Los pasados 5 años de mi vida han sido completamente inesperados. Nadie vió venir que mi relación marital se desmoronaba como el centro SCOP en el terremoto del '85 o más bien, nadie quiso ver lo evidente, incluso yo misma. Tampoco se vió que me iba decepcionar un trabajo que amaba por sobre todas las cosas y que a raíz de eso me cuestionaría mi estadía en México. Mucho menos que iba a vender todo y salir en el primer avión a Berlín sin hablar gota de alemán. Pero lo que si, nadie de mi familia se imaginaba el dolor insoportable que iba a traer la súbita muerte de mi abuela. Completamente fuera de guardia y sin sentido. Una hora bien, y a la siguiente, se fue. Para siempre. Sin despedida, sin palabras diciendo cúanto nos amó ni dando consejos. Suspiró y el secreto de ser una mujer elegante y segura de sí misma se lo llevó para siempre.
Su nombre era Lucrecia, pero su nombre de cariño era 'Quecha'. Ella era el clásico retrato de una mujer de la época dorada de México, en donde tener una casa con 6 cuartos era algo normal junto con un séquito de 4 sirvientes y que ella no moviera un dedo y se excusara diciendo 'para saber mandar, hay que saber hacer'. Una época en donde estaba permitido presumir a mujeres bellas como si fueran el objeto más preciado que un hombre, como mi abuelo al decir a sus amigos 'A ella, yo la traje', cuando mi abuela cantaba como ruiseñor en las fiestas. Otros momentos, otras épocas. Ella me enseñó el regateo mexicano en el mercado de Tizapán cuando después de un intercambio de ofertas que ni el más pintado broker del NYSE podría superar, terminaba con 'Ni usted ni yo, 15 pesos' y el marchante, derrotado, pero reconociendo que ante semejante contrincante era imposible decía con una sonrisa en la boca '¡Andele pues marchantita! Nomás porque usted siempre me compra'.
Maravillosas experiencias me dejó Quecha y un desconsuelo enorme por no haber estado con ella cuando murió. Han pasado tan sólo 2 meses y no puedo hacerme a la idea de que la próxima vez que pise tierras mexicanas, ella no estará para recibirme con una sonrisa, con un abrazo, con un regalo y un consejo.
Sí, la amé en vida cuanto pude. Sí, le dí momentos de gran felicidad. Sí, la recordaré mientras tenga vida. Pero nadie me va a poder quitar la pena que me embarga al saber que mi maestra de las buenas maneras, de la cocina guerrerense, mi costurera de disfraces y amante de mis textos ya no me acompañará a mi recorrido dominguero por el mercado de la Nápoles y le diga al marchante de los melones 'Ni usted ni yo'.
A veces, la vida no me gusta.
Qué épocas, qué mujer, qué bonito escribiste.
ResponderEliminarCoincido con Chanfle II. El post de la semana.
ResponderEliminarMuchos besos
Oli, gracias por compartir esto con tus lectores, en verdad eres increíble. Me encataría poder plasmar en palabras un tributo a todos mis seres queridos que ya no tengo a mi lado, como lo hiciste con tu amada Quecha. Te acompaño en tu dolor y sí, a mi tampoco me gusta la vida a veces.
ResponderEliminarGrande...enorme entrada. Te abrazo muy fuerte desde Nueva York.
ResponderEliminarNi moda amiga, aunque no nos guste hay que vivirla, con alegrias, tristezas, amarguras, dulzuras, la vida es una y hay que vivirla al máximo, pero tu abue te dejo algo que nada ni nadie te quitara, los recuerdos, y con ellos nos puedes seguir contanto historias maravillosas, a seguir procesando amiga.
ResponderEliminarAmiga. Las personas siguen vivas mientras uno siga hablando de ellas, no dejes de hacerlo. Te quiero. Ale Aleman
ResponderEliminarQue bonito escribes!!!... la vida se vive..asi aunq suene a pleonasmo, y q nos guste depende nada más de ti.
ResponderEliminarat'n:amiga de xosean, que le encanta seguir blogs.
Xosean: We miss you and we love you!!
ResponderEliminarEl tema abuelos, me pega, me llgó esto, pero como te dije por msn, el 80 por ciento de los korovos estamos pasando por fuertes cambios, y tenemos de dos sopas sufrir la vida o tomarla como viene y gozarla. Vamos a gozarla.
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