jueves, 31 de diciembre de 2009

La jugada de los tiempos perdidos



¡Ay de aquél que siendo Año Nuevo o peor aún Noche Vieja esté leyendo esto! ¿Por qué en lugar de empuñar una cerveza o una copa de vino abres la lap top? No lo sé, pero para que veas que el Korova no falta, aquí está el post de viernes.

Fil se vistió como cada sábado con su uniforme completo del Cruz Azul, playera de Edgardo Fuentes, short oficial, calcetas del primer equipo, vendajes, espinilleras y por su puesto sus tachones Adidas de tacos intercambiables. Para ser la segunda parte de los años 80 su atuendo era un lujo, ¿quién en su sano juicio podía conseguir o comprar el uniforme original de un equipo profesional de futbol? Yo no conocía a nadie más. Pero era más lujo que se ataviara así para jugar en el pasillo que queda enmedio del parque de Pilares, a un lado de los juegos infantiles, con una docena de crudos y trasnochados que le pegábamos a la cáscara en jeans y ropa sucia del día anterior. Es más, el que se ajuareaba mucho llegaba en pants de esos que el resorte ya perdió su tensión y hay que agarrarlos con una mano mientras se ejecuta un dribbling, so pena de acabar como Mario Moreno enseñando las tepalcuanas al chutar.

Eso a Fil y sus hermanos, que también iban de tacos y toda la cosa a cascarear, no les importaba, ellos armaban su equipo y nos retaban inútilmente a las retas y salían invariblemente a lo dos tantos a calentar la banca de los perdedores.

Pero Fil, feroz goleador miope incomprendido, que las redes no beneficiaban con sus mieles, no cesaba en su intento de marcar y un día lo consiguió. Tomó el balón rebanado por su carnal el Memorias desde la portería y con el huaracheo titubeante de sus pies sobre tachones en una superficie más dura que una loseta caracoleó para quitarse al Faz en un movimiento digno de un salmón en la boca de un oso. Él mismo iba narrando la jugada paso a paso, "Se quita a uno, avanza, enfrenta al segundo". Entre nosotros comenzó a cundir el desconcierto, no podíamos creer lo que veíamos, Fil que también era conocido como Pierucci (no Perucci) por su afición celeste, estaba destroncando como Diego ante Inglaterra. Luego pasó con un puntapie apresurado y andar de señora que baja del camión al buen Girese, su primo que de no ser por su labio leporino le habría advertido que ya era demasiado. La lonja de Pierucci, sus pálidas piernas, y sus ojos como de terrorista chiíta ya no podían parar, había olido el aroma del gol y como gran blanco sacó las fauces. "¡Burla al tercero!, ¡uno más!, enfrenta al portero!" Solito se gritaba como poseído, el último escollo era su otro hermano, el Chez, quien con guantes, rodilleras y suéter de Zelada (pirata, claro) se arrodilló, aplaudió y le pidió a su brother que le pusiera el balón en la manos, pero no fue así, Fil Perucci pateó un punterazo fulminane que casi le arranca la cabeza y salió despavorido gritando "¡Goooooooooooool, golaaaaaaaaaaaazo!",... pero un momento, algo no cuadraba.

Pierucci nunca se dio cuenta que él era del equipo de Faz, de Girese y de Chez, ¡se burló a todo su equipo! y nosotros, sus rivales lo veíamos con cara de ¿y este loco?. Simón no se tentó el corazón para gritarle entre risas, "Colega, es para el otro lado, ese fue autogol". Sobra decir que nos cagamos de lo risa durante minutos y que Fil enojadísimo se jalaba los pelos, porque su obra maestra, su golazo había sido una burrada, tanto así que cogió sus cosas, su mochila y su balón (porque el balón era suyo) y se fue corriendo al metro echándonos ojos de pistola.

La jugada fue bautizada por el Saimon como "la jugada de los tiempos perdidos" en honor a la tan gustada narración beisbolera del Mago Septién en referencia al revire a segunda que hacía Valenzuela con los Dodgers, y es un tema prohibido frente a Fil. Cuando lo recordamos vuelve a agarrar sus cosas para irse y dejarnos con la palabra en la boca tal y como cuando anotó su "golazo".

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Penal


11:30 AM. Llego de hacer unos pagos de la casa (vencidos) y me dispongo a escribir el presente texto korovesco basado en el tema "Gol". Los lectores no lo saben, pero yo sigo revelando secretos de esta cuadrilla bloggera y por ello he de decir que este tema lo elegí yo, teniendo una historia muy interesante en mis memorias.

Sin embargo, tal historia ha pasado a mejor vida. La contaré en mejor ocasión. Y explico el motivo.

Como decía, estoy en mi jaula a las 11:35 AM. Saco a Camila, mi perrita con quien no he estado mucho tiempo a últimas fechas, y ambos nos disponemos a desayunar de lo lindo. Me sirvo Choco Krispis, les agrego leche y aderezo la mezcla con platanito. A ella le sirvo sus croquetas, y la premio con dos que tres jamoncitos (chale, no aprendo).

Delicioso desayuno, no hace falta más. Camila y yo subimos al cuarto de tele. Y ella se echa en el piso, con esos ojitos chantajistas que he visto en otro lado. En fin, tomo asiento, abro mi laptop, despliego un documento de Word en pantalla y empiezo el post respectivo.

No llego ni al tercer párrafo y se me ocurre bajar por unas Adobadas a la cocina. Subo de nuevo y, en algún inexplicable momento de impulsos eléctricos, justo cuando me postro frente a ella, Camila abre el ojo, pone oblicua la nariz, muestra la lengua, alza las orejas y se abalanza sobre mí con un brinco de ímpetu olímpico.......

Gol.

Gool.

Giiii-ol.

Que yo sepa, las malditas Adobadas no son croquetas ni huesitos. La bolsa no suena como la bolsa de las croquetas. Mucho menos las papas se parecen a dicho alimento animal. Pero a mi perrita eso le ha valido, alguna mamada canina estaba soñando y, sin pálida lógica, se ha aventado sobre mí, incinerando mi entender y colocando su mordida fallida exactamente en mi orgullo, en el Ecuador de mi cuerpo, en el Aguascalientes de mi República, en el muñeco que siempre se acuesta en la cama instantes antes que yo, en el infante de avanzada, en el primero de la fila, en el alumno consentido, en el más sensible y sentimental de mis amigos, en el motor del carro, en el héroe mudo y tenaz de centenares de batallas.

Son las 12:30, me encuentro entumido y con la mirada hecha talco. No, no soy pussy, sí, sí me duele la vida; no, no soy pussy, sí, sí estoy haciendo gárgaras de misericordia para no tragarme a Camila de un bocado ya que ella me quiso envolver en un mordisco; no, no he querido mirar al interior de mis jeans por miedo a que la Operación Jarocha haya sido un éxito. Sí, sí es el momento más degradante de mi vida.

Me marcaron un penal, tiraron a media altura y anotaron. Yo no vi ni por dónde, pero siento la derrota y la tristeza endocrina en carne viva, perdí mi centro cósmico y no pretendo pronunciar palabra por temor a emular a Rasputín.

Mañana cambiaré el propósito que tenía contenido en una de mis uvas. El honor es primero.

Me duele vivir.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Testigo de futbolista

Sería imposible contabilizar los goles que he visto, contado o narrado en mi vida. De verdad imposible. Si cada semana veo completos o highlights de unos 50 partidos, en los cuales se anotan en promedio 2 goles bajita la mano, y eso lo he hecho durante 22 de mis 27 años de vida, estaríamos hablando de más de alrededor de 120 mil goles... sin contar repeticiones.

Por lo mismo, hablar de alguno en particular sería terriblemente egoísta y estúpido. No sabría si elegir el que más he festejado (el de Hermosillo vs. el León), el primero que tengo en la mente (del Yayo vs. Cruz Azul en la Final del 87), el que más me ha dolido (el de Glaría en el Azul), o el más bello que he visto (el de Hugo vs. el Logroñés).

Es un hecho que para hablar de un gol, forzosamente se debe haber vivido la experiencia de meter uno. Hay algo orgásmico en meter un gol, aunque sea en cascaritas, aunque sea en el FIFA, aunque sea con un Frutsi relleno con Sanitas. Es una microrealización personal, que adquiere más peso específico de gloria mientras más importante sea la ocasión. Liberación de endorfinas y recepción de placer en una misma acción. Y es un tanto tonto, porque un gol es metafísico, porque, ¿qué coños tendría de especial que un balón esté de un lado de la línea y no del otro?

En ello no reparábamos Toño y yo cuando jugábamos en el garage de La Casa de la Bugambilia, teniendo como porterías la puerta de la cochera, y la pared de la cocina, sin importar que las cuatro esquinas de la cancha no formaran un rectángulo sino un romboide. En nuestras porterías no había línea qué cruzar, simplemente había que chocar la pelota para contabilizar el gol. Y se valía chicle, entonces los partidos eran a 100 goles y con la posibilidad de meter varios consecutivos si el otro se quedaba pajareando: drible por la izquierda, tiro y 2-1, 3-1, 4-1, 5-1!! y el despeje del defensa...

Algunas veces llegábamos a ir al parque de las Arboledas, el de Pilares, pero estábamos supeditados a la presencia de un adulto. Y sí era más chingón, porque la concepción de la cancha era más real tan solo por el pasto, pero también por los árboles fungiendo de postes, y porque un gol ahí sí era un gol, no un remedo de gol. Un gol que dolía más porque si entraba la bola a tu portería, tenías que ir a buscarla hasta donde se fuera, humillado ante el pie del contrario.

Los fines de semana, en La Cañada, uno se levantaba a las 6 de la mañana para que diera tiempo de jugar lo suficiente antes de ir a misa de 1. O sea, unas 5 horas, más o menos. Al principio eran piedras los postes, y después mi tío Carlos mandó hacer unas porterías de ensueño. Y ya más grandecitos, íbamos de casa en casa en el pueblo recolectando chamacos para armar el partido en grande, con orgullo de por medio.

Realmente era imposible para mí pensar en otro oficio que no fuera uno de dos: futbolista o testigo de futbolista. Pero como para lo primero dependía de muchos otros factores, pues no me quedó más que la segunda. Y ahora vivo de eso, contando, escribiendo, incluso maquilando goles, unos con más cariño que otros, unos en vivo, otros en la tele, otros en YouTube, y unos incluso desde los cables de las agencias noticiosas. Cómo no vivir agradecido con el gol, si desde hace casi 8 años me da de comer. Cómo no emocionarme, no encenderme, ilusionarme o entristecerme, si de goles se ha construido mi vida. Ésa que se sigue de frente de a 2.3 goles por minuto, de a más de 6 mil por año.

Sin contar repeticiones.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Sí existen

La Navidad había terminado como ilusión aquél día que mi papá se agarró con fuerza la entrepierna y nos dijo: "este año no habrá regalos, no tengo dinero". De golpe Santa Claus y Los Reyes se convertían en lo que el deshumanizado Aguilar había profetizado en la primaria, es decir, en nada, no existen.

Con la hiel de decepción en los labios y el vacío de la desesperanza, que sólo eran paliados por la pena que sentíamos por mi Gordo, que era el que más había padecido al darnos tal noticia desde su desempleo galopante, esa noche mis tres hermanos y yo nos fuimos a dormir conformes, pero más maduros que media hora antes.

Total, ya no existían los proveedores o por lo menos ya no su espíritu, por lo que creo que dormí como si nada, hasta que en medio de friesito matinal llegó Ale corriendo, al final era una peque de 8 años y se le salían los ojos ante lo que acaba de ver en la sala.

"¡Sí llegaron, sí existen!", gritaba como desaforada. En menos de lo que se materializa Gazoo ante Pedro Picapedra estábamos los cuatro frente al árbol y había una gran caja con moño con nombre para cada uno de nosotros.

La muñeca con carreola de Ale, la cocinita de Adriana, el basquetbolito de botones de Nacho y mi juego de Duelo de Vaqueros fueron los mejores regalos que pudo haber tenido un niño en la historia de cualquier navidad posible o Reyes ever, ¿por qué? Porque llegaron cuando nadie había hecho una carta ni puesto un zapato, porque al meternos a la cama la certeza era que no habría regalos.

Poco después escuché a mis papás comentar de la generosidad de mi tía Coco a la que se le rompió el alma de saber que no tendríamos regalos, pero en el momento nadie recordó la dura charla con el Gordo una noche antes ni nadie dudo que Santa y los Reyes existen.

Con los años, la juventud sin barros y los amores fallidos, Ebenezer Scrooge era mi alter ego, solía brindar porque "el pasado es una mierda y el futuro apesta", pero estaba justo en ese momento donde la decepción amorosa, el anarcopubertismo y la socialdemodesgracia eran la tinta de mi pluma y gasolina de mis acciones.

Un izquierdoso, amargoso y totalmente instalado en la realidad. La Navidad era momento para refunfuñar por el materialismo, el imperialismo y la falsedad, pero no contaba con que un día llegarían a mi vida AC y DC. Ahora soy como Rodolfo el Reno, se me prende la nariz con sólo entrar a una tienda para comprarles todo lo que pidieron y más, gozó la cena y olas de agua salada hacen un tsunami en mis ojos cuando los veo.

Sí, sí existen.

Copos de nieve

Me encanta la Navidad y más ahora que me encuentro en un lugar en donde se confunden el cielo blanco con los techos cubiertos de nieve, sin darle oportunidad a que ningún otro color interfiera en mi romance visual. El lunes estaba esperando el tren y comenzó a nevar de una manera tan delicada y sutil, como si estuviera cayendo algodón del cielo. Y por primera vez, ví un copo de nieve en mi dedo y me sorprendió la forma tan única y perfecta que tiene. Ya he pasado algunas navidades en lugares donde nieva, pero nunca me habia tomado la molestia de ver nevar, ni mucho menos, de ver un copo de nieve con detenimiento. Y de repente, me vino a la mente todo lo que he pasado para estar en este preciso momento, en este preciso lugar, viendo un copito de nieve.

Y las Navidades son especialistas en hacerte recordar momentos que estaban en el cajón del lado derecho del hipotálamo inferior, en donde se encuentran los recuerdos que, precisamente no queremos traer a la mente. Tal vez son dolorosos, tal vez no lo son; puede ser que sean de la niñez o de la adolescencia. Pero siempre me atacan y algunos 'nuevos' aparecen, mis recuerdos no son redundantes en este sentido. Pero, ¿de qué me acuerdo? De situaciones que a veces no las considero que me hubieran marcado en la vida, pero entonces, ¿por qué las recuerdo? Pa' saber. Esta Navidad me acordé de un recuerdo muy muy particular de mi niñez.

En mi casa, Santa Claus era de rigor y con grandes regalos. Ser hija única tiene sus ventajas en eso... aunque no tenía con quién jugar, bueno, tenía los juguetes. Y me acordé en especial, de una cocinita que me trajo Santa Mami que tenía unas parrillitas y un horno ¡de verdad! En la casa teníamos 2 hornos y por alguna estúpida razón, ninguno de los dos servía, no me pregunten porqué. Pero los 12 años que viví en San Ángel, nunca sirvieron. Creo que ya tenían 2 años sin servir cuando nací, o sea, échenle cuentas. Este regalo fue algo sin precedentes para mí. me sentí realizada como 'mujer' y la emoción de hacer galletas de verdad, me invadía de manera increíble.

Este hornito venía con una masita especial que la mezclabas con lechita, le echabas no sé qué más madres y listo, tenías tus galletas. Pues me puse manos a la obra e hice las galletitas redonditas, hermosas. Las metí al horno e impaciente, como siempre he sido, estaba enfrente del vidrio del horno para ver cómo se hacían y en ese momento por algo que no recuerdo, me separé del horno y subí a mi cuarto. No habían pasado ni dos minutos cuando la casa se invadió de un olor tan, pero tan peculiar. No era el clásico olor a galletita de jengibre o de chocolate. Todavía no sé esa mezcla que me dieron qué traía. Mis ojos brillaron, mi corazón estaba como caballo desbocado. Bajé corriendo las escaleras a la cocina y mis galletas estaban más que listas, de un color dorado y de una consistencia perfecta, infantil, deliciosa. Y ese sentimiento de orgullo, de tranquilidad, de logro personal es incomparable. Ese olor me pegó en la mente después de casi 28 años en una estación de tren de un país que está, literal, del otro lado del mundo de donde ocurrió este hecho. Es increíble la mente.

Y me acordé de mi abuelita que cocinaba con gran esmero y dedicación; de la vomitada de mi tío Beto en un bote de ropa sucia, razón por la que no probé el bacalo en casi 20 años; las pláticas de mi mamá y mis tíos sobre política y de libros; de mi tío Víctor que se cayó de las escaleras del sótano por pedotas; de los primos que tomábamos las sobras de la sidra y jugábamos a estar borrachos; del intercambio que hubo una vez y que mi tía Lidia me regaló mis primeras tarjetas de presentación color rosa y amarilla con un conejito... y la vida tiene caminos misteriosos. Mi abuela ya no está físicamente, mi tío Beto se fue a vivir a Monterrey, mi tío Víctor se divorció de mi Tía Lidia, ya los primos no nos vemos, ya no hay intercambios entre la familia y yo ya no estoy en México.

Si, la vida sigue y hay nuevas historias que contar, nueva vida que vivir. Pero estos recuerdos que nos hacen lo que somos nos asaltan de repente en estas fechas. La Navidad... such a treacherous thing...

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La cena korovesca

Los lectores no están para saberlo, pero yo sí para escribirlo. Anoche nos reunimos cuatro de los korovos en "el lugar de siempre" para celebrar, festejar, hablar, cenar, reír, extrañar, recapitular y, sí, también decirnos adiós en un sentido difícil de explicar.

Me tocó llegar antes que los demás, mucho antes de hecho. Luego apareció Chanfle II, después Miranda Hooker y al final Xosean. Y nos pusimos al día, a escasos tres días de Navidad.

Realmente podría decirse que no fue una reunión navideña, pero para mí, fue algo similar. El frío decembrino hasta el culo, los recuentos del año hasta lo que daba la memoria, las confesiones sobre cómo han cambiado nuestras vidas, el reconocimiento de que, salvo Miranda, el resto hemos dejado nuestros blogs personales a merced de las telarañas, el tiempo y el polvo, y una cena a prueba de cualquier dieta.

Chanfle II nos entretuvo con sus mangas raras de Enrique Iglesias y Miranda nos observó por momentos a placer sabiendo que se alejará y partirá rumbo a otra vida en forma de ciudad californiana el 10 de enero, mientras que Xosean nos habló de tales formas de amor hacia su familia que al menos a mí me provocó deseos de pedir postre... y más tiempo con nuestro viejo lobo de mar. No, no es setentón, pero sí un lobo, y es admirable cómo ama a sus lobeznos. Eso nutre, eso es alimento. Y, como dice Chanfle, se agradece.

La noche entre la tercera y la cuarta vela de Adviento pasó rara. Ninguno se atrevió a decir algo sobre nuestra última reunión como grupo sino hasta que Miranda, siempre ella y siempre sus registros, tomó la palabra cuando acechaban la madrugada... y la cuenta. Y con esa bitácora fechada que trae en la tatema, nos recordó que nos reunimos por vez primera en junio, en el Hijo del Cuervo.

Y desde entonces... 6 meses frenéticos y sin tregua. Parecería que entonces el Korova Milkbar habría de ser meramente un ingrediente en la ensalada de los cinco (LaOlis nos acompaña desde Berlín), pero resulta que, al tiempo, es de lo poco que hemos mantenido constante. Algunos nos rompimos, otros mutamos, y otros simplemente ajustamos y cambiamos de posición en el trayecto. Pero el blog, con más lectores y uno que otro menos, permanece en esencia, con etiquetas o sin ellas, con cambio de días o sin ellos. Y alcanza su primera Navidad como se esperaría: sin árbol y sin cheesecake.

Miranda, previsora y amante de todo lo que sirva para hacerse entrañable, no olvidó su cámara como sí hicimos los demás, y tomó las clásicas que requiere una tía entusiasta y molestona, pero siempre noble: la foto de grupo y la foto con cada uno. Y nos abrazó con fuerza, como debe hacerse.

Es claro: acertamos con este proyecto. Usamos lo binario para nutrir lo afectivo y, de pronto, esto se volvió emocional. Una lanota por una ganga. Un enorme acierto porque, más que comprar regalos, en medio año nos volvimos regalos de nosotros mismos. Y no aguantamos las ganas y nos reímos y nos abrimos antes de Navidad. Las envolturas yacen en el piso.

Olis, faltaste y no faltaste. No estás y siempre estás. Lo dicho, nos tocó la mejor época de la historia para estar lejos.

Anoche nos atamos al mástil. Que vengan la distancia y las sirenas.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Pedir posada

Hace algunos años me consideraba un Grinch, hecho y derecho. De rechazar la Navidad per se, sin acotaciones de ningún tipo. De anteponer la jeta a cualquier comentario acerca de ella, aplanando los matices positivos que ofrece la época, desconsiderado de los puntos agradables como el Guadalupe Reyes, los convivios decembrinos, la considerable mejora de la cartelera, o la Liguilla del futbol mexicano (por amarga que ésta pueda resultar para mis fines particulares).

Ahora llevo al menos un par de años bajándole rayitas al volumen, y se lo atribuyo a un factor. Vivir en La Casa de la Bugambilia ha sido una de las experiencias más importantes y trascendentales de mi vida, pues he sido bendecido con una cantidad incalculable de generosidad y cariño de parte de una familia que me ha incluido sin reservas en la privacía de su burbuja.

Durante 26 años me había tocado venir a este hogar como invitado a la Cena de Nochebuena, el banquete más esperado del año, elaborado por mi tía Virgen que es un ángel en la cocina y en la vida. Lejos de acompañar la velada con intercambios materiales, la Nochebuena en la Bugambilia tiene una connotación de verdadero agradecimiento, con un ritual religioso y otro de “pedir posada” de adeveras, con los tradicionales cánticos navideños.

Pero en estos últimos 12 meses cambió mi papel. Me ha tocado estar de este lado de la puerta. Pedí posada y me alojaron sin restricciones. Mi tía, mis primos y los gatos me han abrazado, y a mí no me queda más que agradecerles este gesto de amor, al igual que a mi tío Cando, quien desde arriba cuida este casa y a todos nosotros.

Seguir siendo Grinch sería una incoherencia. Me sigue chocando la Navidad, pero sólo en su sentido consumista, el de los foquitos excesivos, y en el que se vende árboles y adornos navideños en cuanto pasa el 16 de septiembre. Pero la Navidad, la verdadera celebración, ahora la disfruto con razón, con todo mi corazón.


Para la familia Díaz Briseño.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Taxi performance



Cada vez que me subo a un taxi y veo lo que pasa dentro, pienso: ésto lo tengo que postear, pero como por regla lo olvido, lo paso por alto y se me entume la glándula de la creatividad.

Pasó aquella vez que subí al Tsuru de aquél chafirete que venía escuchando la hora de Pedro Infante en Sinfonola, sinfonola, la estación del barrilito. Cincuentón ajado por el sol, moreno, pero sobre todo tatemado de la parte izquierda del rostro porque ahí po la ventanilla sacaba el codo para manejar recargado en la portezuela.

Bigotito que apenas bordeaba el labio superior, adelgazado a golpe de rastrillo con la meticulosidad con que John Galiano delinea su look de mosquetero, el "macalacachimba", entonaba la "Carta a Ufemia" sin recodo alguna, y su palyerita blanca de algodón, claramente una talla más chica que lo que debería ser, mostraba que en algo trataba de cultivar el músculo.

Personajes así los hay miles, pero por el programa de radio caí en cuenta que era 15 de abril, justamente el aniversario luctuoso de Pedrito y que yo me encontraba justo con un "wanabe", que aunque usted no lo crea en la plática común que se tiene con los taxistas, misma donde sale a relucir la pésima actuación de nuestros gobernantes, las vergonzosas acciones de nuestros políticos, las absurdas obras públicas, la inflación y la forma de manejar de las mujeres, ahí mezclado con eso brotaban frases infantescas como "voy, voy, voy", "ni hablar mujer traes puñal" y cosas así.

El surrealismo del momento que daba el pudor necesario para no tocar el tema Pedro, pero luego de 15 minutos de trayecto, el que no aguantó fue don Margarito Larrea, nombre que se podía leer enel tarjetón que estaba pegado en el cristal que justo quedaba a mi lado en la parte trasera del coche.

"¿Le gusta Pedro Infante?". ¡Chin! Ya lo había capoteado, porque si hay algo que me caiga mal es gastar saliva con necios, pero ni modo. "Claro, cómo no".
"Ya son 52 años... y mire, no se nos olvida".
Afortunadamente mi destino cortó la charla y nunca supe si lo suyo era una forma de vida, un performance, un disfraz o un encuentro de ultratumba con el ídolo de Guamuchil.

Los taxistas son el alguna medida el pulso de la sociedad. Cuando te subes con un chafirete normalmente recibirás una dosis de rencor, optimismo, desesperanza, política, amargura, religión, pero ante todo de crítica social.

Cada viaje podría ser un post, hasta digno de una película, y hablando de eso les dejo los dialogos de una cinta que para mí es la más maravillosa actuación de un taxista en cine, a ver si adivinan de qué película se trata.

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Pepa: ¡Siga a ese taxi!
Taxista: Creía que eso sólo pasaba en las películas. Tome lo que quiera. Invita la casa.
Pepa: Muchas gracias. Lo que quiero es que no pierda de vista a ese taxi.
Taxista: No se preocupe. (4) Está todo bajo control. ¿Le molesta el mambo? Tengo de todo. Música heavy, rock, soul... cumbias, tengo sevillanas. Salsa,
tecno-pop, jotas... lo que quiera. Si quiere, le quito el mambo.
Pepa: El mambo me encanta.
Taxista: Es que el mambo es lo que mejor va con este tipo de decoración. Ud. es la de la
tele, ¿eh? La madre del asesino. Ay, qué graciosa. Si no le importa, ¿me firmaría un
autógrafo? Es para mi chica (=novia). Por favor, ponga algo personal.
Pepa: ¿Cómo se llama?
Taxista: Azucena.
Pepa: Yo creo que se ha parado. ¿Qué dirección es ésta?
Taxista: Almagro 38. Lo que no sé es el piso. Nos ha saludado. Ésta se ha dado cuenta.
Pepa: Por mí.
Taxista: Bueno, ¿y ahora adónde?
Pepa: Montalbán 7, y gracias.

TOMA OTRO TAXI EN LA NOCHE
Pepa: ¡Usted otra vez!
Taxista: Espero que no le moleste.
Pepa: Castellana 31
Taxista: Me alegro mucho de verla. A mi novia le gustó mucho su autógrafo. En cuanto le diga que
la he vuelto a llevar, va a pensar que estamos... liados
Pepa: ¿Tendrá colirio por casualidad?
Taxista: No. Lo siento. Si quiere, pasamos por una farmacia.
Pepa: No, no hace falta.

En México, como en todo el mundo...


En todo el mundo, los taxistas son algo que se cuece aparte. Son temidos, despreciados, profanados, se les recuerda a sus madrecitas todo el tiempo; politólogos, cronistas deportivos, ingenieros, algunos abogados, pero algo que los distingue es que manejan de la chingada y que, por sobre todas las cosas, son unos personajazos.

No he conocido en ninguna parte del mundo donde se respete a los taxistas. En India son una verdadera amenaza, en Japón tienen la fama de ser huevonsísimos, en Inglaterra de racistas y si no les gustas cómo te ves, no se paran; en Alemania no hablan alemán sino una combinación entre turco y alemán espantosa. Ni a quién irle. Pero Mexico tiene una toque especial. El taxista mexicano es de todo. Conoce a un amigo que estaba en la bola de gente cuando mataron a Colosio; tiene un primo que juega en el América y conoce a Cuauhtémoc Blanco; tiene una foto con Fox; rcrrió la Carrera Panamericana hace 20 años.

Rara vez usaba taxis en México, hasta que comenzó el alcoholímetro. Entonces, la banda nocturna compuesta por: Paty, Diego, Andy, Chofas, Fabis, Ale, Picho y una servidora, hacíamos uso de estos conductores. No tengo recolección de alguno que no hablara de política, lo que sí me acuerdo es que todos manejaban de la chingada. En eso sí somos iguales que todos los demás tapsistas del mundo. Es increíble la cantidad de mentadas de madre que un taxista puede recibir en un trayecto de la Nácoles a la Condesa. Cientos. Una vez le pregunté a uno de ellos cómo le hacía para controlar el estrés causado por las malas vibras. Y muy fresco me respondió '¡Pues se las regreso señorita!' Eso debí de haber hecho con mis 2 exjefes del Reforma (el Maharája y el de Internec)...cómo no se me ocurrió.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los sonidos del silencio

En febrero pasado logré mi máximo sueño: entrevistar a Depeche Mode. Y en particular, a Dave Gahan.

Algún día escribiré más sobre lo que fue en sí la charla con el frontman de mi banda favorita en el sexto piso del Greenwich Hotel de Nueva York. Hoy, en todo caso, diré que la llegada a aquella cita me colocó tensión en la cabeza y un osote en las palabras.

Al abandonar la estación de camiones de Port Authority, me coloqué frente al edificio del New York Times y aguardé a que se acercara "mi taxi" en la fila de amarillitos que se coloca en dicha estación. Los choferes no varían mucho. O son morenazos de los barrios colindantes a Manhattan o son iraníes.

Por fin llegó mi turno y subí al vehículo conducido por quien bien podría ser poste de los 76ers de Filadelfia. Su nombre... James.

En cuanto me trepé, reconocí la rola que sonaba al interior del coche: The Sounds Of Silence, hitazo sesentero de Simon & Garfunkel que se encumbró en la memoria colectiva acompañado de las imágenes (también míticas) de Benjamin Braddock y Mrs. Robinson. Dios salve a Mike Nichols por haber creado y dirigido "The Graduate".

Si bien la rola me fascina, la realidad es que yo iba más nervioso que una quinceañera antes de su primer guayabo. La experiencia de un sinfín de entrevistas previas con personalidades de renombre quedaba aparcada simplemente porque, en esta ocasión, me dirigía en un taxi a toda velocidad rumbo al momento más anhelado de mi vida profesional. Y eso cala sabroso.

Pero aun en mi concentración y en el repaso de las preguntas que habría de hacerle a Gahan, percibí que el taxista, en cuanto terminaba The Sounds Of Silence, apretaba el botoncito y repetía el tema una, otra, otra, otra y 27 veces más. No era fan de Paul Simon ni de Art Garfunkel. Seguro era hermano de alguno de ellos. Vaya repetición que empezó a taladrar mi cabeza, pese a mi enorme gusto por la canción.

Al final, arribamos al Greenwich Hotel, le pagué al mentado conductor y unos minutos después, estaba ya sentado frente al vocalista de Depeche, con tan solo una botella de agua entre ambos.

Y que la cago.

En la entrevista más esperada, en el momento más anhelado, en la situación más soñada y frente a mi ídolo de ídolos a 70 centímetros de mí... abro el diálogo con la siguiente chorreada: "Hello Dave, thx for this interview. First of all I wanna ask you about SOUNDS OF SILENCE, the new Depeche Mode album".

El célebre frontman de una de las bandas más grandes de las últimas tres décadas se me queda viendo y empieza a repetir "Sounds of... sounds of.......", como dejando que yo repare mi cagada.

"Sounds Of The Universe!", interrumpo yo airadamente para dar el nombre correcto del nuevo disco de DM con la vergüenza metida en la entrepierna y el odio tardío por el taxista que me hizo llegar empalagado de aquella canción sesentera a la que, hoy día y por este motivo, ya detesto con toda mi rabia.

"Don't worry man, I love Simon & Garfunkel, who doesn't?. As a band, we are still trying to compose something that big. The problem is that, at this time, nobody listens to them anymore. Well, at least, here in Manhattan".

martes, 15 de diciembre de 2009

Tomar taxi en Buenos Aires

En Buenos Aires hay 3 certezas: la fiesta no termina, las chicas son hermosas y los taxistas manejan de la chingada.

En el 2006, acudí a la capital argentina junto con HMI, Bobby y DanTheMan. Pasé con ellos lo que ha sido una de las 3 mejores vacaciones de mi vida. Un desmadre tremendo, nos la pasamos de boliche en boliche (allá los antros son boliches, y los boliches son bolos), tragando como cavernícolas, y sobre todo, riéndonos de cuanta cosa nos sucedía.

Y entre tantos rubros a recordar de la aventura, está el de los taxistas. Ah puta madre, ¡qué malos son! Los argentinos en Argentina son unos campeones: amables, hospitalarios, platicadores y serviciales. Pero los pinches taxistas quieren ser todo en uno y entonces abarcan mucho y aprietan poco. Son una especie rarísima. Son como los tíos platicadores que te agarran en una reunión y ya no te sueltan hasta que no terminan de contarte la última anécdota de "cuando estaban chavos, mano".

El primero que recuerdo nos lo topamos afuera del Opera Bay, un antro cuyo día de auge es el miércoles (nosotros llegamos en martes). A las 4 am ya moría la noche y decidimos irnos al Asia de Cuba, a ver qué tal estaba. Y para ir para allá tomamos dos taxis. HMI y yo nos trepamos a uno que ya calentaba motores, y nosotros no sospechamos la calaña de tipo que estaba al volante. Al Asia de Cuba, por favooooooooo.... No habíamos terminado de decir la 'r' cuando el cabrón éste ya se había arrancado para tomar el liderato de una carrera que sólo el corría, y en la que no tenía pensado entrar a pits. Curva tras curva aumentaba la velocidad, y nosotros entre pedos y mareados no sabíamos qué hacer. ¡Cálmate pinche Fangio, bájale de huevos!, atinó a gritar mi carnal pero aquel ni se inmutó. Afortunadamente el antro estaba cerca y llegamos con vida.

Al otro día compartimos la anécdota con otro compañero taxista que nos llevó a la Recoleta, pero el guey estaba tan interesado en el cuento, que se le olvidaba voltear al frente. Yo iba de copiloto, y nomás veía cómo el pendejo pensaba que el retrovisor estaba en los asientos traseros. ¡Voltea chingada madre!, pensaba nada más, aunque ganas de gritárselo no me faltaban. A los 10 minutos de trayecto voltee y muy polait les dije a mis comparsas, bueno, basta de charlitas y platicamos llegando.

De regreso ese día, nos trepamos a otro taxi, uno futbolero. En Buenos Aires, Argentina. Era de Boca. Puuuuuuts. Nomás dijimos la palabra mágica y aquel se soltó desglosando el esquema táctico de Bianchi. Bueno hubiera sido que se quedara en la alineación, pero el boludo se soltó con los movimientos, que porqué sacaba a Traverso, que Palermo era inamovible, que Serna era un inmortal y que la afición lo bancaba (bancar es soportar). Hasta ahí no había problema mayor que la hueva de la clavadez del cabrón, pero a Bobby, ingenuo en temas deportivos, se le ocurrió cuestionar su pasión, que porqué se apasionaban tanto o algo así preguntó. Molesto, encabritado, el tipo se enojó, aceleró, cambió de carril echando lámina y nos botó en el indignado. Ustedes no entienden. Y ps no, no entendimos.

Llevábamos casi una semana en Buenos Aires, cuando tomamos otro taxi mientras buscábamos unas máquinas que le encargó su papá a HMI. Ahuevados después de mucho alcohol, a alguien se le ocurrió preguntar por un restaurante bueno de carne. Esto es, cabe recalcar, tan tonto como preguntar por unos buenos tacos en México. Y bueno. Aquel se arrancó: "Pipo, vayan a Pipo. Ahí está Pipo y atiende Pipo. Es más, vashan ustedes y preguntan por Pipo y los atiende Pipo". Yo nomás por chingar, ¿quién? "¡Pipo! Pipo y le shaman Pipo. El restaurante se shama Pipo". Y así todo el camino. Al final, no fuimos a Pipo.

Nuestra venganza contra los taxistas llegó de regreso en ese mismo trayecto. Traíamos un chiste local en el que brincábamos que vez que alguien decía Salta, pues así se llamaba una provincia que hasta el cansancio nos recomendaban visitar. Cada vez que preguntábamos en la calle por Salta, fuera cual fuera la situación, debíamos brincar, aunque la gente se nos quedara viendo por tarados. El colmo fue en ese último trayecto en el que le preguntamos al taxista: "Oiga, usted conoce Salta (¡)?... "Claaaaaro, sho soy de Salta (¡). Salta (¡) es una provincia lindísima, tiene los mejores paisajes Salta (¡), hay muchos paquetes para ir a Salta (¡), ah, y la capital de Salta (¡) es Salta (¡)". El compañero éste terminó aturdido, pero nunca nos cuestionó la estupidez.

En las horas finales de nuestro viaje, se nos ocurrió tomar un camión, pero no fue ni la mitad de divertido. Aquí una estampa representativa del viaje (noten porfavor la jotería del Gordo):


w4

jueves, 10 de diciembre de 2009

Lo que más dolió


Hubo un tiempo en que fui John Jefferson, receptor de los Cargadores de San Diego. Dan Fouts era mi amigo Federico Robles, montañés sin barba, pero que con su 1.88 de estatura a los 14 años tenía el brazo suficiente para ponerme pases entre los números.

Nuestro Jack Murphy era el estacionamiento de la Comercial Mexicana de Pilares, claro, en el tiempo en que en lugar de ese Starbucks donde "disparan" cafés con triple shot a cuanto testigo protegido se presenta, había un puesto de jugos.

Ese campo de asfalto era un elefante blanco que jamás se llenaba, no había tanta gente la minoría tenía coche, por lo que extensas parcelas llenas de topes amarillos quedaban desiertas.

Fouts y Jefferson, Federico et moi, éramos el azote del "Chori" y el "Micky" que nos retaban al tocho 2x2. Mi velocidad y manos de artista eran mucha carne para la perra y me regodeaba en festejar touchdowns con el clásico "destapando la cerveza", brinco con choque de traseros o el consabido azotón de balón en las diagonales.

Pero como a los verdaderos Cargadores, la historia nos tenía, en particular al burlón de mí (Jefferson) un escarmiento.

Apenas segundo cuarto del partido perdíamos por uno, pero con el balón en cuarta oportunidad salgo en trayectoria larga. El "Chori" con sus piernas de 30 centímetros rápidamente me ve alejarme como Bri ve caer su cabello, poco a poco pero irremediablemente, el brazo de Fouts-Federico, engolosinado por lo solo que me vio suelta la bomba. Mis piernas eran un par de pistones y mi vista clavada en el balón; estire los brazos, pero luego los encogí un poco cuando vi que mis pasos me iban a dar holgura en la atrapada.

Una sonrisa me cambió el gesto, con ese los empatábamos y segurito luego vendrían otros dos o tres para rematar y humillar. El gato ya tenía el ratón en la boca, la gorda estaba a punto de cantar, pero no contaba con uno de esos mudos topes amarillos que inoportunamente cometería la interferencia de pase con un burdo tropezón.

Una vez que mi pie tocó el tope, mis brazos se fueron abajo, mi nariz al frente y en vuelo tipo antorcha humana crucé la entrada del estacionamiento que hacía de zona de anotación. La distancia recorrida, quizás unos cuatro o cinco metros en el aire, la pude medir después porque en ese momento, cual Concorde, sentí que iba directo a París.

El problema fue el aterrizaje. No hubo dolor, por lo menos no en ese momento. Fueron tres tiempos: primero contacto con rebote, segundo contacto con barrida, y tercero, cachetazo salvaje. La pantalla se fue a negros en lo que me pareció había sido una eternidad, un fade-in abrupto y un fede-back mareado.

Aquél tendón que todos poseemos y que se activa propulsado por la vergüenza cada vez que azotamos y que nos hace pararnos como resorte, no se activó. Me besó el Diablo y sólo atiné a ponerme las manos en la frente. Al abrir los ojos las caras del "Chori" el "Mickey" y Federico-Fouts me escrutaban y como el Chavo del Ocho, agitaban la mano derecha mientras decían, supongo que para tratar de hacer sentir bien: "Tsssssssssssss, ¡qué chingadazo!", "Utaaaaaaaaa, no maaaaaaaaaaaaaames, quedaste pa'billetero".

Dos minutos después y cinco centímetros de crecimiento por hinchazón de mi pómulo derecho, Federico-Fouts se acordó que éramos partners y corrió al Burger Boy, que ahora es Burger King, (donde acribillan a comensales atravesando a balazos el vidrio) y trajo una bolsa de hielo.

Diez minutos más tarde me incorporé ayudado por los tres y me percaté que el pantalón de mezcilla estaba roto a la altura de la rodilla derecha y también a la altura de la bolsa justo donde tenemos ese huesito cosquilludo de la cadera. Mi playera negra de Metallica también se rasgó en el hombro y mi sangre brotaba en cada una de los hoyos de mi ropa, el envés de mi mano derecha, mi mejilla y mi pómulo.

"El Camellito" de "Nosotros los Pobres" se veía guapo junto a lo que quedó de mí tras el tremendo arrastrón y el dolor me obligo a invertir como media hora para llegar de cojito al metro División del Norte, para irme a mi casa, pero lo que más me dolió fue la sorna del "Chori" cuando me dijo: "¿Qué? ¿ya no le vamos a seguir? Pues entonces les ganamos, suerte a la otra, chavos, se les agradece".

Definitivamente cuando caes duele más la burla que el golpe.

Proplapso cronológico


No sé si tenga que ver que los Piscis somos torpes de los pies o que de plano soy re guey, pero desde muy temprana edad, recuerdo ser proclive a caerme a la menor provocación. No lo digo metafóricamente hablando, en este tema no hay que ser tan profundos. Aparte es un cliché, "Me caí con las derrotas que he sufrido y he resurgido de las cenizas como el Ave Fénix'. Si, ya lo sabemos, pero ¡ah! cómo duele caerte y darte un chingadazo en la rodilla.

En mi haber cuento con varias que han hecho historia. He de apuntar que todas las caídas cuentan con las cicatrices respectivas, ya sea en codo, brazo, pie, boca y cara. Comencemos por el principio.  En la casa donde viví mi infancia,  en la azotea había por todo el suelo pedazos pequeños de mármol. ¿Para qué? Pues para que la gente no se cayera. Seguro fue a un ingeniero al que se le ocurrió. Yo tenía 3 años, corría de acá para allá hasta que el temor de todos ocurrió: me caí y me partí la cara, literal. Ni las manitas puse. El dramamex no se hizo esperar y mis tías y mi madre, en un homenaje a Marga López, me bajaron a la cocina llorando y me pusieron 'Violeta de Genciana' por toda la cara. Primero me sanaron las heridas antes que se me quitara la mancha.

Luego, cuando tenía la tierna edad de 6 añitos, estaba en el recreo jugando a la exploradora con mis amiguitos en una especie de paisaje lunar, en donde había piedras volcánicas. Tocaron para regresar a clase, todos corrimos, yo me atoré, me caí y fue el acabóse. Me llevaron a la enfermería y por todos mis muertos que se podía ver mi hueso del chingadazo que me puse. Todavía cuando me asoleo, esa cicatriz queda como queso de puerco debajo de mi rótula derecha.

Más tarde tuve las clásicas de escaleras eléctricas en Perisur, del pasamanos, en la orilla de la alberca. Pero conforme fui creciendo, le tuve que agregar el factor alcohol y pues ahí es donde ocurrió una de mis caídas más espectaculares.

En mi cumpleaños número 29, mi amigo Rodrigo hizo una fiesta en mi honor en su casa. Era una comida en donde iba a correr el alcohol y la comida como siempre nos ha caracterizado a 'La Palomilla', mis compas de la Uni. Carne asada, chorizos argentinos, vino tinto, vodka, pastel, piñata, bueno, un verdadero festejo. Brindamos, comimos y ya para las 6PM estábamos algunos más entonados que otros. Yo estaba entre los más. Pues el DJ hizo bien a poner una colección de éxitos de los ochentas que incluían:

  • La gente rumora de Joan Sebastián
  • Autos, moda y Rock n'Roll de Fandango
  • Bazar de Flans
  • Yo no te pido la luna de Daniela Romo
  • Vive de Napoleón

Todos emocionados hasta la médula y cantando y bailando cual ballet de Milton Ghio. Y pues al momento de que suena 'abre tus brazos fuertes a la vida...no dejes nada a la deriva, del cielo nada te caerá', decido hacer un paso estilo 'Fame' y caer en un pie. Desastre total. Debido a mi alto contenido etílico en las venas no me dí cuenta que estaba enfrente del asador y el piso estaba lleno de grasa. Mis  botas eran picudas y con un tacón de unos 10cms...al momento de caer sobre mi pie derecho, me resbalo hacia adelante sólo para que la articulación del dedo gordo sufriera las consecuencias. Se derramó el líquido sinovial de esa articulación causándome una artrosis grado 3. Sólo hay 4 grados. 4 años más tarde me operaron. Me fracturaron el hueso, me limaron la artrosis, me acomodaron los tendones y usé muletas por 3 meses. Mi dedo funciona en un 70%, ya que carece de fuerza en la articulación y los tacones de 12 cms. pasaron a estar vetados de mi guardarropa por órdenes de mi ortopedista.

Si, me levanté claro está. Pero me dolió tanto física como monetariamente. Pero no por eso he ni dejado de tomar, ni dejado de bailar, ni dejado de usar tacones. Claro, ya la edad me está haciendo llegar a casa ajenas y dejar mis pantuflas para que, si me necesitan en un performance, pueda hacerlo sin temor a joderme el otro pie.

Total...ya está llegando el momento de sentar cabeza y de tener mucho cuidado. Ahora las caídas implicarán una reposición de cadera o una placa de titanio...

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Hombre sin cabeza


Martes por la noche. Antes de visitar a mis ultra poderosísimos y bienamados amigos Luisma y Gabs en su depa muy mono (qué impresión, qué ñoños se ven ya con sus pijamitas hechas con sudadera y pants color azul matapasiones), decido cambiarme de ropa. Pero lo hago en plena calle. Así que estaciono mi bólido en Av. Universidad (junto al Blockbuster que ha cerrado hace un par de horas).

La de rigor es: playera (cualquiera), chanclas y jeans. Ya a eso se le puede agregar un gorro o una bufanda, pero bueno, como de costubre, ya me ando desviando pa'la izquierda. El punto es que en el rollo de la semiencuerada pública, coloqué mi cartera en el techo del carro, así como 35 pesos en monedas. Acto seguido, me enfundo en mis fachas y, sí, olvido lo que ha quedado en el techo, justo atrás del quemacocos.

Enciendo el motor y a deambular por la ciudad. Avanzo a buena velocidad aproximadamente dos kilómetros y me detiene el semáforo en rojo (se me antoja robarme un semáforo). Ahí, en calma, se acerca un individuo a pedirme dinero, meto la mano en el bolsillo y me percato de que no hay monedas. Pongo los ojos tanto como Kiko y abro la puerta con una brusquedad inenarrable. Y veo el techo.

Milagro. No se ha caído nada, ni la cartera ni las monedas. Siguen ahí los 35 pesos y todas mis identificaciones dentro de la misma. Y no, no manejo como anciano, simplemente no me explico cómo he salvado los objetos en cuestión.

No sé dónde traigo la cabeza. Quizá se me cayó (sin albur).

Quizá.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Miembro del FAP

Con la contadísima excepción del aguangamiento de lo que viene siendo el… el… el… cómo decirlo… el… digamos que “el hermano del alma, realmente el amigo” (Roberto Carlos dixit) en el momento de la verdad en el campo de batalla, no hay caída que más traume al hombre que la caída del cabello.

Símbolo de virilidad, el cabello o pelo, como le decimos nosotros sin hacerle tanto a la mamada, nos sirve de arma de transmisión de información. Con el pelo proyectamos si somos formales o informales, si nos vale madres la vida o nos importa cada momento y hasta si la noche previa dormimos solos o acompañados.

Tengo 27 años, y se me ha caído el pelo durante los últimos 3… y hace varios meses que ya ha dejado de agobiarme. Porque de repente tienes 24 y un día te metes a bañar y ¡quióbole!, ves que tras la rascada de coco se vienen contigo una pandilla de pelambres y no es normal. ¿Estaré enfermo de algo? ¿Habré comido algo podrido? ¿Será un castigo divino? Oh Dios, pero si sólo tengo 24 años…

(Y PapaDios te responde desde las alturas: Sí pendejo, pero llevas 14 poniéndote en la cabeza cuanta porquería se te cruza en el súper, que no son más que combinaciones químicas casi nucleares, y tú quieres tener el pelo rozagante como si tuvieras 14)

Oquei jefe, nomás no te encabrones…

Entra una etapa en la que comienzas a preguntar por los remedios y menjurjes de la tía Basilisa, con tal de que no se te caiga el pelo. O ya de plano el Folicure o las demás chingaderas que venden en la tele, que nomás huelen peor que mierda de mandril y no sirven para un carajo.

Yo vengo de dos familias cuyos varones presentan, de un lado entradas tan vastas como las de Periférico a la altura de Mundo E, y del otro calvas tremendas desde tempranas etapas de la vida.

Para acabar pronto, mi abuelo Afif era una galanazo MauricioGarcés type, pero usaba peluquín desde sus mid 30’s. De chavito siempre me preguntaba porqué el look de mi abuelo siempre cambiaba tanto en las noches, con respecto a las tardes en las que iba a jugar dominó. Y hasta mi adolescencia fue que un día descubrí lo que parecía una rata abrazando un coquito en el baño, e inmediatamente fui a preguntarle qué chingados era el tupé en cuestión.

Mi abuelo, vanidoso por excelencia, me confesó que ponerse peluquín era la peor pendejada de su vida, porque era un auténtico fandango ponérselo diario, y ya no tenía los huevos para arrancárselo y volver a mostrar la pelona.

Actualmente yo estoy lejos de estar calvo y mucho menos pelón, pero pues sí me considero miembro orgulloso del F.A.P. (Frente Amplia Progresista). Cada día que tiendo mi cama, veo uno que otro peluche en mi almohada y pienso que si el destino quiere que yo maneje el look Vince Vaughn, por algo será. Para combatir la caída del pelo, no tengo más que el pastito que se queda arriba, que cada vez será menos pero es mío.

A final de cuentas, prefiero que se me caiga el pelo, a que se me caiga el… el… carajo… el… el orgullo. Lo único que nunca se pierde.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¡Quéjense!



Causas ajenas a la administración de este blog me impidieron redactar algo con cierta coherencia sobre el tema de la semana. Creo que todos, así como tenemos un perro y un dueño, tenemos un cliente y un patrón. Entre más sabemos, más entendemos y menos nos mecanizamos tenemos más probabilidades de ser más patrones que clientes.

Así como la Iglesia se empeña en perder clientela expulsando del paraíso a los gays y transexuales, me expongo hoy a que me expulsen de su gusto, al no cumplir con mis patrones lectores como Dios manda, mejor dicho como el korova manda, porque los mandatos del Señor en la Tierra son cosa de tontos obispos.

Como cada vez que escribo de religión pierdo audiencia, incluso entre mis korovos hermanos, mejor no me sigo saboteando y ofrezco un disculpa por fallarles.

Y si no les gusta quéjense en el departamento de servicio al cliente.

jueves, 3 de diciembre de 2009

¡Mecáchis! o Crónicas de un cliente insatisfecho



Si hay algo que de verdad detesto y me causa vómito y anexas es que tenga que acudir a Servicio al Cliente en cualquier parte del mundo. Me pone mal, de hospital. Y, según algunas encuestas, el 83% de los consumidores de cualquier tipo de servicio o producto, llámese Internec banda ancha, teléfono, lavadora, celular, computadoras, lactoc y la lista sigue, termina insatisfecho con lo que adquirió. Que porque se rompe, que porque no agarra el inalámbrico, que porque la imagen está pixeleada. Y no por ser el Primer Mundo, deja de haber estas quejas diarias. Pero eso no me sorprende nada...lo que no me deja de admirar es que aquí como en China, Nuevo León, la gente de SaC es mentalmente limitada.

Yo me imagino al personal de RH de la empresa Pitofhen al momento de escoger su staff del Call Center, "A ver, este tiene secundaria, mmm, pero saco 10 en Matemáticas. No, ese mejor lo ponemos como Coordinador. Pongamos a éste que dijo que el último libro que leyó fue 'Cómo hacer un millón de amigos de Og Mandino' y puso que tiene un grado de escolaridad 'Alto' ". Con esta gente uno tiene que tratar temas tan complicados como que el disco de arranque de la Mac está en standby o que aparecen un texto en la pantalla del codificador que dice ERROR HG 35678.

Cuando la imagen está en negro y se oye la voz en el televisor cuando quiere ver '30 Rock' o cuando el paquete Pedex no ha llegado a su destino o cuando le han vaciado su cuenta Banamets, siente el peso de la vida encima al ver el teléfono que dice 'Servicio al cliente 0180003-333-33' y enfrenta a todos sus demonios. Marca comenzando a sudar profusamente por axilas, bigote y frente. Contesta una voz inintelegible que dice 'Benash trdesh, Srvisio Cliente Pedex, hbla Deyanerí ¿n ké pdo alludarle?'. ¡Mecáchis! ¿Cuelgo? ¿Le digo que mi factura me la cobraron doble? ¿Le doy mi nombre? ¿Podrá apuntarlo? Estas son las preguntas que a la velocidad de la luz, llegan a la mente trastornada del cliente. No sólo se quedó sin ver su programa favorito, sino que le salió una bola de cerilla del oído por tener el auricular pegado por más de 45 minutos para que lo atendieran y lo pasaran con el 'departamento correspondiente'.

Ahora vienen las preguntas que filósofos, pensadores contemporáneos y gente común y corriente, estudiosos y no estudiosos (algunos porque otros están chambeando en Servicio a Cliente de tarjetas Elektra) se hacen día con día al enfrentar este problema de gran envergadura; ¿Es tan difícil resolver problemas? ¿Por qué no hacen las cosas bien desde un principio y así nos evitamos la molestia de pasar por esto? ¿Acaso soy yo solamente? ¿Yo tuve la culpa? ¿Debí haber comprado en El Palacio en lugar de Liverpool? ¿Hubiera comprado un celular pirata en lugar de este dizque bueno? Nadie las sabe, nadie se atreve a responderlas. Eso nos enfrentaría a nosotros mismos y nuestra pendejada de haber confiado en las instituciones.

Pero qué le vamos a hacer...respeto a los que atienden este tipo de llamadas y que soportan gente como yo. Mi idea es que quitemos la estatua de Jorge Negrete, recolectemos llaves que ya no usen con la ciudadanía y erijamos una estatua al Telefonista de Servicio al Cliente Anónimo con una placa de los que cooperaron para que así, ya nos ubiquen y no nos pongan en espera nunca más.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El tacubito


Ritmo punchis punchis a todo lo que da y un bracito acá mamadón para que las nenas que se aparezcan por ahí... "caigan".

No sabemos su nombre, pero en el mercado de Coyoacán, hay un tacubito con barbita de candado que realmente da servicio de calidad a su clientela. Es fornido, amigable, cagadón, buena vibra, bailarín, y, claro, aplica el ojito pizpireto a las damiselas que se aparecen por sus feudos. Vende sandwiches y chapatas con extrema cantidad de frutas y verduras y podría decirse que tiene el negocio ideal para quienes pretenden atascarse y no engordar. Créanme, un sandwichito de atún es un edificio. Ah, y siempre acompañado de frutita.

El servicio, la verdad, está poca madre. Uno llega, y antes de tomar asiento en los banquitos de su changarro, ya está escuchando el "Qué pasó mi licenciado, ¿qué le vamos a servir hoy?". Si de antemano a nosotros (hombres como el Chanfle II y yo) nos causa risa y nos pone de buen humor tal recibimiento, a las féminas... ya mejor ni digo.

Dada la orden, el tacubito empieza con malabares al ritmo de la música que retumba de lo lindo. No, no son los Angeles Azules ni K-Paz. Los de este negocio le pegan a Oakenfold y a Guetta. Agregan la zanahoria mientras con la nuca siguen el punchis punchis muy acá. Playerita pegadona, greñita apenas quebradona y el conejo a todo lo que da. Por supuesto, pechito salidón y la noción visible de que está mamey. Sí, lo está.

Tememos que cumple con el viejo dicho mujeril de: "El güey tiene ritmo, el güey ha de bailar bien. Y si baila bien... se ha de mover igual de bien". Ahhh, estos tacubitos que se adueñan del mundo con el puro movimiento de cadera. Que Dios nos los mantenga sanos para que le sigan dando color al mundo y caña a las que lo desean. "Color", esa es la palabra que los define. Ya el verbo es mera obviedad.

Por supuesto, a este tacubín no se le va una. Anda preparando la chapata, baila, coordina, agradece, sirve, pone orden, entrega cuenta, obsequia sonrisa, y, a la vez, capta si algunos jeans entallados pasan de pronto por ahí. El radar no falla, apunta, olfatea, manda el misil y la consecuente sonrisita con el levantón de cejas nos indica que le apetece lo que acaba de observar. Tiene pleno dominio de la cuadra, no hay duda.

Mi estimadísimo Chanfle II, cómplice de comidas nutritivas y de pura vitamina, podrá complementar con detalles más específicos la historia del individuo citado. Yo, por mi parte, recomiendo que vayan al mentado mercadito de Coyoacán y busquen a este tlatoani del mundo tacubo.

No necesitan el nombre. Créanme: lo encontrarán fácilmente.

Inphi escribió esto bajo los influjos de esa añeja joya denominada "The World Is Mine", de David Guetta.

lunes, 30 de noviembre de 2009

CLIENTAZO

En algún momento, no hace mucho tiempo, los medios comenzaron a utilizar la expresión para describir dominio de un equipo a otro. CLIENTAZO, denuncia la cabeza para anunciar la extensión de la racha, que para merecer el sufijo ‘azo’ ya debe ser de varios, bastantitos partidos, que denoten un patrón casi casi seguro.

Hoy día, en el futbol mexicano, no hay clientela más clara que la de Cruz Azul, equipo de mis mil amores, hacia el América, al que desde hace más de 6 años no logra vencer. Los medios ya han agotado todas las cabezas para presentar los hechos tras un partido Cruz Azul vs. América: Cliente, Clientazo, Paternidad, Pan con lo mismo, Papá, y más recientemente Quinceañera, a razón de los 15 partidos que han sucedido en ese lapso sin que la Máquina venza a las Águilas.

Por supuesto, ha llegado un punto en que uno se vuelve inmune a dichos comentarios y a las burlas, que ya de tan comunes pierden el chiste. He vivido esas derrotas en todo tipo de circunstancia: como aficionado en el estadio, como reportero en el estadio, como reportero desde la tele, como editor desde la grada, como editor desde la redacción, como vacacionista en Panamá tratando de encontrar un restaurante mexicano para ver el partido, solo, acompañado, con playera, sin playera, con enojarme, sin enojarme…

Y la única constante es: Cruz Azul tiene igual o menor número de goles que el América en el marcador final.

Mis allegados podrán constatar que hace mucho dejó de acongojarme tal situación, aunque no por eso dejo de desear fervientemente que la puta condenada racha se acabe, y me siga encabronando despuecito de los 90 minutos. Porque inherente a la clientela celeste va el simbolismo del sometimiento mental hacia mis amigos americanistas, que no son pocos.

Es extraña la relación que el aficionado adquiere con los acontecimientos de su equipo. Hay un empate emocional ahí muy difícil de explicar que se traslada a los demás ámbitos de la vida. Las personalidades de los clubes se mimetizan con su gente. El americanista es mamón, el chiva es naco, el cruzazulino es frío y el puma es pretencioso. Los 150 pesos del boleto del estadio no incluyen chelas, pero sí el derecho a sentirse humillador o humillado, según sea el caso, y a disfrutar o aguantar las consecuencias del resultado. Si pierdes, te chingas y te callas (o reclamas, si te chingó el árbitro); si ganas, ni quién te aguante.

El futbol es un universo paralelo que se vive y se desvive. Llevo 6 años y contando soportando ser cliente del América. Y ante esto, sólo me quedan hacer 2 cosas: aguantarme… y aprovecharme de las circunstancias actuales, disfrutar otra racha que existe, y agarrar las 8 victorias seguidas en CU para voltear y decirles a los Pumas…

Pinche CLIENTAZO.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Cuatro

Conocí París, gracias a cuatro litros de cerveza y un amigo con la persuasión necesaria para hacer que la tomara. Explícome. No es que sea un beato que le hace gestos a la cebada o abstemio sino todo lo contrario, creo poseer un fino juego de gañote que me permite degustar y apreciar finos lúpulos y matices en esa agüita que taranta y por ello caer en Munich (Munchen para que me entienda la Olis) a finales de un septiembre, un pre Oktoberfest, fue como soltar a Fox en una tienda de botas de piel de perredista.

Mi amigo, quien de aquí en adelante será nombrado La Rat por motivos que no desvelaré hasta obtener su aprobación por escrito, tuvo el tino suficiente para señalar que bajaramos en la estación del metro exacta que nos proyectó a una calle donde, cual musgo salían barriles que hacían la suerte de mesas y puestecillos donde se vendía cerveza servida por damiselas vestidas de bávaras.

Entre cientos de güeros que nos veían como moscas en leche, apreciamos que vendían vasito de 1 marco, vasote de 3, tarrito de 5, tarrote de 8 y megaultrasuper tarro de 10, y pues, yo remolón que soy para eso de soplar vidrio ni tardo ni perezoso le hice caso a la Rat y compré dos de 10, al fin sólo nos tomaríamos uno y luego iríamos al hotel por nuestras mochilas y de ahí a Zurich en tren.

El néctar de la malta germana no tardó en regarse por nuestro sistema sanguíneo y ya no nos importaba que los bávaros, que iban de traje y portafolios a media jornada laboral, nos vieran con ojos de pistola. Pronto las necesidades propias de un borrachín fueron cubiertas: yo encontré una máquina vendecigarros, la Rat mercó unas salchichas enormes en un pan delicioso y un yogurt (eso de comprar el yogurt no lo entendí hasta el otro día) y ambos ubicamos un baño donde dejar correr las gotas de lo que antes nos había puesto chachalacos.

La felicidad de beodo parece algo tan efímero que cuando la hallas casualmente el vaso se vacía, así que la Rat en una escapada al baño regresó con dos tarros de 10 para seguirla. Yo le advertí que por la hora no llegaríamos al tren a Zurich, pero insistió y retrazamos la ruta, ahora sería Praga el destino.

El volumen de la plática chilanga se elevó y las risas se multiplicaron, por lo que ahora, pasada una media hora, fui yo el que luego de "cambiarle el agua a los frijoles" en el mingitorio, traje las "ostras" y la Rat, sentenció: "Nomás tres porque no vamos a llegaaaaaaar a Praga" (la sextuple letra "a" obedecía obviamente a que su lengua ya no coordinaba con sus pensamientos, pero en realidad el tapón que llevábamos era muy decente todavía).

Praga tendría que esperar, ya que la guía del eurorielpass indicaba que el tren partiría sin nosotros, así que redefinimos que iríamos a Budapest. La plática giró alrededor de las maravillas húngaras y los bávaros ya nos saludaban de barril a barril y no sé en qué momento dos de ellos se mudaron a nuestra mesa estilo Chavo del Ocho y comenzamos a libar en cuarteto.

Ellos puro alemán nosotros como el jorobado guardián de la biblioteca de "El Nombre de la Rosa" mascábamos una rara mezcla de español, inglés, italiano y creo que hasta latín, y no sé cómo pero nos entendíamos, vacilábamos y hasta nos contábamos chistes, una muestra más de que el alcohol es un vehículo de expansión cultural.

No supe en qué momento, pero la Rat llegó con el cuarto tarro, yo me hice del rogar y reclamé que Budapest salía de los planes, pero la Rat, juro me hizo manita de puerco, y ni modo de desperdiciar la cheve que no había perdido su encanto a pesar de los litros.

Para inmortalizar el momento, un alemán de los que se hicieron nuestros brothers que a partir de este momento será Fritz, porque no tengo ni idea de cómo se llamaba, tomó mi cámara una Nikon FM2 y nos captó a la Rat y a mí chocando tarros y señalando con la mano cuatro dedos para dar fe del número de tarros de 10 marcos, cuyo contenido depositamos entre pecho y espalda ese día.

Ya serían más de las 8 de la noche cuando Fritz y su carnal al que por esta vez llamaremos Franz, nos despidieron con un abrazo y un "ah huevo" que les enseñamos, porque ahora sí, si no nos íbamos no podríamos tomar tren alguno que nos sacara de Munich.

Para no hacer el cuento muy largo nos subimos al metro sin pagar, dando tumbos y en sentido contrario a donde íbamos. Regresamos sobre nuestros pasos, casi me madreo con el dueño del hotel porque sacó nuestras maletas casi a la calle, llegamos a la estación, yo con un kebab en la mano y la Rat cayó inconsciente a media explanada. Lo dejé un momento y entre nubarrones en mis ojos alcancé a distinguir un andén que estaba a punto de partir, así que levanté a la Rat, le volví a poner los lentes y le dije que no me soltara de la mochila porque nos íbamos a subir a un tren.

Como la Guayaba y la Tostada abordamos y nos azotamos en unas literas de un compartimento vacío, pero pronto cuando fueron a cobrar, nos corrieron porque ese lujo no lo incluían nuestros pases, así que otra vez arrastre a la Rat y terminamos en un compartimento normal con sillones.

Seis de la mañana, se detiene el tren: La Gare de L'Est, París. ¡Qué cruda! No tenemos francos y cobran el baño, encontramos hotel, pero el check in es hasta las 11:00, así que sin inhibiciones nos recargamos como teporochitos de la Alameda uno en el hombro del otro y nos jeteamos en una banca de la calle a esperar ser admitidos.

El misterio del yogurt se desveló una vez en el cuarto cuando la Rat en un acto de profundo faquirismo engulló el yogurt casero que estuvo en la bolsa de mochila 24 horas, y luego a dormir. A veces uno coopera con cuatro tarros, pero estoy seguro que es la vida la que insiste y nos pone en los lugares donde debemos estar porque la visita a París fue deliciosa, tanto como una chela o incluso un yogurt con un día de fermentación.

PD: Abrazo, beso y felicitación a Miranda, novel autora con libro en mano que enorgullece en extremo a este espacio, pero que al mismo tiempo provoca que el que escribe este apenado por no asistir al feliz ágape del lanzamiento de su "niño"

jueves, 26 de noviembre de 2009

Mediterráneo


La mera verdad es que tenía otros planes completamente distintos para el post del día de hoy. Muy distintos. Pero, lo vuelvo a comprobar, la vida da varias vueltas y uno nunca sabe dónde puede estar mañana.

Iba a escribir de circunstancias que nos han pasado a todos, por ejemplo, que un día me hayan cambiado el asiento del Turibús y la persona que estaba en mi lugar le cayó tremenda caca de pájaro en la cabeza o que me hayan insistido en ir a una fiesta y haya conocido al hombre que es dueño de mis latidos cardíacos en este momento...cosas que nos pasan y que vaya usted a saber si es casualidad o causalidad.

Pero...a veces, las cosas son un poco, digamos, provocadas por terceros. En mi caso, a veces, para tomar algunas decisiones, necesito de un tercero que me empuje, me eche la mano, digamos, básicamente, lo que viene a ser. Y a veces, me toma mucho tomar una decisión. Que si no es por el dinero, es por el tiempo, porque está lejos, por lo que sea. Para pretextos, puedo ponerle mil a cualquier cosa.

Así traje a mi amga Coquis desde el año pasado con que iba o no a visitarla a Barcelona. Ella me insitió mucho desde que nos volvimos a reencontrar en Facebook, hace más de un año. Y como somos los mexicanos decimos que si, pero nunca cúando. Bueno, pues me vine a vivir a Berlín y de las primeras cosas en mi Bucket List fue tal cual y se los pongo:

IR A VISITAR A MI AMIGA COQUIS...SI NO, ME CHINGA!!


Y pues heme aquí, feliz, reencontrándome con mi pasado y disfrutándolo a cada momento que pasa. Ella contribuyó en gran medida a que me viniera a Europa a vivir. Ella me chingó hasta que accedí regresar al Mediterráneo, que ya tenía unos años sin visitar. Ella me abrazó por 10 minutos cuando nos vimos. Ella fue una de mis grandes amigas en la primaria. Ella irradia fiesta y alegría. Ella es Coquis Rubio, mi gran gran amiga...

Si, agradezco a la vida que me haya insistido.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Nezzzzedad


Mamador y mamadorcito. Yo como de 24 años, mi hermano Alex como de 14. Los polluelos del Dueño de la Fábrica.

Y que nos vamos al beisbol, al Sky Dome de Toronto, a ver el Blue Jays vs. Twins. Me gusta más el ambiente beisbolero que el juego en sí: el organito clásico que retumba en las tribunas, los uniformes de ciudades en manuscrita, los aficionados que no se disfrazan tanto como los del americano. Ah, claro, y los mil concursos entre innings.

Nos sentamos allá por el jardín derecho. Mi hermano, deportista de toda la vida, no sabe ni cuál es el pitcher; de hecho le importa un rábano. Nomás vino a tragar jochos y a empujárselos con pink lemonade. Y en gran medida está aquí porque el hotel Renaissance (en el que nos hospedamos) tiene un pasillo comunicado con este famoso estadio. Dio 30 pasitos el nene y ya había llegado. Nomás por eso me hizo el honor. De lo contrario, se habría quedado alaciándose el cutis con la almohada.

Francamente no recuerdo el boleto que teníamos, pero digamos que el mío es el 15307 y el de Alex el 15308. Así pues, que comience el partido. En el primer strike, mi hermano está hiper entretenido mirando el techo retráctil. En la primera bola, ya pegó el primer bostezo. Ni siquiera se ha completado el inning 1 y ya anda haciendo pachona su chamarra sobre el asiento para preparar el coyotito que lo confirme como un dormilón de alto rendimiento. "Luizzz..." (es zipizapo) "...zzi me duermo, no me molezztezz, ¿ok?". Y yo me pregunto... ¿los zipizapoz, cuando se jetean, sueñan en blanco y negro?, ¿su alfabeto empieza también con la "A"?, ¿su lengua caduca 10 años antes por el uso intensivo?, ¿Mazinger Z es su ídolo? Para no perder la costumbre, ya me desvié. Retomo el tema.

A la mitad de la séptima entrada, se anuncia el enésimo concurso de la noche. No tiene mayor chiste que avisar de un boleto al azar a cuyo dueño se le premiará con 750 dólares y una gorra oficial de los Blue Jays. Todos tengan a la mano su número de boleto y al final del inning saldrá el afortunado en la pantalla gigante. A mi hermano, ya despiertito tras su súper jeta de 6 innings de duración, de pronto le entra un impulso eléctrico y me dice que intercambiemos boleto. En algún raro rincón de su cerebro cree que el premio caerá por nuestras butacas (ajá, entre 37 mil fulanos). "Luizz, quiero tu boleto". "No". "¡Ándale!". "¡Que no!". "Porfazzz", "¡Que nooo!", "Ay, tú mizzmo estázz diciendo que no vamoz a ganar". "Bueno, ok, está bien".

Y sí. Ya con el intercambio de boleto consumado, al final de la entrada 7 sale en la pantalla gigante la caricatura de un lindo azulejo volando con un sobre en el pico. Se para en el brazo de un beisbolista, abre el pico y deja caer el boleto ganador (igualito que Gurrumina). ¡15308!, ¡o sea el mío!, o sea, el que "era" (eeeeeera) de mi hermano, o sea, no mamen. Lo juro, y la desgracia y el berrinche de Alex hacen que se le desfigure el mentón con semejante furia. Grita que él es el del boleto de oro. Yo, con una serenidad insoportable a sus ojos, simplemente le agradezco su necedad. Me enseña dientes de sierra; me vale tres pepinos. Alejandrito, Alejandrito mivido, Alejandrito de tu mami y de tu papi, ya-te-chin-gas-te. Anda, levántame en hombros y festeja a tu hermano mayor, que no cualquier tlatoani viene a conquistar el Sky Dome en pleno verano.

Muchoz añoz dezpuéz, la nazzión zipizapa no olvida zzu máz cruel derrota.

Por nezzio.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El maestro del regateo

No cualquiera puede ejecutar con gracia el arte de regatear. Se necesita antes que nada seguridad en uno mismo, un objetivo claro, y saber perfectamente cuál es el margen de maniobra. Lo que viene siendo el colmillo, ése que tenía largo y retorcido mi abuelo Afif.

Mi abuelo no estudió una carrera ni heredó algún próspero negocio familiar. Vivió de sus relaciones personales y de su habilidad para conseguir cosas, ya fueran bisnes, dinero, permisos o una esposa. Por el contrario, yo, educado bajo el mainstream del caminito tradicional, nunca he podido concebir una supervivencia de esa manera, y mucho menos de chavito, cuando vives protegido por todos lados.

Comenzando algún ciclo escolar, por ahí de tercero o cuarto de primaria, le comenté a mi abuelo que mi mochila ya estaba pa’mearla, y que me urgía otra si no quería que yo llegara a la escuela con una bolsa del mandado, so riesgo de que me putearan a la entrada del salón.

Entonces fuimos a una tienda de mochilas ubicada en Félix Cuevas, justo al lado de Banca Cremi, donde él trabajaba, para conseguir alguna mochila que me gustara. La situación económica de mi abuelo nunca fue boyante y muchas veces precaria, pero una de sus más grandes muestras de cariño fue hacernos creer, invariablemente, que todo estaba bien. Así que nunca me decía que no.

Llegamos a la tienda y le puse el ojo a una mochila roja. No era la de los Supersónicos, pero tampoco un bulto de cemento. Si mis memorias no me fallan, costaba 400 pesos. ¿Ésta?, me preguntó Afif como advirtiendo el último tren porque iba a comenzar la negociación. Sí, ésa. Pues voy que te quedó jabón.

Para mi abuelo no existía precio definitivo. Libanés de nacimiento, traía el regateo, el jaloneo, el estirayafloja a flor de piel, y siempre tenía la convicción de poder conseguir un beneficio extra. Tomó el vendedor del hombro y le dijo: ¿Cuánto cuesta esto, hijo? 400 pesos, señor. No no, ya, cuánto cuesta, lo menos. Señor, esto es una tienda, cuesta 400 pesos. No no, a mí no me vas a hablar así, llámale a tu gerente.

Increíblemente, yo estaba del lado del vendedor. Tenía razón, era una tienda, no el mercado como para negociar el precio del jitomate. Pero a mi abuelo eso le valía un sorbete y llámale a tu gerente. Me acerqué a Afif para decirle, muy polait, que no mamara y que entendiera que con el código de barras es imposible negociar. Tú espérate. Pero abuelo, que tú te esperes dije, jara (el vocablo árabe por excelencia de mi abuelo que sustituía a “guey”, “cabrón”, “tarado” o “hijo de tu pinche madre”, según fuera el caso. Si les contara su significado literal estaríamos hablando de otro post).

Tons llegó el gerente. A ver mano, me dice aquí el joven que cuesta 400 pesos esta mochilita. Sí señor, así es. ¡Pero cómo creee! ¡Esto no cuesta 400 pesos ni en broma! ¡Por favor, yo tengo bodegas en el centor y esta mochila no cuesta 400 pesos de chiste mano! (Mi abuelo no tenía ni un puesto de pepitas en el Metro Pino Suárez, pero sabía perfecto de lo que hablaba. O al menos eso le hacía creer al vendedor, al gerente, y a cualquiera que lo escuchara. Ése era su encanto).

Vinieron dos o tres intercambios de argumentos. En cualquier otra circunstancia, o mejor dicho, con cualquier otro cliente, el gerente tenía tooooodo como para mandar al regateador por un tubo y decirle sabe qué, si no paga los 400 pesos váyase al metro a conseguir otra mochila. Pero el rival era mi abuelo.

Yo no los perdía de mi vista, y por ahí me acerqué para decirle a Afif que ya no insistiera. Volteó a verme con ojos de revólver, y tomó del hombro al gerente antes de alejarse de mi presencia, mi estorbosa presencia. Se fueron 10 minutos mientras yo me hice pendejo baboseando en la tienda. Y volvió mi abuelo.

Vámonos, traete la mochila. ¿Qué? ¿Pagaste los 400 pesos? N’ombre, traetela. Pero… ¡Que te la traigas y vámonos ya, antes de que se arrepientan! Pues vámonos.

De regreso a la casa en su Corsar rojo, me dijo que había pagado 200 pesos. Yo me empecé a reír incrédulo, cuestionándome cómo carajos le había hecho para obtener 50 por ciento de descuento así de la nada, literal, por sus purititos huevos. Ignoro a la fecha si le dio una mordida al gerente, si lo invitó a comer después o si le prometió algún crédito bancario. Lo dudo mucho, pues cualquiera de las anteriores hubiera implicado una pérdida del beneficio… y mi abuelo nunca la perdía.

Así que yo obtuve mi mochila, y Afif una victoria más en el mundo del regateo, que en realidad era la escuela de la vida, en la que él tenía maestría y doctorado, y en la que yo apenas voy en tercero o cuarto de primaría.

Todavía.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Antes que rana...


Odiaba verse en fotos. Siempre dijo que su oreja derecha era más grande que la izquierda. De ahí que la mayoría de sus poses fueran de perfil. Vanidad, terrible y deliciosa vanidad. Si hubiera podido colgar cada noche su cuerpo en un gancho para no arrugarse, lo habría hecho. Un mamador agradable. Claro en sus locuras, claro en su alma. Su carácter, casi siempre con sonrisa, era ligero. Un corcho en el agua.

Lo recuerdo fumando y rompiendo la regla de los baños del Asturiano. Apenas acababa de bañarse y duro, a morder el primer cigarro con la toalla mojada sobre los hombros. Un vicioso que hasta para eso mostraba charming.

Hacía muecas raras y muchas veces se despeinaba a propósito con tal de que las nenas le dijeran que tenía un cabello envidiable. No por nada, una de sus estupideces favoritas era contar que el peluquero le decía constantemente: "¡Cómo le crece el pelo, joven!". Le resultaba gracioso. Y con el tiempo, a mí también.

El último día que David y yo hablamos por teléfono fue el 9 de noviembre. La última vez que nos vimos fue el 6 de junio. La última vez que lloré por él fue esta misma mañana. Y el llanto me viene por cualquier cosa, como recordar que siempre decía "Ulalá" cuando veía pompas esféricas en jeans apropiados.

Podría contar mil anécdotas de mi hermano, pero no puedo ahora. Me he puesto horarios para llorarle, y sé que las noches a solas son el momento indicado. Puedo gesticular el derrumbe y no cuidarme tanto, pero a oscuras esto duele, duele más. El día tiene sus ventajas, las distracciones son reales y abundan, aunque de fondo, no reparan. Soy reacio a aceptar. Extraño a David.

La única vez en que me conmocionaron en el futbol, él ayudó a colocarme en la camilla del modo más cariñosamente cavernícola, él cargó la mitad de ella y él fue el primero del equipo en visitarme. También fue quien me guardó mis zapatos de futbol y la camisa manchada con sangre. Microscópicos detalles de las amistades gigantescas.

Aunque El Terrible presumía que nuestro lazo era de ida y vuelta, para mí él fue un espíritu tutelar que florecía a voluntad y que sabía volar. Un tipo tan iluminado al que hoy le alcanza para hacerme zigzaguear entre lágrimas y risas. Cuando más le estoy llorando es cuando más risa me da recordar sus pendejadas. Por pendejadas se pierde gente, por pendejadas también se mantiene cerca y tibia. (¿Quién gasta una llamada de larga distancia para decir que un renacuajo en proceso de madurez es menos feo que cuando se vuelve rana?). Los verdaderos amigos tienen todo el tiempo del mundo, incluso para perderlo.

Me habría encantado envejecer y caminar alguna noche agarrado de su brazo como dos ancianos que juegan a sobrevivir entre medicamentos. Aunque no podrá ser, al menos me agradezco haberle dado un beso en la mejilla justo en la última tarde en que lo vi. Nunca lo había hecho. Simplemente sucedió.

Si David descansa sobre su sonrisa, estará muy cómodo. Le pido a Dios que así sea, porque muchas veces, y de muy diversos modos, salvó mi vida. Por eso, hoy aviso de la partida de un ser decente, feliz e incandescente. Extraño a mi hermano.

Y sí: el renacuajo que por vanidoso no quiso llegar a rana, tenía la oreja derecha más grande que la izquierda.

Nunca se lo dije.