viernes, 11 de septiembre de 2009
Pole Position
Creía que haber volado el 12 de septiembre del 2001 en British Airways a Londres; que mi vuelo se retrasara tres horas y por ello y por las exhaustivas revisiones que provocó el binomio Bush-Osama, mi conexión a Berlín despegara sin mí, era mala suerte.
Llegué a pensar que estar el día 13 a las 12 de la noche afuera del aeropuerto de Berlín sin un taxista que me quisiera llevar a conseguir un hotel, por lo que terminé deambulando entre yunkies y malvivientes en la estación Berlin Zoo esperando el tren de las 6:15 a Dresden, era el colmo.
Sentí que era una maldición cuando me bajé en el ex lado soviético de Alemania y con mi inglés aprendido en discos de Iron Maiden era el angloparlante más ducho de todo la ciudad, por lo que otra vez tuve que pararme de manos para explicar a un taxista que iba al Artotel. Ahí, día 14 al mediodía, mi habitación ya había sido asignada a otra persona porque me esperaban 24 horas antes y no llegué, por lo que sentí que estaba meado cuando no me pude bañar, no tuve dónde dejar mis maletas más que en un cuarto junto a la recepción y así abordé otro taxi hacia el Lausitzring, obviamente en Lausitz.
Doscientos cincuenta marcos alemanes y una parada en la gasolinería después, llegué a la pista y comencé a buscar la oficina de acreditaciones, entre un chipi chipi que ayudaba a que mi, de por sí grasiento cabello de 72 horas sin jabón, se viera como el de un apache asoleado, pero ya había llegado.
La monserga parecía interminable cuando tuve que rescatar toda la información de la calificación del debut europeo de la Serie CART en media hora, porque mis amables editores querían nota, entrevista con Adrián Fernández y "a ver qué otra cosita se me atravesaba por ahí".
Bajó el nivel de la condena cuando Adrián nos llevó de vuelta a Arturo Romero y a mí, en un Honda a unos 180 kilómetros por hora de velocidad crucero en una supercarretera, donde los Mercedes nos pasaban como si estuviéramos parados.
Conseguir cuarto esa noche y que lo que hallé no midiera más de 4 metros cuadrados ya fue cualquier cosa cuando por fin pude pegar el ojo pasadita la medianoche.
Día 15
Con un cansancio de ese que te hace sentir como que cargas una mochila llena de piedras y los hombros duelen como si tuvieras a Carstens pintando una pared encima de ellos, ahora con chofer de lujo, otra vez Adrián, volví a Lausitz donde antes de empezar la carrera pude saludar a Alex Zanardi y pedirle una entrevista.
Antes ya me había dado una, cuando su racista PR se lo prohibió y guardaba el recuerdo de la noche en Vancouver, donde en el restaurante Antonio´s se acercó a mi mesa a recomendarme un osobuco delicioso y me dejó un habano para disfrutar tras la cena.
Alessandro siempre ha sido un tipazo, por lo que su negativa temporal a hablar ante mi grabadora, no la tomé como grosería, al fin y al cabo nos veríamos tras la competencia y entonces, como prometió contestaría mis preguntas.
Lo bueno era que a unas vueltas del final, volvió a ser el poderoso Zanardi que mandaba como Capo de CART y estaba por darle alcance al puntero, lo malo fue que saliendo de los pits perdió el control al poner la potencia en llantas frías, lo embistió de lado Alex Tagliani y la mitad de su auto junto con la mitad de cada una de sus dos piernas salieron volando en mil pedazos.
Una mancha de sangre comenzó a circundar el Reynard de Alex y la terraza de la sala de prensa desde donde vi el accidente me parecía un extraño lugar sin oxígeno, donde por más que jalaba aire no encontraba más que una nata espesa de incredulidad y pesadumbre. Corrí a la tele más cercana a ver la repetición pero no la pasaban, bajé como pude hasta la pista y los doctores ya tenían al italiano en la camilla. Lo vi alejarse en helicóptero y regresé a la sala de prensa, donde todos los fotógrafos acordaron no enviar a sus redacciones imágenes, que las había y muchas, de los pedazos de carne volando por el impacto y todos borraron con photoshop el gran charco de sangre. No era una decisión tibia, era por un amigo y no había necesidad. n tiempo después Sports Ilustrated se llevó la "exclusiva" al publicar las fotos sin edición.
Cinco años después entendí que todo lo que pasé para llegar a Lausitz fue una situación privilegiada, que alcanzar ver a Alex caminar fue un tremendo privilegio, pero verlo competir de nuevo en Puebla, luego de que durante ocho meses corrió en sentido contrario a la muerte, fue un milagro. Pero no fue un milagro que pasó solo, Alex peleó por su vida y luego tenía el humor de contar que no tener piernas era muy bueno cuando jugaba a las escondidillas con sus sobrinos, porque así se agazapaba en lugares muy chicos y nadie lo encontraba.
Han pasado ocho años y ahora sé que Alessandro le ganó a la muerte porque es un terco, de ahí su apodo "ananá" (piña, que para los italianos es sinónimo de terquedad) y porque cuando todos pensamos que la posición de privilegio en el automovilismo es la pole position, él siempre tuvo claro que la posición de privilegio es estar vivo.
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Toñisme, hace no mucho te dije que era el mejor post que había leído. ¿Puedo decirlo ahora de nuevo?
ResponderEliminarwow!!! Excelente post!!! Tu 'posición de privilegio' te ha dado estas historias narradas en una excelente prosa.
ResponderEliminarMis más merecidas felicitaciones y le doy gracias al señor haber escogido ser periodista en lugar de corredora de coches...
Un beso nostalgico..
LaOlis
Buen punto. Y muy buen post.
ResponderEliminarPosición de privilegio la tuya que, con esa óptica vivencia que cada día te admiro más, escribas desde lo que presencias.
ResponderEliminarPorque era (es) muy fácil que con tu chamba -y más en las condiciones que te tocaron en ese viaje-la palabra pierda su conexión con estar vivo y demos el siguiente minuto por sentado.
Me hiciste llorar.
Óptica vivencial, quise decir.
ResponderEliminar...clap, clap, clap...
ResponderEliminarTroy, osea yo dice...Aplausos de Pie!!! Que buen post!
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