Martes. 12:28 horas.
Uno de esos días. Todos los padecemos. Se te enchueca el clavo, se te pierde la arruga de la sonrisa y te tropiezan hasta las hormigas más chaparras. El calor da más calor del esperado y el aire es un cobardón de quinta, ni da bien ni se larga. A medias. El peor de los estados del ser humano.
Asoman las ganas de darle un volteón al reloj y darle un navajazo a la línea del tiempo. Atrasar o adelantar horas, cualquier opción es buena. La noche de ayer o la noche de hoy. Por mucho, las prefiero al ahora. Cuando todos pasan ligeros a tu lado, y tú te sientes pesado, te preguntas: ¿Por qué a mí?, ¿por qué yo?, hoy yo y mañana... ¿quién?
Pero justo en la boquilla del desaliento, el buen Richard, amigo desde hace dos años y chofer de mi jefe, aparece. Me extiende una bolsa, me asomo y veo gajos de azúcar, mis preferidos. No los perdono, ni siquiera en un día jodido.
El buen amigo siempre llega oportuno.
No dura nada el gajo.
Los amigos verdaderos, como dices siempre llegan en el momento ideal. Tienen ese instinto.
ResponderEliminarYO IGUAL QUE TU: CON UN DULCE ME PONEN DE BUENAS.
ResponderEliminarYa sé de cuales hablas y amo esos gajos
ResponderEliminarAsí como fan, fan de los "gajos de azúcar" no lo creo, a los cuatro meses nunca te he visto comer uno ni sé qué son... ¿me explicas?
ResponderEliminarMmm. gajos para el desdén
ResponderEliminarSabes que cuentas conmigo, no matter what
ResponderEliminarSiempre hay días mejores, eso hay que pensar aunque te vaya bien.
ResponderEliminar