
Me gusta ser únicamente José Antonio, xosean o Pepe, Toño, Pepetoño, Pepetua, es decir me gusta ser conocido por quien soy no por lo que digo ser.
Esto lo menciono porque si hay una palabrita que me trepana al oirla, sobre todo en la boca del portador del "titulito" es "licenciado".
En este mundo cualquiera es licenciado. Para antiguas madres era el sinónimo de la meta cumplida por el baquetón, que aunque se la pasaba embriagándose en las islas enfrente de Rectoría lograba un diploma, gracias a alguna artimaña escolar.
¿A poco no les tocado conocer a un personaje que se presenta: "licenciado Hipólito López"? Nada más petulante que anteponer tu profesión a tu nombre. O es que sería lo mismo que "Ciclista Lance Armstrong", "Madre de niños de hombres que no conozco Silvia Irabién" o "Freak Político Juanito, para servirle a usted".
Este tipo de piojitos, se empeñan en ser llamados licenciados y por lo consiguiente, también se aferran en decirle licenciado o licenciada a cuanta persona ven con traje o por lo menos con zapatos.
Cabe decir que un licenciado, este tipo de licenciados a los que se les llena la boca con la palabra y orgasmean cuando se las dicen, casi siempre son abogados o intentos de, seres que deambulan por los juzgados, y todo tipo de oficinas gubernamentales, sobre todo en los juzgados, porque ahí, me lo decía un amigo, es como en los mercados, porque en los juzgados todos los hombres se dicen entre sí "licenciado" y en los mercados a todos nos dicen "güero"... ah, se me olvidaba, también en los juzgados todas las mujeres son señoritas, así que si alguna siente alguna nostalgia por su virginidad puede acudir a alguno de estos sitios.
En resumen, conocer a un "licenciado" me inspira a cuidarme la cartera, los tengo clasificados en la gaveta de lo repugnante, entre lo inconfiable. Así cada que alguien me dice "licenciado" aunque sea solamente repitiendo el choteado chiste de los Caquitos de Chespirito, le contesto: "Déjalo en José Antonio, sólo soy José Antonio, no me digas licenciado".