A lo largo de la vida, he aprendido a reconocer mis virtudes y mis defectos. Eso se lo debo a mi madre, quien a punta de chingadazos y pendejeadas, me ha lo inculcado: no desperdicies tu tiempo en algo que no eres bueno. A otra cosa mariposa.
Entonces, así como puedo saber que soy bueno en eso que viene siendo la reflexión mafufa, ya he podido detectar los campos en los que simplemente apesto. El principal de ellos: la música.
Y no estoy hablando de apreciarla, sino de ejecutarla: jamás podría haber sido músico. Soy malísimo. Poco coordinado, desesperado y francamente anti-melódico. El día que Dios repartió el talento musical yo llegué tarde a la fila y lo que a mí me tocaba se lo llevaron los 4 culeros de Café Tacvba.
Desde chiquito fui una calamidad. Nunca he entendido por qué la SEP decretó que todos los niños de primaria teníamos que tocar la puta flauta. Seguramente algún funcionario tenía un primo productor de flautas en crisis y con ese designio lo salvó de la quiebra, lo hizo millonario, y generaciones y generaciones de niños mexicanos nos tuvimos que chingar intentando tocar tan irrelevante instrumento musical que mejor sirve para jugar a las espaditas y a hacer chistes con explícita connotación sexual.
El caso es que yo jamás pude tocar la pinche flauta. Bueno, sí, alguna vez me aprendí Noche de Paz para pasar Música, en la única vez que me hicieron examen, ya que por algún extraño motivo en quinto y sexto de primaria yo era miembro del coro, a pesar de que siempre he cantado más culero que el guey de Maná y poquito mejor que Paulina Rubio.
En otra ocasión, proseguí con el teclado, para lo cual también resulté una vasca, y lo mejor que pude hacer fue simular que extasiaba a las multitudes mientras se escuchaba el demo de Yamaha con los acordes de Together for Ever de Rick Astley. Cuando llegó la pubertad, comprendí que el Yamaha no era el teclado que debía aprender a tocar…
Pero cuando eres joven y sólo quieres imitar lo primero que ves, no hay orientación suficiente que te detenga de hacer pendejadas, así que conseguí que mi madre me pagara clases de guitarra… y particulares. Así que Víctor, un chavo que seguramente estudiaba música y que sí tenía talento, iba los martes a mi casa a tratar de decirme que el C era Do, y que para tocar Do tenías que poner el dedo tal en la segunda cuerda, el otro por acá y el último hasta arriba, y ahora sí, zúmbale cabrón durante 0.2230 milisegundos para luego cambiar de acorde y que suene exactamente igual, aunque el maestro te diga que no, que hay diferencia por Sí y Sí Sostenido no son lo mismo, aunque sí coinciden con La Bemol porque sus cuerdas invertidas son iguales pero al revés…
Seeeeeh.
Un día decidí decretar que estaba enfermo de la panza, que no se me hinchaban los huevos tomar la clase de guitarra, y que por lo mismo, nunca más intentaría aprender a tocar otro instrumento.
Así, pasaron los años y con ellos llega la templanza y la sabiduría. O al menos, la capacidad de descubrir que hay otras formas distintas a la magia y el dinero para llegar a los objetivos. Como la constancia.
Uno aprende que no necesariamente se tiene que ser un virtuoso para ser bueno en algo. Y así comenzó a irme bien en distintas cosas. Como cuando me metí a la selección de básquet de LaSalle. El día que repartieron el talento también se hizo tarde y mi cuota se la llevaron Michael Jordan y Charles Barkley. Pero nomás por chingarle me hice bueno y hasta el gafete de capitán me dieron (bueno, es un decir, no hay gafete en el básquet, se vería naquísimo así puesto a brazo pelado). O para escribir. No soy ningún Cortázar, ni tengo el talento nato como Miranda Hooker. Pero hilando ideas y ocurrencias me defiendo.
Tengo la espinita de la música muy clavada. Y me la voy a sacar un día de estos, con clases para tocar un instrumento extravagante. Como el saxofón. Estaría muy chingón porque tengo pulmón. Ya como puro hobby, sin la presión de ser niño y sin que sea a huevo, pueque sea bueno tocando el sax. Ya me vi en mi primera clase. Enjundioso, impetuoso y dispuesto, atendiendo las órdenes del maestro: “Toma aire… “ Aaaaaaaaaaaaahhhhp. “Y ahora, sácalo por la boquilla…”.
Del saxofón saldrá un hermoso pedo de dromedario. Y me dirán… sácate de aquí.
En mi escuela torturaban a los niños con "El Condor Pasa"...
ResponderEliminarA tu favor puedo decir que te ví entrándole al Rockband Beatles y lo hiciste bastante bien! Es más cuestión de disfrute que de técnica. Como en todo.
Gracias por la flor :)
Me ví, me ví... en mi caso tuve que 'aprender' Blanca Navidad en la dichosa flauta... me la pasé seis meses haciéndole de mimo en clase porque nomás no pegaba a una sola nota, pero compensaba con estilacho... total, justo cuando estaba por cantar victoria, el mero día del evento me ponen el micrófono enfrente... obviamente nadie escuchó nada, quedamos en último lugar y yo sólo puse una cara de 'Carajo, nos sabotearon el audio' tan convincente, que me salvó de ser linchado.
ResponderEliminarCuanta razòn, yo creoq varios llegamos tarde ala reparticiòn de la mùsica, yo he tomado clases particulares de guitarra y bateria...de hecho estoy por regresar a la bateria...esq uno es necio...pero bien necio, pero eso a veces resulta ser una virtud. me encanta el sax,tambièn lo he pensado tal vez cuando me de por vencida dela bateria... y si necesito un cantante, te aviso!
ResponderEliminarNNK
¿La flauta no era en la Secu? Pues la clase de música siempre me gustó y no le daba mal, igual no vivo de darle a la música sino a la tecla. Creo que escribes bastante bien lo del sax déjaselo a Lisa Simpson y Bill Clinton.
ResponderEliminarOdiaba la flauta dulce o barroca...nosotros tocábamos la 9a de Beethoven...una verdadera mamada. No sé cómo nuestros padres podían estar orgullosos de nosotros. A ver, ¿por qué no piano, violín, guitarra, contrabajo, acordeón? ppfff...pero me hiciste reír como loca eh? jaja!
ResponderEliminarxoxox