lunes, 19 de octubre de 2009

¡Aplausos!

Me encanta viajar en avión.

Me encanta, y me puede recontracagar que de unos años a la fecha, ha dejado de ser una actividad exclusiva para convertirse en el nuevo autobús. Recuerdo que hasta hace una década, maomenos, treparte a un avión era símbolo de caché. Se subía a un avión el que podía pagar hartos millones, y por lo mismo, la experiencia propia era en la mayoría de los casos, placentera. Los precios eran altísimos, y por lo mismo, sólo se utilizaba un avión cuando era estrictamente necesario, al menos desde la perspectiva de esa tribu llamada clasemedia mexicana.

Ahora, cualquier pelado tiene en mano un pase de abordar. Y cuando digo cualquier pelado, me incluyo, por supuesto. Ahora el que prefiere irse a Acapulco en autobús en vez de en avión es un pasguato, porque por precio ya es casi lo mismo, y en relación costo-beneficio por el tiempo y desgaste que te ahorras, sale mucho mejor. Las líneas de bajo presupuesto abrieron el mercado de pasajeros aéreos, pero no fue de gratis. Todas las compañías han tratado de economizar para compensar lo que le bajaron a los boletos, y ahora poco falta para que te cobren por ir a mear. Unos ya ni bebidas te sirven, por lo que experiencias como la de mi hermano desquiciando a una azafata se extinguirán poco a poco.

Aquella vez, llegó el carrito y nos preguntaron qué queríamos de tomar. ¿De qué tiene jugos?, preguntó el idiota de Rodrigo. “De naranja, toronja y manzana”. ¿De qué? “Naranja, toronja y manzana”. ¿No tiene de uva? “Señor… naranja, toronja y manzana”. Mmm ok, pues una coca por favor. (Ni al caso la anécdota, pero la quería contar jaja).

El caso es que hay dos rituales que sigo religiosamente cuando me voy a trepar a un avión. Y uno de ellos es recibir el despegue de la nave… con los ojos cerrados.

No me dan miedo los aviones, para nada. De hecho, disfruto la turbulencia. Pero cada vez que estoy en un avión que alza el vuelo, cierro los ojos porque la sensación es divina, y casi siempre me quedo dormido. No sé qué sucede, no sé qué origina mi manía, pero es un “must” en mi viaje. Revoloteo mi estómago y la parte posterior de mi cabeza es masajeada por fantasías varias. A veces despierto cuando ya están paseando los chamacos de aquí pallá, o cuando rolan los miserables cacahuates. El trance puede durar 5 minutos o 3 horas, pero sucede.

Ahora bien, el otro ritual que acompaña al de despegar con los ojos cerrados es tan castroso que ha desatado infinitas polémicas en diversos círculos sociales: su servidor, al más puro estilo de Nosotros los Gómez meets Aarón Abasolo, aplaude cuando aterriza el avión.

Sí. Pin-che na-co, jaja.

Esto, cabe aclarar, sólo sucede cuando voy acompañado, porque el propósito del segundo ritual es hacer que hierva la sangre de mi compañero en turno, particularmente del propio Rodrigo o de HMI, con toda su clase al viajar. Me encanta porque, inevitablemente, al menos 3 o 4 pasajeros se convierten en comparsas de la ridiculez, y ellos sí, por guarra convicción, terminan aplaudiendo también mientras yo me pitorreo y mi acompañante esconde la cabeza en la bolsa de vomitar.

Me critican bajo el paupérrimo argumento de que ¿para qué aplaudo?, si el piloto no me escucha (o sea, como aplaudir en el cine cuando acaba la película), o incluso porque ni siquiera debe haber un gesto de agradecimiento porque ésa es su labor (sería como aplaudirle a la cajera de Superama cuando terminó de pasar mis artículos, jaja).

Pero yo aplaudo y las bases me siguen. Recuerdo en particular cuando viajamos de regreso de Vallarta, con el Gordo, Samer, Veco, Melo y Dani, quienes habían criticado mi moción en el vuelo de ida. Pero como nos sudó horrendo al tratar de aterrizar en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, cuando me arranqué con las palmas, todo el avión se unió en una estruendosa ovación, y la banda no tuvo otra más que también apludir. ¿Ah verdad, putos?

Mis rituales de vuelo son emocionantes. Se los recomiendo ampliamente, no sean tímidos, sé que lo desean. Practíquenlos, con los ojos cerrados.

6 comentarios:

  1. Lo de cerrar los ojos se entiende... pero eso el aplauso... nomás no... o sea, ¿le aplaudes al bolero tras la abrillantada... al cajero tras la cobrada... o al mesero tras la cuenta... o la masajista al fina...? ejem.. nah... yo no le aplaudo a los pilotos... salvo que aterricen en el Hudson salvado a todos los pasajeros...

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  2. Yo también me la paso con los ojos cerrados en el avión, pero porque tengo un problema en el oido y me mareo toditito el viaje.

    Siempre que vuelo voy pendiente de quién es la finísima persona que aplaude en el aterrizaje. Tienes hordas de seguidores, invítalos a que comenten en el Korova.

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  3. Una vez aplaudí en un avión porque venáimso de San Luis Potosí y se venía desarmando el cacharro de aeromar donde íbamos, luego caímos como en barrena. Aterrizar fue como volver a nacer. Pero eso de hacerlo siempre sí me parece me parece muy folclórico y mira que yo no soy precisamente el conde de Austria.

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  4. Ahora vas a decir que la vez aquella en que cubriste el Veracruz vs. América y regresaste con apendicitis, cerraste los ojos por el masaje en la parte posterior de la cabeza.

    Supongo que tambien vas a decir que aplaudiste como desesperado cuando Anahí de RBD se bajo del avion.

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  5. Qué buen post, pero el comment de Toño es priceless......

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  6. jajaja!! Los amoooo a todos por sus comentarios!! jajaja, el Conde de Austriaaaa!!! y lo de la masajista, bueno...ni se diga...

    Chingaos, por eso vivimos en un país libre para que guarros como tú hagan de las suyas!!! jajaja! ;o))) No es cierto mi Britney!!! Se te extraña y se te quiere mucho!

    Muy buen post, me hizo reír mucho y con este clima, mira que lo necesito!

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