No cualquiera puede ejecutar con gracia el arte de regatear. Se necesita antes que nada seguridad en uno mismo, un objetivo claro, y saber perfectamente cuál es el margen de maniobra. Lo que viene siendo el colmillo, ése que tenía largo y retorcido mi abuelo Afif.
Mi abuelo no estudió una carrera ni heredó algún próspero negocio familiar. Vivió de sus relaciones personales y de su habilidad para conseguir cosas, ya fueran bisnes, dinero, permisos o una esposa. Por el contrario, yo, educado bajo el mainstream del caminito tradicional, nunca he podido concebir una supervivencia de esa manera, y mucho menos de chavito, cuando vives protegido por todos lados.
Comenzando algún ciclo escolar, por ahí de tercero o cuarto de primaria, le comenté a mi abuelo que mi mochila ya estaba pa’mearla, y que me urgía otra si no quería que yo llegara a la escuela con una bolsa del mandado, so riesgo de que me putearan a la entrada del salón.
Entonces fuimos a una tienda de mochilas ubicada en Félix Cuevas, justo al lado de Banca Cremi, donde él trabajaba, para conseguir alguna mochila que me gustara. La situación económica de mi abuelo nunca fue boyante y muchas veces precaria, pero una de sus más grandes muestras de cariño fue hacernos creer, invariablemente, que todo estaba bien. Así que nunca me decía que no.
Llegamos a la tienda y le puse el ojo a una mochila roja. No era la de los Supersónicos, pero tampoco un bulto de cemento. Si mis memorias no me fallan, costaba 400 pesos. ¿Ésta?, me preguntó Afif como advirtiendo el último tren porque iba a comenzar la negociación. Sí, ésa. Pues voy que te quedó jabón.
Para mi abuelo no existía precio definitivo. Libanés de nacimiento, traía el regateo, el jaloneo, el estirayafloja a flor de piel, y siempre tenía la convicción de poder conseguir un beneficio extra. Tomó el vendedor del hombro y le dijo: ¿Cuánto cuesta esto, hijo? 400 pesos, señor. No no, ya, cuánto cuesta, lo menos. Señor, esto es una tienda, cuesta 400 pesos. No no, a mí no me vas a hablar así, llámale a tu gerente.
Increíblemente, yo estaba del lado del vendedor. Tenía razón, era una tienda, no el mercado como para negociar el precio del jitomate. Pero a mi abuelo eso le valía un sorbete y llámale a tu gerente. Me acerqué a Afif para decirle, muy polait, que no mamara y que entendiera que con el código de barras es imposible negociar. Tú espérate. Pero abuelo, que tú te esperes dije, jara (el vocablo árabe por excelencia de mi abuelo que sustituía a “guey”, “cabrón”, “tarado” o “hijo de tu pinche madre”, según fuera el caso. Si les contara su significado literal estaríamos hablando de otro post).
Tons llegó el gerente. A ver mano, me dice aquí el joven que cuesta 400 pesos esta mochilita. Sí señor, así es. ¡Pero cómo creee! ¡Esto no cuesta 400 pesos ni en broma! ¡Por favor, yo tengo bodegas en el centor y esta mochila no cuesta 400 pesos de chiste mano! (Mi abuelo no tenía ni un puesto de pepitas en el Metro Pino Suárez, pero sabía perfecto de lo que hablaba. O al menos eso le hacía creer al vendedor, al gerente, y a cualquiera que lo escuchara. Ése era su encanto).
Vinieron dos o tres intercambios de argumentos. En cualquier otra circunstancia, o mejor dicho, con cualquier otro cliente, el gerente tenía tooooodo como para mandar al regateador por un tubo y decirle sabe qué, si no paga los 400 pesos váyase al metro a conseguir otra mochila. Pero el rival era mi abuelo.
Yo no los perdía de mi vista, y por ahí me acerqué para decirle a Afif que ya no insistiera. Volteó a verme con ojos de revólver, y tomó del hombro al gerente antes de alejarse de mi presencia, mi estorbosa presencia. Se fueron 10 minutos mientras yo me hice pendejo baboseando en la tienda. Y volvió mi abuelo.
Vámonos, traete la mochila. ¿Qué? ¿Pagaste los 400 pesos? N’ombre, traetela. Pero… ¡Que te la traigas y vámonos ya, antes de que se arrepientan! Pues vámonos.
De regreso a la casa en su Corsar rojo, me dijo que había pagado 200 pesos. Yo me empecé a reír incrédulo, cuestionándome cómo carajos le había hecho para obtener 50 por ciento de descuento así de la nada, literal, por sus purititos huevos. Ignoro a la fecha si le dio una mordida al gerente, si lo invitó a comer después o si le prometió algún crédito bancario. Lo dudo mucho, pues cualquiera de las anteriores hubiera implicado una pérdida del beneficio… y mi abuelo nunca la perdía.
Así que yo obtuve mi mochila, y Afif una victoria más en el mundo del regateo, que en realidad era la escuela de la vida, en la que él tenía maestría y doctorado, y en la que yo apenas voy en tercero o cuarto de primaría.
Todavía.
Es cierto eso que dices: habemos quienes nos apegamos a los caminos pavimentados, creyendo que ahi está la seguridad.
ResponderEliminarIr por la vida sabiendo negociar y regatear es saber que nada es definitivo ni absoluto, que es posible hacer que el viento sople a favor. Es una posición esperanzada y flexible, qué falta hace en estas épocas.
Todo puede estar bien. No es una mentira ni un cuentito. Es cuestión de óptica y fe. Qué fortuna la tuya de aprenderlo de alguien a quien quisiste, y te quiso tanto.
Mi papá igual regatea mucho y me apenaba que lo haga, pero es un símbolo de los tiempos, de la gente que no se conforma con lo que le dicen o le dan. Nosotros somos crédulos, conformistas y poco aguerridos.
ResponderEliminarEl regateo es un arte y bien por tu abuelo, porque en estos tiempos, uno tendría que aprender a negociar más y dejar de pagar por pagar.
ResponderEliminarBueno, el regateo si puede verse como un arte y supongo que no tiene nada de malo vivir asi.
ResponderEliminarPero cuando un cliente me sale con que le haga un descuento, que mi trabajo se puede ver desde otro punto de vista, que en su barrio varios chavos hacen lo mismo... Le recomiendo que regrese a su barrio y pode y deje muuyyyy bello toditito su arbol genealogico.
el que persevera
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Huy... cómo recuerdo los '¿Y lo menos, lo menos?' '¿Y ya con ganas para que me lo lleve?' '¿Y si me llevo dos?'... sí... been there, done that...
ResponderEliminarppfff, yo soy la máster del regateo de igual manera...es un arte que mi Santa abuela me heredó y que ahora acá en Berlín, le gente espera regatear contigo...conseguí en IKEA un mueblecito por 4 euros...es cosa de ser perseverante, nada más....amo a los abuelos!!
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