lunes, 4 de enero de 2010

Las piernas y las sábanas

Scarlett Johansson entre sábanas. ¿A quién se le puede olvidar la imagen de Scarlett Johansson entre sábanas y soledad, antes de conocer a Bill Murray?

A mí no. Y cuando llegas a Tokio sin saber un carajo de japonés, justo antes de descubrir que un porcentaje muy bajo de yapaníses hablan inglés, no hay manera de no pensar en Scarlett y las sábanas, y en que Lost In Translation traduce a la perfección el sentimiento de incomprensión de un occidental promedio a lo que sucede en Tokio.

Porque no es sólo el idioma, sino también el lenguaje escrito, los grafés, los códigos de conducta y comportamiento, las costumbres y la alimentación. Porque yo estaba por pasar 16 días en Tokio, y me tardé 3 en entender que las Lays no eran 'papitas', sino 'camaroncitos' y 'alguitas'. Con razón sabían taaan culero. Y yo que de sushi sólo como el California y el Gohan, pues no solté el McDonald's en una semana.

Entonces decidí callarme el hocico y observar. Observar y observar. Y tomar fotos, un chingo. Comencé a ver Tokio no como extranjero, sino como insider. La gente no es hostil, sino ensimismada. Por las madrugadas, muchas personas se meten al McDonald's a dormir, con la frente en la mesa y abrazando sus mochilas, con el iPod (o similares) en las orejas. Pero cuando están despiertos, como que siempre están alertas, con expresión de ojos en franca contradicción con su morfología.

Los yapaníses de Tokio crean, cuidan y sufren su perfección de ciudad. No hay basura, ni de broma. Nadie cruza en otro lugar que no sea la esquina. En serio, nadie. Impensable que alguien se meta en la fila para ingresar al metro. A diferencia con China, no hay quien cuestione los precios, que son altísimos y esos son. Un policía me regañó por caminar por la calle y no por la banqueta, en un ejercicio inofensivo, en un domingo por la mañana cuando no había ni pajaritos en las ramas.

Tal vez por eso les maraville tanto el Karaoke, el arte de improvisar en un margen musical controlado. Lo peor que puede pasar es que se te salgan 5 gallos en 3 minutos, de ahí no pasa. Porque les cuesta mucho, muchíiiisimo, modificar algo preestablecido. Como cuando me subí de madrugada a un taxi para ir de Nishi-Shinjuku a Ikebukuro, y a medio camino pensé que era mejor ir a cenar por Ichigaya. No hubo poder humano que me ayudara a convencer al conductor que había cambiado de parecer, y me tuve que ir hasta mi destino inicial, pagar, y luego de ahí irme al destino alternativo. Menté madres, hice un coraje terrible, pero así funcionan.

Y así como yo cuento hoy del taxista que fue incapaz de cambiar de destino, seguramente el taxista hoy seguirá contando la anécdota en reuniones, de cuando un latino, seguramente mexicano, tuvo la maldita ocurrencia, imagínense el descaro, ¡de cambiar de opinión! Carajo, qué locura, ¿no?

Tokio me conquistó. Sobre todo la última noche, en Roppongi, donde decidí meterme a cuanto bar me topaba y probar cuanta bebida o placer se me cruzara. Las luces y los colores de noche en Tokio son un afrodisiaco para solitarios que se meten en cabinas a masturbarse, o a cuartitos con paredes de cortinas para recibir masajes en los pies. O bien, en la espalda, con la técnica milenaria de una ejecutante que camina sobre ella para mejores efectos.

Entre árboles dorados y pan dulce tan caro como maravilloso, me acordé una y otra vez de Scarlett y sus sábanas, o de sus piernas entre las sábanas. Y después de eso puedo asegurar que yo sí sé qué le dijo Bill Murray en la escena final de Lost in Translation. Fue lo mismo que pensé día y noche, 16 veces, y no me equivoco.

"Llora entre las sábanas. Estoy enamorado".

4 comentarios:

  1. Uy, ese taxista y yo somos de la misma especie. Qué bueno saber que tengo un alma afin en Tokio.

    ResponderEliminar
  2. mE HAS DEJADO CON UNA IMAGEN FIJA EN LA CABEZA.

    ResponderEliminar
  3. Me transportaste al pasado... tus 16 días se parecen a mis 3 años en Japón. Así viví 1,095 días, y cuando volví a México amé la cálida sonrisa de los maleteros en el aeropuerto, los taxistas platicadores, las banquetas cuarteadas, la posibilidad de estacionarme "tantito" en doble fila, la libertad que permite el desorden latino. Al tiempo, volví a quejarme de nuestras deficiencias, pero sigo sin extrañar la perfección nipona.

    Buenísima tu descripción! Feliz 2010!

    ResponderEliminar
  4. Añoro Japón con toda mi alma...con todo mi ser y mi corazón...fue un momento coyuntural y estructural de mi vida que me hizo lo que soy.

    Y recuerdo un anuncio que decía en el Monte Fuji...'Favor de no jugar tennis o soccer en estos campos'...era imposible porque eran unos peñascos...totally Lost in Translation..

    misss uuuuuuuuuu

    ResponderEliminar