lunes, 31 de agosto de 2009

Los caminos de la vida

Utilicemos nomás por esta ocasión esa metáfora chaqueta de que la vida es un camino. Stop. En esa imagen mental, ¿vas en coche o caminando? ¿O en camión? ¿Solo o acompañado? ¿El paisaje es árido o frondoso? ¿El pavimento tiene baches o está planito? ¿Jamás habías hecho ese ejercicio? Yo tampoco, pero lo haré para explicar esta idea que se me ocurrió para el post del día. 

¿Cómo saber si el camino en el que vas es el correcto? ¿Cómo saberlo, si al momento vas caminando de frente y no hay de otra más que para ir adelante? ¿Cómo saber si atrás de la montaña hay otro camino más tranquilo y más adecuado para tu tracción personal? ¿Nunca han tenido la duda?

La única manera de tener esa duda, es haber tenido que elegir previamente. Si nunca has hecho consciencia de haber pasado por esa angustia de elección, es imposible sentir la presencia de esa mosca que cuestiona “¿estaré en el camino o en la desviación?”.

No sé si me estoy dando a entender (espero que sí, porque si no, ya se chingaron, jeje). Por ejemplo: me considero un tipo afortunado, pues nunca tuve duda alguna de qué carrera estudiar. Lo supe desde la prepa, un día que me puse a narrar un partido intersalones en LaSalle. En la propia carrera sólo tuve una disyuntiva: entrar a trabajar al periódico, o apostarle a ser cinematógrafo sólo porque tenía en ese momento una lombriz que me despertaba esa inquietud. Tomé el camino del periodismo y no me ha ido mal. Sin duda, cinematografía hubiera sido una desviación.

En otros temas he vivido mayor incertidumbre. Seguramente todos coincidirán en que el amor es el rubro que nos presenta más posibilidades de elegir. De igual manera, es complicadísimo saber si la decisión tomada es la buena o la mala, porque una vez que nos trepamos al camión de los sentimientos, estamos tan apendejados que no volteamos a la ventana para ver si ya se nubló o si sigue despejado.

Mi abuela estuvo casada 52 años con mi abuelo antes de que muriera. El sistema siempre fue el mismo, Afif ponía el circo y Marlene racionaba el pan. Así se siguieron todo el camino. Hubo una época en que peleaban por todo y agendaban sesión de chongazos tres veces al día, pero supongo que a los 60 y tantos es más fácil seguirte de frente y driblar los charcos que echarte un reversón y tomar otro sendero. Entonces se siguieron, y en su caso fue la mejor opción.

Diario tenemos ante nosotros pequeñas decisiones hormiga que pizca a pizca mueven el volante de nuestra vida. Y hasta que no recorres un buen tramo te podrás dar cuenta si la decisión fue acertada. Siempre cabe arrepentirse, pero hay ocasiones en que revertir la situación se sale de nuestras manos. 

De todas las decisiones importantes de mi vida, sólo me arrepiento de una. De las demás, las consecuencias me han nutrido más o menos. No dudo que al final descubra que esa única decisión de la que me arrepiento, también encontrará su redención.

(Perdón, perdón, debo de dejar la leche Nido y regresar al Chocomilk. Me puso a debraiar feo).

viernes, 28 de agosto de 2009

Mi Ratatouille



No sé qué extraño encanto tienen los programas de chefs, pero ya existe todo un canal de gente que cocina frente a nuestros ojos, y son realmente hipnotizantes.

El chef Ramsey llega y entre 25 "bloody" y 62 "fucking" transforma un restaurante en Marbella: dejan de servir camarones en salsa de chocolate y ahora con merluza y porotos no tiene una sola reservación. O qué tal el japonesito como de 150 kilos, que con su Wok y su acento porteño prepara unas ondas deliciosas.

Seguro habrán visto al chocolatero que en cosa de media hora arma trufas o que marmolea con el famoso dulce en color blanco unas rejillas para acompañar un mousse.

Lo que realmente no entiendo es por qué nos embelezamos observando eso, y hasta ponemos atención si nunca, pero nunca llevamos a cabo una de esas recetas, y bueno, a veces hasta tomas nota de los ingredientes. Yo ya me descubrí incluso tratando de picar apio con el contoneo de esos maestros y lo único que conseguí fue casi quedarme sin el índice de la mano izquierda, inocente dedo mío que presume más de siete cicatrices producto de mi torpeza natural para realizar todo tipo de trabajos manuales con objetos punzocortantes, vidrios, verduguillos y hasta desarmadores.

Existe una extraña fascinación por salivar pavloviana y caninamente, mientras un semejante transforma los que yo sólo soy capaz de meter en un carrito de super y llevarlo a la caja para que lo cobren, en un manjar digno de Gargantúa.

Mis favoritos en esto de la cocina vía cablevision son tres pero empezaré con Paulino, el güero que salía, o sale no lo sé, en el Canal Once. Me cae bien hace cosas que creo que sí podría comerme, porque hay otros que les quedan unos platillos muy bonitos pero que me dan más ganas de meterlos a una vitrina que de engullirlos. Además el tipo prepara todo con sencillez y al mismo tiempo hace ver gourmet hasta una crema de chícharo.

En segundo lugar, la maestra de maestras, Chepina Peralta antecedente primigenio de todos estos actuales cocinerillos. Esta mujer se rifó el físico cuando nadie la pelaba y cuando patrocinada por Knorr Suiza o Crema Chipilo, tenía que aguantar que le dieran cinco minutos para impresionarlos. Sus recetas iban más por el arroz esponjadito y los fideos al dente, el cuete mechado o las enfrijoladas con huevo, pero la señora es un clásico, y digo es, porque hace dos días la escuché en radio, donde pierde mucho su encanto ya que su carita como de bulldog no se puede ver, pero me dio gusto saber que la señora cocinera aún "no duerme con los peces" (esta frase la dijo Clemenza en el Padrino al recibir el mensaje siciliano con el chaleco de Luca Brasi).

Así como Chepina es la mamá de todos los chefs de la tele, ahora con tanto CSI y cantidad de series forenses, nadie se detiene a darle crédito al maestro Quincy, ruquito con cara de político priísta que es el primer paso en la evolución coroner.

También ahora todo mundo hace sus programitas de viajero, ya sea mochila al hombro, vip, etc., hasta un blandengue y caguengue GEM (Gringo en México), pero ahí sí habrá que reconocerle al nefasto Raúl Velasco que él empezó con México, Magia y Encuentro para mostrarnos en tediosos episodios sabatinos, aderezados con soporíferos bailes regionales, la belleza del territorio nacional.

Bueno, total que nada es nuevo todos los programas de hoy son ideas, que como dice un amigo mío, son más viejas que sentarse pa'cagar (perdón a los castos de las lectoras pudorosas, pero es la verdad) siguiendo con los cocineros que admiro el tercero, es el gran Juan Cortés: mi padre. Mi gordo es mi Ratatouille personal, un mago de los sabores que puede preparar un platillo en su casa con el simple hecho de haberlo probado antes en un restaurante. Así un día, de la noche a la mañana, sin recetario ni nada, sin pesar ingredientes armó una cochinita pibil y hasta la fecha, es una exquisitez que muchos de mis amigos piden haga mi jefe en cada uno de mis cumpleaños.

Podría gastarme días enteros hablando de sus mixiotes, tamales, pozoles, piernas ahumadas o simplemente de sus frijoles, todo le sale bien, tnato que él enseñó a cocinar a mí mamá sin tener más academia que su lengua y sus papilas gustativas.

Lo mejor de todo es que cuando alguién le pregunta oiga, esto está delicioso ¿cómo lo preparó?, su respuesta es siempre similar: "pues con agua y sal, la olla express", "pero qué cantidades", "Uy, pues ahí al tanteo, cuando vayas viendo que ya sabe bien le paras". Plop, invariablemente todos se van como Condorito, y yo orgullosísimo de mi Ratatouille.

jueves, 27 de agosto de 2009

No hay pa´todos


Desde mi más temprana edad, la comida ha sido una de las partes fundamentales de mi vida. Siempre presente en momentos decisivos e importantes: Navidad, Año Nuevo, Cumpleaños, pedidas, rompimientos, mudanzas y nomás por el simple gusto. Mi familia le gusta la buena comida, ni hablar. Pero no me refiero a Chateaubriand o caviar...me refiero a un rico Chilatequile, Elopozole o Adobo Guerrerense. Aprendí la importancia de los ingredientes y del empeño que se le pone a una simple milanesa o a una nogada.

Pero, he de admitir que hay platillos que me subyugan y que son verdaderamente mamones. Como puedo comer en El Paisa de la Roma, puedo comer sin ponerle peros, en Charlie Trotter de Chicago. ¿Cúal es la diferencia entre el pozole de Doña Licha y el Daniel? No es sencillo, pero es lógico. Los ingredientes y la técnica. Es por lo que uno paga.

Y dado que este tema se presta a la presunción, voy a pecar un poco de ella y les contaré del lugar más mamón que he ido, junto con el menú más mamón que ha existido. Este lugar se llama L'Arpege y está en nada más y nada menos que París. Tokio es una ciudad repleta de restaurantes mamones, pero éste, se lleva las palmas.

El precio por un prix fix, o séase, un menú personal es de US465. Alain Passard que es el chef, es vegetariano y sus vegetales y frutas los cultiva en una granja bio-dinámica a 160 kms de París. Éstos son cosechados, literalmente en la mañana, debido a que su sabor es más fresco y los colores son más vivos. Se recogen, se ponen en un tren especial de Le Mans y llegan al restaurante para la hora del lunch, o sea, las 12 PM. Es algo loquísimo y excéntrico. El platillo más mamón es el Confit d'tomato con 12 sabores....y es postre, así es que se imaginarán. Pero es sublime...y sí puedes diferenciar los 12 sabores. Claro...puede ser que a alguien no le guste. No porque sea caro, significa que es bueno para todos.

Y amigos, ahora que me encuentro en el 'ajo', les puedo decir que no sabemos lo que tenemos, hasta que lo vemos perdido. El platillo más mamón que pueden considerar los alemanes es el mango manila. Servido simple y llano. Sin más introducciones, sin más preámbulos. Un delicioso y jugoso mango manila que, a nosotros, se nos pudre en la cesta de la fruta. Aprécienlo porque yo acá me traje un bote enooorme bote de Miguelito...y no encuentro a qué ponérselo...

miércoles, 26 de agosto de 2009

Los panes cubiertos y las velas


No, no recuerdo un platillo mamón. Lo siento, pero eso es relativo. He probado cosas deliciosas en este mundo servidas en un plato, en una palma, en una papaya como base, en un plato chino, en una capa de hierbas, en fin.

Pero lo que sí sé es que las cenas del Shabat judío son la neta. No, no soy jew (ni Dios ni Alá lo permitan), ni soy de los que creen que el Mesías ha tardado (y sigue tardando) más de 5,700 años en venir.

Soy católico y requete católico y respeto a quienes no lo son, pero a la vez, he de decir que las cenas mamonas a las que me han invitado mis tíos que viven en Wisconsin (Becky y Bob) son realmente fastuosas. El pan es exquisito, el vino igual, y ya lo que deseen acomodar como platillos, pues es al gusto.

En 1999 cené por última vez bajo el signo del Shabat de viernes, pero aún recuerdo que me empaqué como 560 cosas que sigo digiriendo casi 10 años después.

Lo más mamón eran los 45 pasteles que hay en cada sentada, y en particular, el marmoleado. Lo extraño, me encanta, lo añoro, pero, no, no por ello me dejaré la barbita (al cabo ni me sale), no me pondré sombrero ni me volveré "judas", como yo les llamo cariñosamente a estos compadres, hijos del buen Moisés.

Sólo me queda la duda: si se visten re feo, si bailan de la shit y si son así como raros, ¿cómo diablos-judíos le hacen para cocinar tanta cosa y taaaan sabrosa?

Shalom....

lunes, 24 de agosto de 2009

Sombrillita amarilla

Quienes me conocen sabrán que mis papilas gustativas tienen una alta debilidad por el azúcar: todo aquello que destile glucosa es candidato a convertirse en verdugo de mi lengua.

El origen de esto tal vez esté en las cantidades industriales de papilla de verduras que me recetaba mi abuela de pequeño. Como quiera que sea, me encuentro totalmente vulnerable cuando frente a mí hay un helado, pastel, pastelito, galleta, pay, flan, crepa o cualquier conglomerado de azúcar listo para empacarse.

Esa debilidad también se traslada al alcohol. Mi primera peda, a principios de secundaria, me la acomodé con Malibú...

(Renglones dedicados a darles tiempo para que se burlen y hagan escarnio de la pasada declaración).

Y no. No me importa. De hecho, me declaro adicto a todo tipo de cocteles jotones, tales como piña colada, daiquirí, malibú con jugo u otro, esos cuya mercadotecnia etílica dicta que su target son, principalmente, féminas sin garganta profunda. Durante años he lidiado con burlas e insultos bienintencionados de parte de mis cuates, muy machitos ellos porque piden bebidas sabor a nimadres mientras a mí me conquista el paladar las otras mencionadas coqueterías.

Hoy día lo puedo escribir abiertamente, y eso se lo puedo atribuir a una ocasión en particular, cuando tenía alrededor de 18 años y fui con mi banda de prepa a La Valentina. Todo el mundo se arrancó a pedir sus cubas (no me gustaba el Bacardí), sus desarmadores (el vodka aún no me conquistaba) y sus charros negros (tal combinación se me hace nada más de último recurso).

Yo no hallaba qué pedir, y se me hizo muy fácil voltear la página a la lista de cocteles. Y sin fijarme en los nombres, revisé cuidadosamente que me gustaran todos los ingredientes de la bebida que iba a pedir. Casi al final de la columna vi: tequila-leche condensada-granadina.

¿Por qué no? Señalé al mesero... Tráigame una de éstas. Y fue el mesero, y cuando llegaron los tragos, frente a mí quedó algo similar:
(Debo acotar que en la gráfico faltó la sombrillita amarilla junto a la cereza que llevaba en aquella ocasión)

Las famosísimas medias de seda desataron las risas en la kilométrica mesa en la que estábamos, y no pocas damas se me quedaron viendo con cara de qué chingaos pidió este mariquetas. Mis cuates se pitorrearon el resto de la noche (si no, no serían mis cuates), y desde entonces quedó grabada la anécdota como la peda en que su servidor salió del clóset gustativo.

Ni pedo, dijo Alfredo. Uno no está para fingir, y menos cuando de satifacer al estómago se trata. Hoy en día, lo mío lo mío en la peda es la paloma: el tequila no me da cruda, el limón es mi fascinación, y tampoco daña demasiado el presupuesto. Además es versátil y fácil de conseguir.

Sin embargo, jamás reniego cuando se trata de complacer la garganta en la playita, cuando llega lo que viene siendo el japi-aguer: el momento justo para entrarle a la bebida mamona, obviamente, con su rigurosa pizca de carrilla de la banda. Ya en el momento, qué importa. Total, esas madres empedan más rápido.

viernes, 21 de agosto de 2009

58 entre 3




En aquéllos remotos y bucólicos tiempos en los que preferíamos una copa de vino a una copa 38C, esa época donde una excursión entre amigos jalaba más que una minifalda, el club de los malhechos decidimos embarcarnos en una aventura de dimensiones transestatales y viajamos a Malinalco sin otro propósito definido que beber, escuchar la música que nos gustaba y escucharnos los unos a los otros, mientras los grados Gay Lussac desnudaban las entrañas de nuestro subconsciente.

Elliot, Simón y yo llegamos a la terminal de Observatorio y nos trepamos al primer expreso a Chalma que encontramos, claro que propiamente armados con una enorme grabadora Sony, de esas con bocinotas, algo así como lo que usaban los negros en el Bronx en la era A.I. (Antes del Ipod). Unos chones, una chamarra y unas calcetas de repuesto componían el equipo de campamento para tan importante expedición.

Dos horas después, en Chalma, tomamos el pesero, un Valiant 80 que nos llevó a afuera de la iglesia de Malinalco donde dispusimos de un par de tlacoyos blancos de haba por cráneo con un Del Valle de toronja comprado en el estanquillo tipo la tienda donde Tizoc le vendía las pieles a su padrino. Acto seguido, en la tienda de la calle contigua, nos abastecimos para el día en el que ya empezaba a pegar el rayo de las dos de la tarde.

La primera propuesta fue dos caguamas por cristiano, pero luego más racionalmente pagamos el debido importe y cargamos con todo un cartón de medias, que al fin como las íbamos a chiquitear, nos durarían hasta la noche cuando saldríamos a rolar por el pueblo en busca del "Inglés" tío de Simón que más bien se parecía al personaje del "Queremos rock" de Héctor Suárez.

Cartón en hombro nos encaminamos a uno de los dos únicos hoteles-posadas que había en el centro del poblado. Rentamos un cuarto con tres camas, y con grabadora y chelas enfilamos hacia el cerro donde está la zona arqueológica.

Antes de llegar a las faldas del cerro, Simón nos indicó el lugar de la reunión: un conjunto de mesas y sillas de cemento ubicadas a la vera de dos alberquitas que hacen de balneario. Como era un martes, no había ni visitantes ni "hoteleros", así que nos sentamos y le dimos volumen a la "gabacha".

De "Los Viejos Vinagres" de Sumo pasamos al "Tarado de cumpleaños" de GIT, hasta que de repente una niñita de unos seis años nos abordó y habló con la tonadita cantada como chismosa que tienen los niños para dar un recado. "Que dice mi mamá que si quieren estar en las albercas tienen que consumir cervezas del refri y pagar un peso cada vez que vayan al baño".

Simón argumentó que con el cartón que teníamos era suficiente, pero yo, que un favor y un desprecio jamás los hago, le contesté: "Dile a tu mamá que con mucho gusto ahorita le compramos unas cervecitas". Total, le dije a Elliot y Simón, le compramos nada más unas dos o tres para que nos deje estar aquí.

La música y la charla existencialista corrió tanto como la cerveza, ese día por alguna extraña razón el momento de éxtasis de la peda nos acompañó por horas, porque no sé si lo han notado, pero la borrachera consta de cuatro grandes estados: primero la vehemente tarea de empedarte, que requiere de ritmo, un gañote receptivo y afable, así como un codo bien aceitado, además del arsenal suficiente para no perder potencia, que es como cuando inflas un globo y si lo descuidas pierdes el camino recorrido; luego viene el soberbio y extático momento de felicidad absoluta donde te sientes jarra, pero estás en total control de tus actos, la chela o el alcohol saben divino y la charla o el baile fluyen como si fueras tan bueno, para hablar como el Ché, o tan bueno para bailar como Milton Gio. Esto dura entre media hora y 90 minutos, no más.

El bajón viene cuando ya de briago comienzas a arrastrar la lengua, el alcohol como que ya no pasa, se seca la boca, tiras los vasos sin querer, la percepción temporo-espacial es totalmente sicodélica y algunos o pelean, lloran, guacarean o caminan como guajolotes sin cabeza.

Finalmente el cuarto estadio del beodo es acostarse haciendo tierra con un pie y despertar con la cruda etílica, de cigarro (la peor) y moral, ese dura todo el día siguiente y es cuando se evoca al filósofo que acuñó aquello de "Dios mío, si en la borrachera te ofendí, en la cruda me sales debiendo".

A nosotros el momento de éxtasis nos duró como cuatro o cinco horas, y obvio las dos o tres chelas que supuestamente le íbamos a comprar a la señora de las albercas se convirtieron en el desabasto total del refri de la Ñora. Simón calcula, no sé cómo porque andaba tan flameado como nosotros, que consumimos nuestras 20 y 38 chelas de la señora.

La garganta de lata de Elliot negociaba la Corona en un sólo intento, y al final del alarde de juego de cañería azotaba el envase contra la mesa, dejando el interior del cristal adornado por gigantescas burbujas que como telarañas ocupaban el espacio de lo que alguna vez fue esa excelsa bebida de moderación.

Por supuesto que después de cada trago de Elliot aplaudíamos a rabiar, porque nosotros cuando más le bajábamos la mitad en un sorbo. La alegría nos llevo a entonar la "Rueda Mágica" con Simón en la voz de Fito Páez, a Elliot como Calamaro y yo, por supuesto como Charly García.

Era diciembre y mientras anochecía, al son de "Los nacidos para perder", mandamos a Elliot por unos cigarros pal frío, pero definitivamente ya habíamos pasado al tercer estado del borracho y tratando de abrir una botella contra el canto de la mesa, le volé toda la boquilla y casi me la llevo a la boca con los vidrios como cuchillos, si no es porque Simón me detuvo.

Elliot tardó como una hora en regresar con la cajetilla que ya sólo traía un pitillo, por lo que en cuanto lo fumé, nos encaminamos al hotel que estaba dos cuadras abajo, en un zig zag, tan simpático como titubeante.

No llevábamos ni 10 metros, cuando Elliot trastabilló y comprobó que el empedrado estaba bien firme. Simón pasó el brazo del desmayado por encima de su hombro y lo llevó a rastras el resto del camino, mientras yo cargaba el cartón con lo que quedaba y los cascos vacíos, y además la grabadora todavía prendida.

Con el buen paso que llevábamos no tardamos en alcanzar a la procesión en la que todo el pueblo iba rezando el "Ora pro nobis" de la posada con velitas, velos en la cabeza de las mujeres, pero como si nada los rebasamos con nuestro "niño dios" a cuestas y el "Nos siguen pegando abajo" de Miguel Ríos a todo lo que daba.

De Dios no nos lincharon, nos veían como anticristos en pleno aquelarre, más cuando en lugar de apenarnos íbamos con la carcajada de borracho que se ríe de nada y de todo.

En el hotel, depositamos el cuerpo de Elliot en un camastro y todavía con pila, mientras le dábamos mate a las bachichas que habían quedado en las botellas, nos dio por mancillar a nuestro colega, pero no piensen que sexualmente, no, pobres pero machines, sino poniéndole una toalla mojada en la cabeza que lo hacía parecer la Madre Teresa de Calcuta. También vaciamos las botellas en las botas del perdido y le echamos otra parte del líquido entre las piernas.

A la mañana siguiente los picotazos de un enjambre de moscos nos hicieron más amargo el despertar y la cruda, pero el pobre Elliot no sabía dónde meterse, porque sentía el pantalón mojado, los calcetines mojados y hasta las botas y pensaba que le había ganado por borrachín.

Los maldosos no pudimos disfrutar mucho de nuestra acción de "alma culera" porque el dueño del hotel casi nos corrió a patadas y en el pueblo camino a regresar los envases, todos nos veían con odio. Llegué a pensar que tendríamos la misma muerte de Ernesto Gómez Cruz en la película "Canoa" y ya veía volar los machetazos, por lo que corriendo nos trepamos en el primer camión que pudimos, pero no nos fijamos y en lugar de llevarnos al DF nos llevó a Toluca y para volver a casa perdimos todo el día.

Elliot nunca se enteró de la maldad y nosotros pagamos con un susto nuestra mala onda. Defitivamente el crimen no paga y el despertar del borracho siempre es amargo.

jueves, 20 de agosto de 2009

Una fresca mañana

Despertar a media noche por el ruido de que alguien está tratando de forzar las cerraduras de la puerta de tu casa es horrendo. Despertar a media mañana con aliento a cúpula de Oaxtepec sin saber cómo se llama la persona que tienes al lado es espantoso. Despertar en la madrugada porque tu mamá te está rociando de Lysol es apocalíptico. Bueno, despertar como sea, es un acto de la chingada, salvo en sus escasas excepciones. Yo narraré una de esas contadas excepciones que pensando que era el despertar perfecto, sin más, se volvió diabólico.

En mi anterior departamento, tengo dos recámaras, una amarilla y otra azul. La amarilla tiene unos 4 metros más grande que la azul con la salvedad de que la amarilla daba a la calle. Mi ex-esposo y yo tuvimos conciertos infinitos de guacareadas y chillidos los años que dormimos en la color canario; los intérpretes de estas sinfonías eran los oficinistas que salían del bar de la esquina: Ferrucos bar. No importan los chillidos ni las guacareadas, como si yo no lo hubiera hecho. Pero...solían ser a las 2 AM de un martes. De menos nos hubieran dado chance a que fuera jueves para hacerles compañía. El bar fue el culpable de que cambiáramos unos metros más por una tranquilidad pueblerina. Nos fuimos al cuarto azul dos años después de habernos casado.

En esos momentos 'Carta Blanca', llegó con nosotros nuestra adorada Simone, perrita french poodle, regalo de mi exsuegra. Una cosa di-vi-na. Todos aquéllos que reniegan de los poodle (yo me contaba entre ellos, lo mío eran hasta entonces, los West Highland Terriers) no saben lo que dicen hasta que tienen uno. Simone es tierna, inteligente, vivaz, asertiva, juguetona...bueno, qué Lassie ni que ocho cuartos! Un portento de perrita! Ella presenció nuestro cambio de garde-robe con todo y TV de 89 kilos y de jom titer y todo lo que conlleva. La paz, por fin, a nuestras noches había llegado.

En realidad, nada cambió, ni siquiera los lugares de cada uno. Mi lado de la cama siempre ha sido el izquierdo, donde generalmente, se encuentran las ventanas. Como a veces tengo la costumbre de dormir con la ventana semi-abierta, el aire fresco de la mañana que entra por la ventana es inigualable, como de novela de García Márquez: mágico. Por eso, nunca lo he cambiado por nada del mundo. Yo duermo junto a la ventana. No se hable más. A todo esto, pues ya éramos tres los que compartíamos la cama, porque Simone ha tenido trato V.I.P desde siempre, y ella durmió desde cachorrita con nosotros. A veces enmedio, a veces en los pies, pero su lugar favorito, es entre la cabecera y la almohada, o sea, arriba de nuestras cabezas.

En esta época, a mi ex le encantaba ir a jugar Gotcha todos los sábados a las 7 AM. Él, con lo obsesivo que era, reunía a un grupo de alrededor de 15 tipos, todos vestidos con trajes que se compraron en el campo Marte junto con las botas ( de soldados rasos, tuvo que inventar no sé qué cuento para que le vendieran todo el kit) y con pistolas que aceitaba cada quién. Él se juraba Patton antes de entrar a Africa con todo su batallón. Ya era toda una tradición desde hacía unos 2 meses. La noche que terminamos de mudar toda la recámara y demás artefactos que componían a la 'nueva', se interrumpió debido a que al otro día, era sábado de Gotcha.

Como ex-esposa jodona le recordé que tenía que sacar a Simone. Eran ya las 12 AM y la pobre perra ya le podía ver la meada en el borde de los ojos. Refunfuñando como exesposo huevón, la sacó a la calle 3 minutos. Regresaron y le pregunté si la perra había hecho caca. Él dijo que no y que seguro no tenía ganas, si no, habría hecho. Mmmmhh...no es lógico, la ex-esposa jodona había quedado atrás y habló la etóloga, 'A ver Sucu (pseudónimo mamón que utilizaba para llamarle al ex) si no la paseaste en el pastito, ella no iba a hacer caca porque ya se acostumbró al pastito. Es un condicionamiento que reforzé a través de alabanzas.' Qué dijo?????!!!?? Él después de escuchar esto, me prometió por todos sus muertos que la iba a sacar antes de largarse al Club de Tobi, pero que le diera chance de dormir, mis primos iban a llegar a las 6:15 AM y ya las estaba dando. Después de esta sesuda conversación, nos fuimos a jetear. Yo en mi lado izquierdo con la ventana semi-abierta, él en el lado derecho con una pata descubierta y Simone en nuestras cabezas.

Entre sueños, sentí la brisa mañanera, fresca e impasible sobre mi mejillita. Deliciosa, con olor casi dulce. Regresé a mi momento onírico en donde estaba en un jardín lleno de Pensamientos, Violetas Africanas, Lillies y demás flores en un valle verde. Yo las estaba sembrando. Tomaba con mi mano derecha la tierra y con la izquierda la palita para, poco a poco, llenar el hueco de la plantita. El sueño era tan vívido, tan cierto, que en la vida real, mi mano fue arriba de mi cabeza para agarrar la tierra que estaba enfrente de mí...esperen...tierra??? en mi cama??? abajo de mi almohada??? NNNNNNOOOOOOOOOOOOOOO!!! Levanto la cabeza, veo a Simone con las orejas hacia atrás, levanto mi almohada y sí...está lleno de mierda de perro...y yo estoy con un puñado de caca en mi mano derecha, lista para echar a la siembra. Toda la cama es un paraíso cacal. Mi ex se levanta al escuchar mi grito de 'Nuestra hija se cagó!!!' y ni tardo ni perezoso responde en el mismo tono y con un sopecito de caquita en la frente, 'No mames!! Qué poca madre pinche Simone!!'. Simone se escabulle por debajo de la cama y del miedo, ahora se caga, pero con consistencia muy parecida a la avena encima del multicontacto de todos nuestros gadgets.

El resto es histeria e historia. Juan, mi ex, tuvo que levantar la cama y el box para que yo pudiera coger a Simone y sacarla para bañarla. Él se metió fúrico a bañar, un poco por la mierda en la frente y otro tanto porque no sonó el despertador y mis primos ya lo estaban esperando y vieron que, literal, tenía mierda en la cabeza. Yo lavé mis manos con cepillo para limpiar gamuza, con cerdas de cobre y con cloro. El despellejamiento duró 5 días. A Simone le tocó baño y un regaño muy leve de mi parte, finalmente al que se le debe de echar la culpa es a Juan por no haberla llevado al pastito. Tiré el multicontacto y llamé a Chem Dry a que lavara el colchón. Tiré las almohadas y las fundas y sábanas las lavé a mano con guantes y luego las mandé a la tintorería porque eran unas Laura Ashley de 800 hilos, ni loca que las tiraba.

Concedo que Simone, de menos, se hubiera bajado a echar el cake en el piso, pero de igual manera, ella estaba también en un sueño por el que no se hubiera movido por nada del mundo. Aparte, como le dije a Juan, de no haber sido por ella, no se habría despertado para ir al Gotcha.

Simone tiene ya 7 años y nunca más se ha vuelto a cagar en ningún lado mas que en el pastito. Ahora sus sueños son más dinámicos y con control de esfínteres.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tú no me viste, yo no te vi


Y cuando despertó...

Vio que no estaba en su casa.
Sintió que (por préstamo de su novia) podía apropiarse de la casa.
Desayunó tanto como si fuera su casa.
Se durmió otro rato en su no casa.
Comió con los pies arriba en pose digna de dueño de la casa.
Intuyó que alguien podría llegar en cualquier momento a la casa.
Vio después que alguien se aproximaba a la casa.
Oyó que se abría la puerta de la casa.
Se escondió en el ropero de la casa.
Se puso nervioso al ver a través de la rendija al dueño de la casa.
Recobró la calma al ver que su suegro (auténtico dueño) se marchaba de la casa.
Salió del ropero de la casa.
Inexplicablemente y, pese al susto, permaneció otro rato en la casa.
De nuevo vio llegar al suegro, o sea el dueño de la casa.
También vio que éste llegaba con su amante a la casa.
Mientras ambos se metían al jacuzzi, salió del ropero sin hacer ruido y escapó de la casa.
Jamás, hasta ahora, contó lo que sucedió después de despertar... ese día, en aquella casa.

lunes, 17 de agosto de 2009

No lo vuelvo a hacer

Madrid, España. Septiembre de 2007.

Abro los ojos, y sospecho que por ahí entró la peor sensación de mi vida. Flanco derecho, un charcazo cafesoso con trozos de McNuggets húmedos, como recién horneaditos de mi estómago. En la cama de al lado, mi hermano HMI durmiendo.

No lo vuelvo a hacer, neto, no lo vuelvo a hacer. Me senté tratando de pisar tierra, pero todo se movía. Hadi, Hadi, hermano, despiértate... "¿Qué pedo?". Pues qué pedo, eso pregunto. Escalofríos en manada, uno tras otro, temblorina permanente, ojos irritados, y un malestar generalizado que no le deseo ni a mi hermano cuando deja la pasta sin tapar.

Estoy crudo. "Pues claro que estás crudo, cabrón". No mames, neto no lo vuelvo a hacer. Quité la sábana guacareada. Me sentaba, me acostaba, me volteaba, me acurrucaba, me estiraba, y todo nada más empeoraba. Ya sé, un regaderazo, ése nunca falla. Futs, pero cada pinche gota de agua parecía bala en Michoacán. Más caliente, más, más. Y no servía. De esas veces que tienes ganas de llorar, y sólo te dan más ganas porque nomás no puedes. No... es que... neto... no lo vuelvo a hacer.

¿Qué pasó ayer? (Acabo de ver The Hangover, por eso me acordé, jeje). No me acuerdo de una chingada.

Resulta que nos fuimos de copas, evidentemente. Vodkas en el primer bar: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Una cuota normal para mis estándares. Pero nos salimos de ese lugar para irnos a "La Floridita", un antro cubano. ¿Qué chingados teníamos que ir a un antro cubano, si mi hermano HMI no sabe bailar, y yo sí, pero con los mismos pasos le pego a la cumbia, a la salsa, al merengue, al rocanrol, y al reggeatón si se descuidan? Pero bueno, ahí fuimos.

Llego a la barra. Un mojito por favor. "¿Para qué quieres un mojito cabrón?". ¡Tres mojitos! ( ya teníamos una acompañante). "Cabrón, yo no quiero mojito". ¡Tres! El barman, ni tardo ni perezoso, sirvió los tres y yo me largué a bailar merengue o lo que sea, con la chica en cuestión. Por supuesto, mi hermano pagó (mentándome la madre).

A partir de ahí no me acuerdo. Dice mi hermano HMI que me robé unos lentes que estaban en la barra, unos lentes tipo Woody Allen que aún conservo. Que bailé... no feo: horrendo, espantoso, deprimente, bestial. Que ya salí del lugar muy mal, y él con un whisky en la mano, mismo que le costó 15 euros. Y que antes de que le diera un trago, yo le pedí que me lo diera a probar. Y que como no me gustó, lo tiré al suelo. Así, 15 euros, al suelo, como agua entre los dedos. Que tomamos un taxi (en Madrid, donde todos tienen GPS) y que empecé a gritarle al taxista de que por ahí no era. Que nos bajamos frente al hotel y unas chicas buena onda nos invitaron a una fiesta, pero mis condiciones lo impidieron. Que entré al cuarto dando tumbos, y que al querer quitarme los zapatos, le solté unas patadas. Y que entonces, me quedé dormido tal como me fui al pedo.

Y que así desperté, con mi guácara de McDonalds protegiéndome fiel. No lo vuelvo a hacer.

Después de dos horas de lamentos y pesadumbre, logré vestirme y fuimos a un restaurante muy español. Y el encargado del lugar, conocido de Hadi, me dio una patata española divina, hermosa, la mejor del mundo. Con Tabasco "para que picara". Ahí medio curé mi cruda y la patata española la adoro.

Habíamos comprado en el duty free un Absolut Pear que se veía hermoso en mi maleta, pero que después de la aventura me daba asco nomás de verla. La dejé enterita en el hotel, así, sin destapar.

Un botones, o alguien del hotel seguro se puso un pedo gratuito. Yo desde ese día no tomo vodka. Porque no, no lo vuelvo a hacer.

sábado, 15 de agosto de 2009

La foto

Probablemente la única vez que nos verán juntos.


Y ya.

jueves, 13 de agosto de 2009

¡Vive la Diference!





Escribir los viernes de Korova no es nada sencillo. Además de tratar de ser quien soy y además escribir algo que me guste y diga algo real y neto, tengo que enfrentarme a que el lunes Chanfle II retrate una bonita estampa platónica que me recordó a MacCuley Culkin en la película "Mi primer beso", que afortunadamente no terminó en un chamaco picoteado (por abejas) sino en una viscosa, sabrosa, pegajosa y hasta chiclosa anécdota.

Luego el martes, Miranda nos recuerda con su prosa, que es un deleite, que el delicado perfume del deseo se embotella en poros y se destila entre sábanas.

El miércoles el atinado Inphi provoca una lluvia de comentarios gracias a su descarnada (literalmente) idea del "guácala, qué rico", que puso de pie a la concurrencia.

Jueves, Olis desata la polémica al salirse un poco de su gustadísimo estilo de palabras exactas y frases únicas, en un post tan incomprendido como auténtico.

Entonces, mi proceso creativo (ajá) va dando saltos día a día de idea en idea, porque están de acuerdo que no quiero parecer el cover mal hecho de un clásico, ni mucho menos el minimí del Inphi o de alguno de estos monstruos del bloggeo. De cualquier manera me fue inevitable comenzar a maquinar el lunes con la idea de que un "guácala, qué rico" es por default para un hombre la imagen en vivo de dos mujeres echando pasión y metiéndose unos besotes lavanginas. ¿Por qué? No lo sé pero nos pone, tanto como les pone a las mujeres ver lo mismo en dos hombres (supongo).

Está succión mental creo que viene de la común y recurrente fascinación varonil por los tríos, y obviamente no me refiero a los Panchos, los Ases, Los Paladines o Los Diamantes que bien amenizan una partida de dominó en cualquier cantina, sino a ese idílico momento en que fantaseamos con llegar entre dos besuconas y volvernos el objeto del recreo de ambas.

Creo que en el threesome, los varones pensamos por lo regular que debe ser uno contra dos greñudas, no dos contra una, porque la onda de los espadazos provoca el guácala muy intenso que a su vez desataría una baja considerable en el flujo sanguíneo en nuestro "mejor amigo" y el consabido fin de la diversión.

Sinceramente, después de darle dos vueltas creo que con la onda sexosa me vería más repetido que la corbata de dragones de La Volpe y decidí dar un giro hacia lo gastronómico, porque como bien decía la Olis, hay comensales que le entran hasta a los ojos de buey sin hacer gestos y yo soy de ésos.

Si ves un taco de nana y nunca la has probado, inmediatamente te remites al CSI y piensas que por ese conducto semiaplanado, torcido como trenza, pasó el veneno que puso el asesino para matar al pobre ser que tenía eso dentro. Puede ser, pero qué rica es la nana, deliciosa, con una textura similar a la falda de res cruzada con buche. Por cierto el buche es la más alta escala de sabor en el universo del taco, es el décimo dan de la fritanga, y hay quien lo ve y piensa que es un pedazo de plástico quemado.

Hay otra maravilla que se llama chanfaina: todas las vísceras del puerco en un zancocho olorosísimo, delicia que ya sólo es posible encontrar en selectas loncherías de Santa María La Ribera, o también el cuajar una especie de buche lleno de unas bolitas con pinta de cerebritos del tamaño de una canica que aporta al paladar un sabor similar al de la pancita pero como en escabeche.

Nenepil, tripa (del mercado de portales), cuerito, oreja y trompa, insufribles a la vista, son manjares, se los juro.

Total que como no pude darle un giro original al tema, ahondé en el de los primeros tres y apoyé el de Olis. En fin el guácala de unos es el qué rico de otros, y viceversa, ¡Vive la Diference!

miércoles, 12 de agosto de 2009

Tirando piedra y escondiendo mano

¿Qué me causa asco, repulsión, ganas de vomitar y después gozarlo con placer y gusto? Nada. Si analizamos detenidamente, esta frase no tiene sentido. Detesto y repudio las sardinas, no las como ni aunque mi vida dependiera de ello. Eso es para mí un guácala. No hay cabida para el 'qué rico'. Y no es de que no me dé chance. Porque las he comido, ya no las vuelvo a probar. Para poder decir 'paso' o 'voy con todo', es requisito sine qua non haber intentado previamente esta acción.

No es que yo sea una intrépida y me la pase probando ojos de buey o participando en orgías masivas. Hay límites que cada quién se los pone y eso es muy respetable. Libre albedrío, que ni qué. También, pienso yo, lo que para mí es deli, para otros es asqueroso. Conozco dos mujeres aparte de mí que les gustan los tacos de lengua.

Mi humilde aportación de esta ajetreadísima penúltima semana en México es la siguiente: para que te desagrade algo, tienes que haberlo probado antes. No antepongas el asco a la delicia. Inténtalo, prueba, desea, procura. Muy corta es la vida para pasársela escondiéndose en el guácala.

Respect.... da cock


"El miembro"........ (jajajaja, amo esta expresión mustia y gatísima).

Siempre me ha llamado la atención que las mujeres (sí, las mujeres) avienten la frase "¡Ayyy guácalaaaa!" cuando sale un distinguido mamador luciendo una tanga microscópica sabor tutifruti, cuya función es dejar ver lo largo y ancho del paquetín Gamesa, con todo y kilocalorías.

Hagan de cuenta que alguien se guacareó frente a ellas porque, en verdad, hacen una cara de fuchi tal que por un instante creemos que acaban de oler un huevito podrido. Nos invitan a preguntarles algo como... "Reinas, no es que uno defienda a los strippers o a quienes usan chones de tangamandapio, pero si tanto asco les da el país de los espermas, ¿por qué no se vuelven lesbis y se ahorran estas supuestas asquerosidades bananeras?".

Ya sé que algunas saldrán con la cantaleta de que lo desagradable es dejar el miembro (jajajaja, de verdad amo esta expresión) al aire porque finalmente "no es algo estético", pero a la vez pienso... "se quejan, pero bien que le dan durísimo al guayabo".

Hace cuatro noches, durante una jarra, hablábamos de este interesante tema de seguridad nacional un par de amigos y este servidor. A la conversación se unió una damisela franca, dura y directa, mejor conocida como La Olis. Y al llegar al punto en cuestión, nos dijo de manera elegante que existe una considerable dosis de hipocresía cuando las de su especie (o sea las súper féminas) aplican el "¡Ay guácalaaaaa!" ante la presencia del miembro dentro de una tanga.

Aplaudimos los presentes porque creemos en sus palabras y pensamos que "el miembro" (jajajaja) merece respeto. Digo, también cuando van a cenar a una taquería piden muy quitadas de la pena un "niño envuelto", ¿no?... Bueno, pues es exactamente lo mismo.

Insisto, cómo lo atacan y cómo le hacen el fuchi, pero ah... cómo les gusta aplicar también el hanky panky (algunas hasta spanky) con ayuda del bananín agraviado, ¿verdad?.

Inphi escribió esto bajo los influjos de "The Universal", de Blur. Si alguien quiere una Inphiplayera como la que aparece abajo, nomás mándenos su talla y se la conseguimos. Hay de todas las tallas.


lunes, 10 de agosto de 2009

Jugo de amorrrr

Entré a la secundaria con la gran expectativa de cuándo llegaría el día en que besaría por primera vez a una mujer. A lo mucho que había llegado en sexto de primaria era a un par de noviecitas de manita sudada y recaditos enviados a través de terceros que proponía, cuando muy pérfido, comer juntos en el recreo. Totopo entre los totopos.

La mayoría de mi generación de primaria pasó junta a secundaria. Y mis dos objetivos posibles se habían disipado entre la maleza del inhóspito territorio. Una de mis ex novias se pintó el pelo, se subió la falda y fue reclutada por los gandules de cuarto de prepa, y la otra se convirtió en lo peor que a un hombre le puede suceder cuando lo único que pasa por su mente es lo que viene siendo el cochambre: ella se volvió mi mejor amiga. Yiaaagh.

Entonces, mi ansia estaba enclaustrada en las paredes de la frustración. Supeditado a conocer a alguna otra chica en el micromínimo Insistuto Canadiense, pasaba los descansos (que no recreos, porque ya era yo grande) jugando futbol y desahogando la energía en los pases a la red.

Pronto descubrí el enredado tejido social de la escuela. Los de quinto y sexto de prepa ejercían su poder de manera inmisericorde, seleccionando minuciosamente a quienes eran lo suficientemente cool para relacionarse con ellos, y apuñalando con el desprecio a quienes no lo eran (éramos).

Pero entre el rocoso espectro de mamadores que conformaban esa tribu, había dos seres angelicales que sobrepasaban esa frontera de lo inmundo: Samantha y Lucy. La primera, radiante pelirroja de no más de 1.50 de estatura, con el pelo largo y rizado hasta la curva con la que culmina la espalda, y que diario portaba una minifalda escolar digna de los más cínicos escenarios del MTV noventero. La segunda, esbelta morena con voz de garraspera ponzoñosa, reforzada por suculentas pantorrillas que absorbían las miradas hasta del más santurrón. Todos sabíamos que ellas dos gobernaban la escuela con sus contoneos. Paseaban de aquí para allá, con novio o sin novio, y todos les rendíamos pleitesía.

Entre mi calentura y ese eterno afán de buscar las imposibles, yo propiciaba el menor contacto con cualquiera de ellas, en especial con Lucy, aunque fuera el roce pendejo en la tiendita, o el “comper” buscadísimo para pasar a un lugar donde ni siquiera necesitaba llegar.

En la última semana escolar de diciembre de 1994, un día antes de salir de vacaciones, los de quinto y sexto organizaron una pastorela cotorra, con diálogos originales y música de Héroes del Silencio y Pearl Jam. Samantha en el papel de ángel, y Lucy en el de diablita. Por supuesto, fueron la atracción principal de la obra armada improvisadamente en el patio escolar.

En primera fila, detrás de una reja, no perdí detalle del accionar de Lucy. Se movía con harta ligereza, confiadota de sí misma. Digamos que yo era una playa virgen del Caribe, y ella… Revolcadero. Arrancó los aplausos del respetable y yo terminé pior de encantado después de tan arrebatado performance.

Una vez finalizado el numerito, mientras yo permanecía agazapado en una banca escolar flanqueado por dos amigos cuya identidad ya no recuerdo, Lucy pasó en su entallado disfraz corriendo hacia la puerta. Tras cinco meses de desearla, me armé de valor para hacer algo creativo que llamara su atención, algo inolvidable y halagador, un detalle que no pudiera perderse en la multitud. Así, después de pensarlo toda la mañana, sin moverme un milímetro, le grité fuerte y claro:

“¡Lucy!... hola”.

Se detuvo de sopetón y se paró frente a mí con una sonrisa completa. Al menos eso ya era un buen signo: no se había encabronado. Por el contrario, se había tomado la molestia de detenerse y dejarme ver su perfecta figura empotrada en mallones color rojo diablito de pastorela. Si me había quebrado la cabeza para decir “Hola”, desde luego que ya no sabía cuál era la siguiente línea. Entonces, le dejé todo al destino.

Lucy: “¡Hola! ¿Te gustó la obra?”

Chanfle puberto: “Me gustaste tú”.

Toooómala. Salió de botepronto, no la pensé. Fue como la volea que prende el delantero y que se clava en el ángulo para sorpresa misma del artillero. Ella también se sorprendió que tan insolente mocoso, seis años más chico y sin conocerla previamente, se hubiera atrevido a soltarle semejante dardo. De plástico, inofensivo, pero dardo al fin.

Después de unos segundos de incertidumbre y cierta seriedad en ella, volvió a sonreír, pero un grado más perverso. Mi estómago comenzó a revolotear cuando se acercó para poner sus manos en mis rodillas con el afán de apoyarse. Ella se acercó otro poquito, y por primera vez estaba del otro lado de la escena en que el público aplaude porque la actriz se descuida y deja ver un poquito más al inclinarse instintivamente. Tomó vuelo, sonrió aún más y me dijo “¡Gracias!” a una distancia en la que percibí su aliento.

Lo que sucedió a continuación lo sé porque lo sentí, lo sentí… pero por supuesto que no lo vi. Su cara se estrelló contra la mía para darme un beso en la boca. De hechó, no creo que haya podido entrar en la categoría de beso. Fue algo así como un sello, una marca que quiso dejar. Sentí sus labios mojados, y me dejó los míos entre babeados y anestesiados. Ella olía a lujuria (¿o era yo?), y sabía un poco a cigarro y otro poco a saliva viscosona, acidita. En cuanto se despegó siguió corriendo, y me dejó ahí nomás, paladeando su hectoplasma. Puro jugo de amorrrrr.

El resto del día no dejé de sonreír. Desde entonces, cada vez que pasaba junto a ella en los pasillos, se refería a mí como “mi novio” (nota de la redacción: a su novio de verdad le decían Chiquilín. Imagínenlo). Claro está, ese título nobiliario sólo me daba un privilegio: saludarla de beso en el cachete a cada esporádico encuentro. Pero carajo, con eso tenía y me sobraba. Nadie más de mi generación la tocaba. Y conmigo estaba el recuerdo de la primera vez que probé la baba ajena, eso que ahora es primera base pero que entonces era cuadrangular con bases llenas.

La primera vez que dije guácala… qué rico.

viernes, 7 de agosto de 2009

Odio los inventos

Dos cincuenta y cuatro de la mañana y me enfrento a la terrible pantalla en blanco, luego de tres semanas de no escribir ni una letra, de haber dejado dos posts al vapor (seguramente lo notaron) y de sentir que he abandonado el Korova.

El reto es: "Inventos Mexicanos", téngala, pues invento es el que me voy a aventar ahora y no me queda más que descoserme como calcetín con lo vomiten las dos neuronas que me quedan conectadas, así que si desean aprieten el botón de "abort, abort", como cuando el Nautilus estaba por hundirse, y ya, ahora que si se quedaron admito reclamaciones pero las mentadas de madre que sean cariñosas.

Inventos mexicanos... mmm, ojalá todos fueran como la televisión a colores de Don González Camarena o como el lounge de Esquivel, ya no digamos como el sonido trece del maestro Julián Carrillo, pero no, luego de 20 días en San Diego y casi 40 años entre aztecas, constato que lo que más se nos da es eso de inventar pero para descomponer, y en esto me remito, primero exclusivamente al lenguaje, luego iré al terreno de la ética (se vale roncar).

Yo no soy precisamente Borges, ni mucho menos Bolaño, ojalá tuviera algo de Sabina o por lo menos de Taibo, pero me pude dar cuenta que nuestros paisanos que andan juegando a la cuerda floja entre Tijuana y el American way of Life, le ponen sus buenas tundas al idioma, y creo que es solamente por pura ocurrencia.

Todos, sin excepción han adoptado el verbo agarrar como un nuevo multimodal más utilitario que la teoría de "la chingada y El Laberinto de la Soledad", me explico: ahora les ha dado por decir, "agarré un trabajo", "agarré unos pantalones en oferta", "agarré la aseguranza (otra clásica del diccionario chicano)", "nomás no agarro el inglés", "agárrate una gringa y cásate (ahí el agarrar no creo que sea tan desagradable y hasta lúdico terminará siendo)", "agarra una burger", "agarra la línea", "agarra los biles pa los taxes". En fin, si a eso le agregamos la "traila", la "troca", la "yarda" (de jardín no de cerveza), uno regresa (o va pa'trás como dicen allá) creyendo que George López es el miembro Ñ de la Real Academia de la Lengua.

Bueno, total, no es malo no es bueno, es y ya, pero ah pa'inventitos, que no lastiman más que a Cervantes y su legado, no matan a nadie, pero a veces hasta los tapones de cerilla se me botan cuando "agarro" a alguien esas aberraciones. Los inventos que sí me pudren y me prenden, son los que bien ejemplificó Chava Flores en su clásica "¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?", los famosos, "qué mañana sí te pago", "que mañana si me caso". Aquí es donde confundimos el "puros inventos tuyos" con el "puras mentiras tuyas", somos un caso perdido, una especie maldita que no sabe decir que no, que le huye al no puedo, al no quiero, al no debo, al no creo, ¿cómo?, mejor digo que sí, pero como el "Son de la Negra" no digo cuando.

"Defenderé el peso como un perro", "si me eligen quitaré la tenencia (otro invento mexicano digno de un Nobel)", "no descansaré hasta dar con el asesino de Colosio", etc., inventos conocemos mil casos, y los ejemplos que dio Olis me hacen sentir bien porque esos algo dejan pero por ahora, me desconsuela pensar que como raza somos más dados a inventar para no hacer, que a inventar para crear. Repúdienme por inventar este post odiador. He dicho.

jueves, 6 de agosto de 2009

Diseños Industriales Mexicanos


Me sorprende sobremanera la capacidad del mexicano para diseñar, copiar y desarrollar maquinaria, adaptarlos a nuestras necesidades y darles un toque inconfundible. Somos una fuente infinita de ahorro, huevonería y creatividad. Esto lo podemos comprobar en autobuses, camiones de volteo, coches, elevadores, bóilers, lámparas y demás artefactos mecánicos que los hemos adecuado de manera que si antes decía "jale para abrir", nosotros lo hemos perfeccionado y ahora dice "jale hasta romperlo para después abrirlo con un desarmador y después taparlo con un olote".

De todos estos inventos como el vocho de herrería de jardín, el timbre de casa que uno tiene que hacer tierra para no morir electrocutado, los asientos de camiones que son para gente que sentada mide 50 centímetros de lo contrario no cabe y parada 2 metros para poder alcanzar el tubo; los dos que más han revolucionado la economía y sociedad son la tortilladora automática y la bicicleta de carga. Sin estos dos artefactos, ¿se pueden imaginar la vida cotidiana del mexicano? No tendríamos pan de dulce por la mañana, ni podríamos acompañar nuestros tacos de ejote con huevo a medio día. Una gran tragedia.

Pero, ¿qué nos llevó a desarrollar semejante avance? Vayamos con la tortilladora automática. Me imagino una imagen en los años de la Revolución a varios zapatistas con sus adelitas cocinando en algún paraje del Edomex. Las adelitas sufren al hacer las tortillas una por una a un regimiento de 250 pelados. Los señores, muertos de hambre, se desesperan y uno de ellos grita '¡Basta! ¡No podemos seguir así! Tengo una idea...' y rápidamente con unos alambres despegadores, rodillos y un anafre construye la primera tortilladora. Este individuo se llamó Luis Romero.

Años más adelante, otra persona llamada Fausto Celorio la perfecciona para llegar a nuestra máquina de hoy en día. Al parecer, mucho no se ha avanzado con relación a 1980, porque a la tortillería que yo iba en ese entonces y que acabo de regresar la semana pasada, la máquina sigue haciendo el mismo ruidito y sigue teniendo la misma tina para el nixtamal. Le pregunté al dueño si había cambiado de modelo y me dijo orgullosísimo que éste era el más moderno porque tiene un (sic) "innovador sistema de encendido automático". Estas máquinas de la compañía Celorio se exportan a California y Texas junto con sus operantes. Gracias a estas máquinas más de 630 millones de tortillas se consumen diariamente. Es de agradecer infinitamente a los que se hartaron de las tortillas hechas a mano por las adelitas y al señor Celorio por su visión de entrepreneur y hacer a las tortillas en serie como Henry Ford lo hizo con los coches.

Nuestro segundo invento. El más útil y estorboso de todos: la bici de carga. ¿Quién no ha mentado madres porque va en el tráfico a 500 metros por hora sobre Gabriel Mancera y uno piensa que se cayó la ULA y cuando rebasa a la cola interminable de coches es una persona pedaleando esta bici de carga ocupando casi dos carriles con alrededor de 40 garrafones Electropura? No, no, no mis lectores, pero si es de agradecer la invención de semejante transporte. No sólo es ecológico, sino que dos de ellas dotan de agua a un edificio gubernamental como el de la SRE de Reforma de 16 pisos o una sola da de desayunar a los 2500 albañiles de la obra del tren suburbano.

Y no sólo se trata de garrafones y pan de dulce...no no no no nooo, también he visto que transportan ruedas de 30 kilos de queso de puerco, pollos, niños que van a la escuela, ancianas que van al Domingo de Ramos, archivo muerto del SAT, libros de texto como los cuadernos Alfa, danzantes de Coyoacán, televisiones y Nintendos, 'falluca', maniquíes, huacales con nopales, bueno...infinidad de artículos...hasta una tortilladora en partes. No hay nada en el mundo conocido que tenga la versatilidad, flexibilidad y dimensiones incómodas que este transporte de carga. ¡No señor! Producto orgullosamente mexicano.

Y como estos inventos, hay miles más que me han hecho la vida un poco más complicada, pero muy divertida.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Las mentadas guajolotas


Lo aclaro: me fascinan las tortas y me agradan los tamales...

Pero en este caso, el que me guste la variable A y también la B no implica que la suma de ambas termine haciéndome feliz. Como diría una de mis tías de Guanajuato, "muy por su contrario" odio, odio y odio... las tortas de tamal.

Receta mexicanísima, si se le puede llamar receta. Porque yo, por mi lado y a diferencia de un millar de fans de las guajolotas, creo que es una aberración culinaria, una ofensa y una protesta per se contra el sentido del gusto en su punto más fino.

Años de discusiones al respecto (especialmente con defensoras de este platillito como la norteña que tengo por esposa o mi hermanita Lawrence) no me han de mover un ápice en mi aberración y mi tirria hacia las tortitas de tamal.

Sin darle tantas vueltas a esto que considero yo un invento guarrísimo de la mexican culture, detesto un platillo que se me haga seco por fuera y seco por dentro. En verdad yo pregunto ¿dónde está la gracia? Si es pastoso por un lado, y pastoso por el otro... ¿qué aporta la mentada tortita de masa más harina?

Yo clasifico a las guajolotas como un tipo de comida idónea para aquellos que son de plano unos baquetones del paladar y que acuden asiduamente al albañil center. Lo podríamos archivar en el mismo catálogo en el que se presumen los tacos de sal, los tacos de salsa o el sándwich de queso. Una miseria por donde se le vea, un manjar que recrea la polución digestiva, pero hay quienes abogan por esto con el pretexto de asesinar la denominada "hambre de perro", en la cual, uno puede comerse hasta el chamorro del prójimo.

Uno de mis amigos "tuvo a bien" facilitarme los ingredientes de una guajolota, explicación que incluyo tal cual la escuché:

* Un tamal. A su gusto, previamente hecho.
* Un bolillo, telera, virote, según su hambre. Tomando en cuenta también el tamaño del tamal, se recomienda, independientemente de su elección, que el pan esté recién hecho.
* Finalmente, se recomienda un lubricante, el que sea de su agrado. Es decir, que es lo mismo, algo con qué "bajárselo". Aquí les damos posibles opciones: Champurrado, atole, coca-cola, agua de limón, leche.
ADVERTENCIA: no se recomienda excluir el lubricante, la falta de éste puede causar asfixia.

En fin, la suma de placeres no siempre construye un placer más grande. Por eso, hay parejas de lo que "viene a ser" gente bonita que no por serlo en singular, funcionan en plural. Pueden ser algo no digerible y, sí, una mezcla muy salada también.

Escrito en NY, donde por desgracia sí localicé dos que tres carritos donde se manufacturan las guajolotas, bajo los influjos de "Eet", de Regina Spektor.

lunes, 3 de agosto de 2009

Perro, comemos Perro

Hay un personaje en la televisión mexicana que lleva más de 30 años de decir cuanta mamada se le ocurre... y se le sigue festejando. Sin duda, un caso atípico en la narración deportiva.

Enrique Bermúdez de la Serna, mejor conocido como "El Perro" ha impuesto un estilo único para narrar partidos de futbol. Se ha dicho que es el heredero de las glorias de Ángel Fernández, pero yo creo que sus estilos para relatar discrepan en su esencia. Mientras Fernández rascaba en su creatividad para apodar y plasmar escenas de la cancha, el "Perro" se limita a encontrar detalles casi obvios para de ahí instituir una sangronada, que insisto, casi por default es ovacionada.

Mucho se lo debe a su tono de voz y su look de guarura de los Black Eyed Peas. Si fuera instrumento musical sería un trombón, aunque con los años se ha agudizado paulatinamente. Las narraciones de los 70 y 80 presentan a un "Perro" mucho más formal y rítmico. En los 90 encontró su auge y hasta programa dominical le dieron. Pero ahora en los 2miles, las cuerdas se han aflojado y con ello su rigor vocal.

Y a cambio, se ha puesto a recetar apodos por doquier. A Paulo da Silva le puso "Gondolero" porque jugó en el Venecia de Italia. A Hassam Viades lo bautizó "Telefonista" porque su segundo apellido es Slim. A Francisco Palencia le puso "Gatillero" porque jaló el gatillo contra Italia en los Olímpicos de Atlanta 96. Como verán, se quiebra la cabeza para poner apodos, pero por más bobos que parezcan, se quedan para la posteridad.

Su legado también incluye expresiones que ya se incrustraron en nuestro léxico, y la gran mayoría de la gente que las dice ni siquiera sabe de dónde vienen. Hoy podemos meternos a un carril así bien gandalla y decir que la hicimos "versallesca". O que ayer en el antro la pasamos "chidondongo". O que una chica te dio entrada "hasta donde las arañas hacen su nido" (Realmente, lo correcto sería escribir "versallesque", "chidondongue" y "nide", como lo imitan los mortales al no alcanzar su tono de voz).

Por mi chamba y por casualidades de la vida me lo he topado en varias ocasiones. Hace unos 15 años en el Buddah Bar del centro, mientras me lavaba las manos, el "Perro" entró bailando... con lentes oscuros y poco faltó para que lo sacaran en hombros. Hace no más de un año, estábamos Inphi y yo cotorreando acerca de él, cuando me dijo, "cabrón, ¡aistá el Perro!". No mames. "Sí sí, voltea a tu derecha...". Y sí, aistaba el "Perro" en un Jaguar chimengüenchón... con lentes oscuros. ¡Perreee! "¿Qué pasó broder?".

A lo largo de los años, han surgido copycats del "Perro", pero sinceramente todos han muerto en el intento. Porque este chango, guste o no, ha sabido combinar a la perfección la exageración, el ingenio y las ganas de chingar. Tres características que lo hacen un gran invento mexicano.