Me encanta la Navidad y más ahora que me encuentro en un lugar en donde se confunden el cielo blanco con los techos cubiertos de nieve, sin darle oportunidad a que ningún otro color interfiera en mi romance visual. El lunes estaba esperando el tren y comenzó a nevar de una manera tan delicada y sutil, como si estuviera cayendo algodón del cielo. Y por primera vez, ví un copo de nieve en mi dedo y me sorprendió la forma tan única y perfecta que tiene. Ya he pasado algunas navidades en lugares donde nieva, pero nunca me habia tomado la molestia de ver nevar, ni mucho menos, de ver un copo de nieve con detenimiento. Y de repente, me vino a la mente todo lo que he pasado para estar en este preciso momento, en este preciso lugar, viendo un copito de nieve.
Y las Navidades son especialistas en hacerte recordar momentos que estaban en el cajón del lado derecho del hipotálamo inferior, en donde se encuentran los recuerdos que, precisamente no queremos traer a la mente. Tal vez son dolorosos, tal vez no lo son; puede ser que sean de la niñez o de la adolescencia. Pero siempre me atacan y algunos 'nuevos' aparecen, mis recuerdos no son redundantes en este sentido. Pero, ¿de qué me acuerdo? De situaciones que a veces no las considero que me hubieran marcado en la vida, pero entonces, ¿por qué las recuerdo? Pa' saber. Esta Navidad me acordé de un recuerdo muy muy particular de mi niñez.
En mi casa, Santa Claus era de rigor y con grandes regalos. Ser hija única tiene sus ventajas en eso... aunque no tenía con quién jugar, bueno, tenía los juguetes. Y me acordé en especial, de una cocinita que me trajo Santa Mami que tenía unas parrillitas y un horno ¡de verdad! En la casa teníamos 2 hornos y por alguna estúpida razón, ninguno de los dos servía, no me pregunten porqué. Pero los 12 años que viví en San Ángel, nunca sirvieron. Creo que ya tenían 2 años sin servir cuando nací, o sea, échenle cuentas. Este regalo fue algo sin precedentes para mí. me sentí realizada como 'mujer' y la emoción de hacer galletas de verdad, me invadía de manera increíble.
Este hornito venía con una masita especial que la mezclabas con lechita, le echabas no sé qué más madres y listo, tenías tus galletas. Pues me puse manos a la obra e hice las galletitas redonditas, hermosas. Las metí al horno e impaciente, como siempre he sido, estaba enfrente del vidrio del horno para ver cómo se hacían y en ese momento por algo que no recuerdo, me separé del horno y subí a mi cuarto. No habían pasado ni dos minutos cuando la casa se invadió de un olor tan, pero tan peculiar. No era el clásico olor a galletita de jengibre o de chocolate. Todavía no sé esa mezcla que me dieron qué traía. Mis ojos brillaron, mi corazón estaba como caballo desbocado. Bajé corriendo las escaleras a la cocina y mis galletas estaban más que listas, de un color dorado y de una consistencia perfecta, infantil, deliciosa. Y ese sentimiento de orgullo, de tranquilidad, de logro personal es incomparable. Ese olor me pegó en la mente después de casi 28 años en una estación de tren de un país que está, literal, del otro lado del mundo de donde ocurrió este hecho. Es increíble la mente.
Y me acordé de mi abuelita que cocinaba con gran esmero y dedicación; de la vomitada de mi tío Beto en un bote de ropa sucia, razón por la que no probé el bacalo en casi 20 años; las pláticas de mi mamá y mis tíos sobre política y de libros; de mi tío Víctor que se cayó de las escaleras del sótano por pedotas; de los primos que tomábamos las sobras de la sidra y jugábamos a estar borrachos; del intercambio que hubo una vez y que mi tía Lidia me regaló mis primeras tarjetas de presentación color rosa y amarilla con un conejito... y la vida tiene caminos misteriosos. Mi abuela ya no está físicamente, mi tío Beto se fue a vivir a Monterrey, mi tío Víctor se divorció de mi Tía Lidia, ya los primos no nos vemos, ya no hay intercambios entre la familia y yo ya no estoy en México.
Si, la vida sigue y hay nuevas historias que contar, nueva vida que vivir. Pero estos recuerdos que nos hacen lo que somos nos asaltan de repente en estas fechas. La Navidad... such a treacherous thing...
Y un nuevo agradecimiento por tu amistad.
ResponderEliminarMe imaginé perfecto el vertiginoso flashback desde la estación del tren saliendo hacia el cielo en toma tipo google earth llegando a México y luego girando el mundo en reversa para llegar a hace 10 años cuando eras un niña. Maravilloso relato.
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