lunes, 10 de agosto de 2009

Jugo de amorrrr

Entré a la secundaria con la gran expectativa de cuándo llegaría el día en que besaría por primera vez a una mujer. A lo mucho que había llegado en sexto de primaria era a un par de noviecitas de manita sudada y recaditos enviados a través de terceros que proponía, cuando muy pérfido, comer juntos en el recreo. Totopo entre los totopos.

La mayoría de mi generación de primaria pasó junta a secundaria. Y mis dos objetivos posibles se habían disipado entre la maleza del inhóspito territorio. Una de mis ex novias se pintó el pelo, se subió la falda y fue reclutada por los gandules de cuarto de prepa, y la otra se convirtió en lo peor que a un hombre le puede suceder cuando lo único que pasa por su mente es lo que viene siendo el cochambre: ella se volvió mi mejor amiga. Yiaaagh.

Entonces, mi ansia estaba enclaustrada en las paredes de la frustración. Supeditado a conocer a alguna otra chica en el micromínimo Insistuto Canadiense, pasaba los descansos (que no recreos, porque ya era yo grande) jugando futbol y desahogando la energía en los pases a la red.

Pronto descubrí el enredado tejido social de la escuela. Los de quinto y sexto de prepa ejercían su poder de manera inmisericorde, seleccionando minuciosamente a quienes eran lo suficientemente cool para relacionarse con ellos, y apuñalando con el desprecio a quienes no lo eran (éramos).

Pero entre el rocoso espectro de mamadores que conformaban esa tribu, había dos seres angelicales que sobrepasaban esa frontera de lo inmundo: Samantha y Lucy. La primera, radiante pelirroja de no más de 1.50 de estatura, con el pelo largo y rizado hasta la curva con la que culmina la espalda, y que diario portaba una minifalda escolar digna de los más cínicos escenarios del MTV noventero. La segunda, esbelta morena con voz de garraspera ponzoñosa, reforzada por suculentas pantorrillas que absorbían las miradas hasta del más santurrón. Todos sabíamos que ellas dos gobernaban la escuela con sus contoneos. Paseaban de aquí para allá, con novio o sin novio, y todos les rendíamos pleitesía.

Entre mi calentura y ese eterno afán de buscar las imposibles, yo propiciaba el menor contacto con cualquiera de ellas, en especial con Lucy, aunque fuera el roce pendejo en la tiendita, o el “comper” buscadísimo para pasar a un lugar donde ni siquiera necesitaba llegar.

En la última semana escolar de diciembre de 1994, un día antes de salir de vacaciones, los de quinto y sexto organizaron una pastorela cotorra, con diálogos originales y música de Héroes del Silencio y Pearl Jam. Samantha en el papel de ángel, y Lucy en el de diablita. Por supuesto, fueron la atracción principal de la obra armada improvisadamente en el patio escolar.

En primera fila, detrás de una reja, no perdí detalle del accionar de Lucy. Se movía con harta ligereza, confiadota de sí misma. Digamos que yo era una playa virgen del Caribe, y ella… Revolcadero. Arrancó los aplausos del respetable y yo terminé pior de encantado después de tan arrebatado performance.

Una vez finalizado el numerito, mientras yo permanecía agazapado en una banca escolar flanqueado por dos amigos cuya identidad ya no recuerdo, Lucy pasó en su entallado disfraz corriendo hacia la puerta. Tras cinco meses de desearla, me armé de valor para hacer algo creativo que llamara su atención, algo inolvidable y halagador, un detalle que no pudiera perderse en la multitud. Así, después de pensarlo toda la mañana, sin moverme un milímetro, le grité fuerte y claro:

“¡Lucy!... hola”.

Se detuvo de sopetón y se paró frente a mí con una sonrisa completa. Al menos eso ya era un buen signo: no se había encabronado. Por el contrario, se había tomado la molestia de detenerse y dejarme ver su perfecta figura empotrada en mallones color rojo diablito de pastorela. Si me había quebrado la cabeza para decir “Hola”, desde luego que ya no sabía cuál era la siguiente línea. Entonces, le dejé todo al destino.

Lucy: “¡Hola! ¿Te gustó la obra?”

Chanfle puberto: “Me gustaste tú”.

Toooómala. Salió de botepronto, no la pensé. Fue como la volea que prende el delantero y que se clava en el ángulo para sorpresa misma del artillero. Ella también se sorprendió que tan insolente mocoso, seis años más chico y sin conocerla previamente, se hubiera atrevido a soltarle semejante dardo. De plástico, inofensivo, pero dardo al fin.

Después de unos segundos de incertidumbre y cierta seriedad en ella, volvió a sonreír, pero un grado más perverso. Mi estómago comenzó a revolotear cuando se acercó para poner sus manos en mis rodillas con el afán de apoyarse. Ella se acercó otro poquito, y por primera vez estaba del otro lado de la escena en que el público aplaude porque la actriz se descuida y deja ver un poquito más al inclinarse instintivamente. Tomó vuelo, sonrió aún más y me dijo “¡Gracias!” a una distancia en la que percibí su aliento.

Lo que sucedió a continuación lo sé porque lo sentí, lo sentí… pero por supuesto que no lo vi. Su cara se estrelló contra la mía para darme un beso en la boca. De hechó, no creo que haya podido entrar en la categoría de beso. Fue algo así como un sello, una marca que quiso dejar. Sentí sus labios mojados, y me dejó los míos entre babeados y anestesiados. Ella olía a lujuria (¿o era yo?), y sabía un poco a cigarro y otro poco a saliva viscosona, acidita. En cuanto se despegó siguió corriendo, y me dejó ahí nomás, paladeando su hectoplasma. Puro jugo de amorrrrr.

El resto del día no dejé de sonreír. Desde entonces, cada vez que pasaba junto a ella en los pasillos, se refería a mí como “mi novio” (nota de la redacción: a su novio de verdad le decían Chiquilín. Imagínenlo). Claro está, ese título nobiliario sólo me daba un privilegio: saludarla de beso en el cachete a cada esporádico encuentro. Pero carajo, con eso tenía y me sobraba. Nadie más de mi generación la tocaba. Y conmigo estaba el recuerdo de la primera vez que probé la baba ajena, eso que ahora es primera base pero que entonces era cuadrangular con bases llenas.

La primera vez que dije guácala… qué rico.

9 comentarios:

  1. Ya veremos cómo se va desarrollando el tema en la semana, pero todo parece indicar que el "guácala, qué rico" implica un cierto factor sorpresa que deja la mente en blanco por unos segundos de posibilidad total. Muy interesante.

    Me gustó mucho.

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  2. Ay Chanflito puberto!!! mi primer beso fué cuando tenía 17 con mi actual mariado... imaginateeee!!! y también fue algo así como guacatelas que sabrosito...

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  3. Eso de Guácala no tuvo nada, todo fue qué rico, pero bien escrito.

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  4. aaww juventud divino tesoro!!! De acuerdísimo con Xosean...no fue nada de guácala! jaja!

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  5. no se como llegue aquí pero que chido!, excelente historia.

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  6. Y me pongo de pie... a buscar con qué limpiar el agua que escupí en la carcajada...

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  7. Ay mi vidaaaa q lindo relato!! y... de acuerdo el primer beso es totalmente wakalaaaaa el sentir babas por primera vez en tu boca no es lindo pero q tal que todas las demas sensaciones que te dejan los labios anula el wakala y se vuelve totalmente rico.

    Fabs

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