo que me gustaba tanto y lo que todavía me fijo?

Iluminación. Definitivo. Que esté iluminado y no que esté a media luz. Detesto que lo quieran hacer moderno a fuerza de meterle como sombras y colores que absorben la luz. Nenene...si, negro pero con lámparas blancas. Nada de que le juego al Philippe Starck con unas lucecitas de halógeno. No tiene porqué ser caro. Hay un hotel muy modesto en Chilpancingo, Guerrero con un lobby impresionante que te hace sentir en casa. Formas limpias, iluminado y, sobre todo, pisos impecables.

Ahora, la segunda cosa que me llama es que como siempre he sido muy metiche, me imagino la de teatros que han de haber presenciado los del registro del hotel. Desde la pinche vieja que está corrigiendo a su marido diciéndole que no, que esa no es la tarjeta, que tienen otra para puntos, que si no tienen un juego de toallas extra, que si les mandan otros kleenex; hasta el señor amante con la señora amante tratándose de ver lo más casual posible. Todo esto pasa en el lobby, 'Mi cielo, dónde te veo eehhh? para nuestra reunioncita que tenemos jijiji ¿donde siempre? ¿en el lobby del hotel?' o 'Como eres tan inútil, y no vas a saber subir al cuarto, te veo en el lobby del hotel que es más fácil'.

Pero toda esta gente está de paso y yo soy una espectadora que construyo historias por lo que la gente hace y actúa. No se dan cuenta que hay quienes estamos del otro lado del escenario, viendo cómo desaprovechan el momento de una vacación, un encuentro amoroso o la vida misma. Por eso, cuando me registro en un hotel, siempre me tomo unos minutos para ver a mi alrededor y comenzar las historias de lobbies...

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tiempo (com)partido


Vengo saliendo de consejo y a una experta en Energía le dio un calambre en plena sesión. "¡Agárrenme el musloooo, apriétenlo!". Qué imagen y qué grito de desesperación más cajeto. Esto no tiene que ver con el post, pero sigo orinado de la risa y tenía que decirlo.

Ok, a lo que voy.

Hace algunos ayeres el Dueño de la Fábrica contrató un tiempo compartido en el Mayan de Acapulco, así que armé un viaje de una semana con mi entonces novia: la celebérrima Miss. No digo su nombre porque personaje mata apellido (Adam West no era Adam West; era Batman).

Pues bien, más allá de las 4 horas de interesantísima plática carreteril con la emperatriz de los escotes 40/60, arribamos al hotel. Todo muy mono. Un códice de 7 metros te da la bienvenida, rápido coctelito para caminar por los pasillos y, ya para acabar, la recepción en unos silloncitos donde uno ha de esperar habitación.

Aclaro que, desde que llegó el valet parking, la Miss descendió del carro con una actitud propia de Señorita Eslovaquia. Yo no sé si pensó que la red carpet la esperaba junto con el monigote que hace preguntas idiotas para el canal E!, pero apenas le abrieron la puerta, se tomó su tiempo, aterrizó una piernita, luego la otra, echó una elástica mirada a su alrededor y, entonces sí, despegó sus pompitas sudadas del asiento. No había paparazzi, así que reaccionó con mi punzante "¿te apuras?" y nos dirigimos al lobby.

Recuerdo vívido: yo iba de prisa como chalán y la reina caminaba detrás como si viniese trepada en un carro alegórico de carnaval. Lenta, pausada, soberbia y, claro, mamadora. Si no saludó a nadie en tal recorrido es porque los flamingos ahí apostados eran valemadristas y mamones. Qué caso iban a hacerle a la abanderada del sexo silvestre.

Pasado el "desfile", llegamos al lobby, y mientras me sentaba para echarme mi piñita colada, apareció el clásico asesor del hotel, un ente que solamente se dedica a ofrecerte el cambio de la habitación común a una "suite master", en la que el yacuzzi y una cocina de considerables dimensiones se agregan a la cama y al baño. "No, le agradezco, no estamos interesados, gracias" (con el plural me refería a mi familia). Pero, oh, súbita interrupción de la Miss.

"No, espere joven, sí NOS interesa la master" (ese "nos" me sonó a manada). "Ah muy bien, señora (¡¡¿señoraaaa?!!), pues entonces a las 2 de la tarde los agendo para que vean la suite muestra". Se larga el morenito bobalicón y me le quedo viendo a mi novia, quien anda muy sazonadita en confianza como si cargara el apellido de mi padre, su herencia, su tarjeta de crédito, su coche y su lunar en el cuello. "Georgina, no veremos la suite. El tiempo compartido es de mi papá". Su respuesta es cínicamente inolvidable: "Bombón (neta así me decía), es preferible llegar con mi suegro con información detallada, a sólo decirle que hay una opción de cambio de habitación". Aclaración pertinente a estas alturas del post: la Miss nunca tuvo acceso a mi padre. De eso se encargaron mi sentido común y mi sentido del miedo.

Y hablando de sentidos, si había algo que disfrutaba la Miss más que treparse al guayabo era el faroleo, vamos, el lucimiento en sociedad. Una vez que nos asignaron habitación, mi idea fue encerrarnos inmediatamente para rendir tributo al mundo horizontal, pero para mi sorpresa, a esta pelirroja que tenía por compañera primaveral se le ocurrió permanecer en el lobby un rato más, animada por dos motivos: 1) ver y dejarse ver por la concurrencia que llegaba, y 2) chupar tantas margaritas de cortesía como fuera posible. Hube de explicarle que el hotel tenía un par de restaurantes decentes en los que podría solicitar la misma cantidad de alcohol a cambio de cierto precio colocado en la parte derecha de la mentada carta de bebidas, con lo que evitaríamos quedar como teporochos en agonía o como esos chacales que nomás entran a Wal Mart a cenarse los jamones que dan en salchichonería para, después, largarse impunemente.

La doncella se puso terca y hasta ruidosa (si fuera instrumento, sería de pena capital). Se bebió otro racimo de margaritas, yo ofrecí las respectivas disculpas al jovenazo que no dejó de servirle... hasta que de plano doña Georgina se levantó por su propio pie, y, así, tras la única propina que he dado en mi vida por una "cortesía", nos fuimos al encerrón, donde no pedí microondas porque ésta se calentaba solita. Ahhhh, cómo que no, por el solo hecho de fletarme el oso en el lobby debía obtener una recompensa endocrina.

Y me serví.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Desaparición de una tortura

Recuerdo que cuando era chavito, “ir a Cuernavaca” implicaba un trayecto eterno. Había que prepararme mentalmente para dormir en el camino, recargado en el muslo de mi mamá para aguantar la Odisea, no sin antes despertar un par de veces para preguntar “¿ya llegamos?”, cuando apenas íbamos en 3 Marías o en La Pera. Llegar a Cuernavaca era el equivalente a lo que hoy sería llegar a Europa, pero sin los confortables muslos de mi jefa (me vería, indudablemente, muy pinche gorilón).

Esos lejanísimos trayectos a Cuerna iban seguidos de otra demencial espera: la del registro en el lobby del Posada Jacarandas. Recuerdo también que era un puto suplicio, porque yo lo único que quería era quitarme el pants, ponerme el traje de baño y meterme a la alberca aderezado por unos ridiculísimos goggles hasta que se me corrugara hasta el rinconcito papá. Había una cola burocrática que se fletaba mi padre, mientras yo jodía a mi jefa para que me diera una idea de cuánto faltaba para el fin de la historia. Y mi mamá, creativa ella, hizo que el concepto de “5 minutos” adquiriera dimensiones Borgianas cuando lo único que entendía yo eran las alineaciones que publicaba el ESTO.

Hoy me intriga hacer memoria y entender cómo ha cambiado ese proceso. Porque por más que yo haya crecido y redimensione los sucesos en la versión adulto contemporáneo, estoy seguro que a mis sobrinos o demás ínfulas imberbes no se les hace eterna la espera en el check in del hotel provinciano. Las tradiciones han cambiado y el registro Express es lo de hoy, todo es de volón pimpón, y tienes tu tarjetita alias llave en menos de lo que canta un gallo.

Y ya ni qué decir de los modernizados moteles que incluso te evitan la exposición pública al reducir el lobby de hotel a su mínima expresión: un chalán que te recibe el coche, te cobra el hospedaje, te da tu llave y si te descuidas hasta te da un masaje preparatorio.

Ya me perdí… ¿era esta entrega Lobby de Hotel, o Se Extingue? Bueno, pues yo creo que una mezcla de los dos. RIP.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Gaznate



Dulce es lo que no soy, si acaso picante, ácido, corrosivo. Me es difícil verme como un postre, me gusta más pensar que soy el plato fuerte, algo lleno de proteínas, grasa y harinas, una fritanga rebosante de lípidos difíciles de digerir: un plato de chanfaina, una gaonera del Califa, un taco de buche del puesto de doña Cata en el Mercado de Portales, pero no un postre.

Normalmente, nunca pido un postre, prefiero un café o un sambuca, es más, mejor un Chinchón dulce derecho. Lo que más me puede llamar es un heladito, nada complicado, vainilla con chocolate. Antes decía: dulce yo y dulce el postre, le va a dar diabetes al pastelito, mejor no como, pero no, como dije, no soy dulce, nada cerca de serlo.

Tan no soy amante de la glucosa que no puedo siquiera ver la catsup, es más casi me vomito al probarla. Aberración culinaria, gringada sin chiste, dulzada destruye sabores y atonta paladares.

Ahora que si me hacen manita de puerco y mojo mi pluma en mis papilas gustativas me imagino como un gaznate, un dulcecito retro, nada apetecible por fuera, envuelto en una vil bolsa de plástico blanco, pero con un relleno tan simple como agradable, tan espeso como pegajoso. Un gaznate porque ya no es algo común en estos días ver uno de esos, porque antes estaba en todos los cines, pero como él, yo desde que nacieron mis hijos, me paro en una sala cada que Pixar hace algo o que estrenan 31 minutos.

Un gaznate, porque soy un producto para conocedoras, artesanía que se come con las manos para terminar chupándose los dedos. Tan español que ya es meztizo. Un gaznate porque eventualmente soy la pura piña, pero en realidad soy más reconocido y apreciado por mi coco.

¿Qué tal? Ya no le sigo porque me empalago y los empalago. Chau.

Just like honey


El mejor título para mi delirio más grande: el postre. Y esta canción de The Jesus and The Mary Chain me trae los mejores recuerdos y no precisamente de postres...pero eso...en otra ocasión se les revelará. Sin embargo, viene muy al caso en este tema, porque he decidido salir del clóset y he dejado salir, al fin, mi verdadera personalidad: Soy verdaderamente dulce. Olvídense de aquella mujer amargada e intolerante. No he dejado el sarcasmo a un lado, ni mi parte burlona, pero decidí sacar a flote mi alter ego...La Olis tierna y dulce que, en algún momento de mi suave infancia y adolescencia reinó por los pasillos de las tardeadas del News. Si...esto suena como a...si...como a enamoramiento...si...aunque no hay que echar las campanas al vuelo...

Los que me conocen saben que cambio las vitaminas, omega 3 y proteínas por una exquisita ración de cabrohidratos complejos y glucosa en cualquier momento. No lo pienso. Nunca. El postre es lo primero que veo en una carta. Lo primero que pregunto en cenas, comidas o reuniones, '¿Qué habrá de postre?' Esto me ha hecho una verdadera experta en recetas e ingredientes para la manufactura de estas delicias. Soy una experta en cremas pasteleras...en pasteles de chocolate...una neófita en pays de ruibarbo, pero el primero tuvo gran éxito...en galletas de piloncillo y nata...en Torrejas para cuando los niños pierden el primer diente...en flan de elote...en Carlotas de bayas salvajes...toda una Julia Childs meets Chepina Peralta.

Y después de pensarlo por más de 3 días qué postre sería, mis elecciones son las siguientes.

Red Velvet Cake...

La combinación del betún de vainilla, suave, dulce, aterciopelado y con la consistencia perfecta, ni muy pesado, ni muy ligero hace que el relleno de frutos del bosque sea acidulado en lugar de agrio.

El pan es esponjoso, rociado de la humedad que le da la leche condensada para que, al momento de probarlo, no sea una tarea que implique litros de café o té para poder comerlo. El color rojo lo hace diferente y, sin lugar a dudas,  divertido.

Un pastel sin pretensiones, pero nada aburrido.


Cupcake...

Pequeño, compacto y delicioso. El más socorrido de todos los postres, pero el más difícil de obtener. Porque hay varios, pero un buen cupcake, no se encuentra tan fácil.

La cantidad exacta de merengue, la cantidad exacta de pan, de manera que pueda comerse en 4 bocados y no sea un muffin. Delicados. El relleno de limón, de fresas, de plátano, de vainilla debe de ser exacto para no resultar empalagoso.

Ni tan dulce, ni tan ácido, ni tan amargo, ni tan ordinario. Se puede comer en cualquier estación del año. Sin duda, un pequeño gran postre.

Cada vez que vean en un restaurante la charola o carrito de los postres, sólo piensen en las mujeres del Titanic que le dijeron que no al mesero. La vida es incierta, por eso yo como el postre primero.

Así es que todo el mundo tiene un precio...el mío son los postres.

No, no fue escrito bajo el inlfujo de 'Just like honey'...en esta ocasión le tocó a Beethoven con la Sinfonía No. 7, en A, Opus 92, Allegro con brío conducido por mi favorito, Carlos Kleiber y su Orquesta Filarmónica de Viena. Perfecto para el tema de pastelillos.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

A la carta


Sondeo realizado en varios momentos del martes para construir este dulzoso post. Si yo fuese postre.... sería:

Ceci: Un panquecito de vainilla por dulce y bonachón.

Lawrence: Una simple gelatina de piña por simple, fresco y agradable para cualquier momento

Maru: Una tarta de zarzamora. Cuando pruebas una zarzamora corres el riesgo que sea muy dulce o muy ácida y tú eres así, de repente muy dulce y de repente muy ácido. Pero nunca se sabe cómo serás entre esas dos posibilidades.

I: Un mousse de chocolate amargo que se derrite.

Olivia: Arrroz con leche. Eres como Mauricio Garcés, jaja.

Miranda Hooker: Una natilla, como la que comimos en la Buena Fe.

Flais: Arroz con leche o helado de vainilla con chocolate. Parece fácil pero tiene su chiste, a la mayoría les gusta, les cae bien, si está decoradito hasta se ve elegante y lo mejor es que el encanto está en la sencillez, en su mayoría lo más rebuscado sólo se ve bien en la vitrina.

Kiddo: Cheesecake. De apariencia firme, pero esencia suave. Tan sutil que se derrite en la boca y siempre deja con deseo de comer más. La clave es acompañarlo de momentos especiales. No cualquier día ni en cualquier momento uno puede comerse un cheesecake... Lo mejor es que tiene la dosis perfecta de galleta y queso, así no empalaga por lo que es fácil nunca saciarte de él.

El Terrible: Definitivamente podríamos pensar en chongos. Debes ser más empalagoso que la fregada. Pero bueno, siempre hay a quien le gusta eso, así que no me hago el mamador.

Xosean: Expresso cortado doble. Perfectamente sirve para una buena plática, sin empalagar, acompaña perfecto, pero al mismo tiempo tiene el carácter y la personalidad propia para disfrutar su estancia. No es cuestión de ocurrencia, sino una muy buena costumbre.

Gabs: Flan, por lo dulce y la consistencia suave, super friendly, no orgulloso, no egoísta, suavecito.

Mac: Creme brulee. Suena fresa, es cremoso, dulce (sin sonar puto, aunque sobra un poco por tratarse de postre) y un poco quemado.

Mou: Eres flan. Tú y la leche son uno mismo. Tienes huevos, aunque puedes ser blando por dulzón.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Atascado


Yo puedo perdonar berrinches, groserías, escenitas y hasta madrinas. Pero no, no que no, no puedo perdonar el postre.

Disculpen ustedes el francés, pero no se me ocurre otra manera más clara de expresarlo: comer sin postre es como coger sin orgasmo. El postre es el punto donde todo se puede rescatar, donde las delicias de un gran banquete se pueden redondear, o las miserias de una pésima comida se logran olvidar. Un buen postre es el besito de las buenas noches. (Mi estómago y yo) nos podremos madrear, pero no nos dormimos enojados.

Así, me considero un experto en el rubro. Y no me espanta el desborde ni el empalague. Si nos rigiéramos por esta premisa, si yo fuera postre sería un brownie con helado y jarabe de cholocate encima: siempre a la bruto, siempre confiable.

Sin embargo, en mi reciente viaje a NY, por recomendación de Tamara fui a un restaurante de Max Mara, donde se hace alusión a la historia ésta (que por cierto desconozco profundamente) de Charlie and the chocolate factory. La premisa es muy sencilla: todo es de cholocate. Fondues de chocolate, bebidas de chocolate, pasteles de cholocate, panes de chocolate.

Y lo que es aún mejor: pizzas de chocolate.

Y como les digo, yo no perdono, no me pude ir de NY sin pedir mi pizza de chocolate. HMI le dio dos mordidas y dijo no puedo más, aistán mis rebanadas. Pues voy que te quedó jabón, compermiso pa'luego es tarde. Así, pude disfrutar por partida doble de una crujiente masa dulce, con cajeta como sustituto de lo que vendría siendo la marinara, una capa de chocolate encima, y como topping, bombones blancos bañados con el mismo chocolate.

¡Provecho!


Corrijo: si yo fuera postre, sería la pizza de chocolate de Max Mara. Cómo de que no: soy un atascado.