viernes, 21 de agosto de 2009

58 entre 3




En aquéllos remotos y bucólicos tiempos en los que preferíamos una copa de vino a una copa 38C, esa época donde una excursión entre amigos jalaba más que una minifalda, el club de los malhechos decidimos embarcarnos en una aventura de dimensiones transestatales y viajamos a Malinalco sin otro propósito definido que beber, escuchar la música que nos gustaba y escucharnos los unos a los otros, mientras los grados Gay Lussac desnudaban las entrañas de nuestro subconsciente.

Elliot, Simón y yo llegamos a la terminal de Observatorio y nos trepamos al primer expreso a Chalma que encontramos, claro que propiamente armados con una enorme grabadora Sony, de esas con bocinotas, algo así como lo que usaban los negros en el Bronx en la era A.I. (Antes del Ipod). Unos chones, una chamarra y unas calcetas de repuesto componían el equipo de campamento para tan importante expedición.

Dos horas después, en Chalma, tomamos el pesero, un Valiant 80 que nos llevó a afuera de la iglesia de Malinalco donde dispusimos de un par de tlacoyos blancos de haba por cráneo con un Del Valle de toronja comprado en el estanquillo tipo la tienda donde Tizoc le vendía las pieles a su padrino. Acto seguido, en la tienda de la calle contigua, nos abastecimos para el día en el que ya empezaba a pegar el rayo de las dos de la tarde.

La primera propuesta fue dos caguamas por cristiano, pero luego más racionalmente pagamos el debido importe y cargamos con todo un cartón de medias, que al fin como las íbamos a chiquitear, nos durarían hasta la noche cuando saldríamos a rolar por el pueblo en busca del "Inglés" tío de Simón que más bien se parecía al personaje del "Queremos rock" de Héctor Suárez.

Cartón en hombro nos encaminamos a uno de los dos únicos hoteles-posadas que había en el centro del poblado. Rentamos un cuarto con tres camas, y con grabadora y chelas enfilamos hacia el cerro donde está la zona arqueológica.

Antes de llegar a las faldas del cerro, Simón nos indicó el lugar de la reunión: un conjunto de mesas y sillas de cemento ubicadas a la vera de dos alberquitas que hacen de balneario. Como era un martes, no había ni visitantes ni "hoteleros", así que nos sentamos y le dimos volumen a la "gabacha".

De "Los Viejos Vinagres" de Sumo pasamos al "Tarado de cumpleaños" de GIT, hasta que de repente una niñita de unos seis años nos abordó y habló con la tonadita cantada como chismosa que tienen los niños para dar un recado. "Que dice mi mamá que si quieren estar en las albercas tienen que consumir cervezas del refri y pagar un peso cada vez que vayan al baño".

Simón argumentó que con el cartón que teníamos era suficiente, pero yo, que un favor y un desprecio jamás los hago, le contesté: "Dile a tu mamá que con mucho gusto ahorita le compramos unas cervecitas". Total, le dije a Elliot y Simón, le compramos nada más unas dos o tres para que nos deje estar aquí.

La música y la charla existencialista corrió tanto como la cerveza, ese día por alguna extraña razón el momento de éxtasis de la peda nos acompañó por horas, porque no sé si lo han notado, pero la borrachera consta de cuatro grandes estados: primero la vehemente tarea de empedarte, que requiere de ritmo, un gañote receptivo y afable, así como un codo bien aceitado, además del arsenal suficiente para no perder potencia, que es como cuando inflas un globo y si lo descuidas pierdes el camino recorrido; luego viene el soberbio y extático momento de felicidad absoluta donde te sientes jarra, pero estás en total control de tus actos, la chela o el alcohol saben divino y la charla o el baile fluyen como si fueras tan bueno, para hablar como el Ché, o tan bueno para bailar como Milton Gio. Esto dura entre media hora y 90 minutos, no más.

El bajón viene cuando ya de briago comienzas a arrastrar la lengua, el alcohol como que ya no pasa, se seca la boca, tiras los vasos sin querer, la percepción temporo-espacial es totalmente sicodélica y algunos o pelean, lloran, guacarean o caminan como guajolotes sin cabeza.

Finalmente el cuarto estadio del beodo es acostarse haciendo tierra con un pie y despertar con la cruda etílica, de cigarro (la peor) y moral, ese dura todo el día siguiente y es cuando se evoca al filósofo que acuñó aquello de "Dios mío, si en la borrachera te ofendí, en la cruda me sales debiendo".

A nosotros el momento de éxtasis nos duró como cuatro o cinco horas, y obvio las dos o tres chelas que supuestamente le íbamos a comprar a la señora de las albercas se convirtieron en el desabasto total del refri de la Ñora. Simón calcula, no sé cómo porque andaba tan flameado como nosotros, que consumimos nuestras 20 y 38 chelas de la señora.

La garganta de lata de Elliot negociaba la Corona en un sólo intento, y al final del alarde de juego de cañería azotaba el envase contra la mesa, dejando el interior del cristal adornado por gigantescas burbujas que como telarañas ocupaban el espacio de lo que alguna vez fue esa excelsa bebida de moderación.

Por supuesto que después de cada trago de Elliot aplaudíamos a rabiar, porque nosotros cuando más le bajábamos la mitad en un sorbo. La alegría nos llevo a entonar la "Rueda Mágica" con Simón en la voz de Fito Páez, a Elliot como Calamaro y yo, por supuesto como Charly García.

Era diciembre y mientras anochecía, al son de "Los nacidos para perder", mandamos a Elliot por unos cigarros pal frío, pero definitivamente ya habíamos pasado al tercer estado del borracho y tratando de abrir una botella contra el canto de la mesa, le volé toda la boquilla y casi me la llevo a la boca con los vidrios como cuchillos, si no es porque Simón me detuvo.

Elliot tardó como una hora en regresar con la cajetilla que ya sólo traía un pitillo, por lo que en cuanto lo fumé, nos encaminamos al hotel que estaba dos cuadras abajo, en un zig zag, tan simpático como titubeante.

No llevábamos ni 10 metros, cuando Elliot trastabilló y comprobó que el empedrado estaba bien firme. Simón pasó el brazo del desmayado por encima de su hombro y lo llevó a rastras el resto del camino, mientras yo cargaba el cartón con lo que quedaba y los cascos vacíos, y además la grabadora todavía prendida.

Con el buen paso que llevábamos no tardamos en alcanzar a la procesión en la que todo el pueblo iba rezando el "Ora pro nobis" de la posada con velitas, velos en la cabeza de las mujeres, pero como si nada los rebasamos con nuestro "niño dios" a cuestas y el "Nos siguen pegando abajo" de Miguel Ríos a todo lo que daba.

De Dios no nos lincharon, nos veían como anticristos en pleno aquelarre, más cuando en lugar de apenarnos íbamos con la carcajada de borracho que se ríe de nada y de todo.

En el hotel, depositamos el cuerpo de Elliot en un camastro y todavía con pila, mientras le dábamos mate a las bachichas que habían quedado en las botellas, nos dio por mancillar a nuestro colega, pero no piensen que sexualmente, no, pobres pero machines, sino poniéndole una toalla mojada en la cabeza que lo hacía parecer la Madre Teresa de Calcuta. También vaciamos las botellas en las botas del perdido y le echamos otra parte del líquido entre las piernas.

A la mañana siguiente los picotazos de un enjambre de moscos nos hicieron más amargo el despertar y la cruda, pero el pobre Elliot no sabía dónde meterse, porque sentía el pantalón mojado, los calcetines mojados y hasta las botas y pensaba que le había ganado por borrachín.

Los maldosos no pudimos disfrutar mucho de nuestra acción de "alma culera" porque el dueño del hotel casi nos corrió a patadas y en el pueblo camino a regresar los envases, todos nos veían con odio. Llegué a pensar que tendríamos la misma muerte de Ernesto Gómez Cruz en la película "Canoa" y ya veía volar los machetazos, por lo que corriendo nos trepamos en el primer camión que pudimos, pero no nos fijamos y en lugar de llevarnos al DF nos llevó a Toluca y para volver a casa perdimos todo el día.

Elliot nunca se enteró de la maldad y nosotros pagamos con un susto nuestra mala onda. Defitivamente el crimen no paga y el despertar del borracho siempre es amargo.

5 comentarios:

  1. En ese estado, dudo que lo hayan mojado con cerveza... pero en fin...

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  2. Eres el folclor con patas de la secta korovesca, no mames. Qué pinche risa, especialmente con el "Que dice mi mamá que..."

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  3. Lo de la era A.I. es una aportación sociológica exquisita.

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  4. Ay no manis, que hubieras acabado como Gómez Cruz en Canoa, ni pensarlo!! Cada vez que paso por ese tipo de pueblos, me acuerdo de esa escena! Tétrica!!

    Yo tengo una anécdota un poco parecida de la Uni en donde nos fuimos a filmar un corto a Zacualpan...pero puras viejas...qué cosa!!!

    Aplausos...como siempre, este fin de semana me dejas con sabor a México!!

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