jueves, 10 de diciembre de 2009

Lo que más dolió


Hubo un tiempo en que fui John Jefferson, receptor de los Cargadores de San Diego. Dan Fouts era mi amigo Federico Robles, montañés sin barba, pero que con su 1.88 de estatura a los 14 años tenía el brazo suficiente para ponerme pases entre los números.

Nuestro Jack Murphy era el estacionamiento de la Comercial Mexicana de Pilares, claro, en el tiempo en que en lugar de ese Starbucks donde "disparan" cafés con triple shot a cuanto testigo protegido se presenta, había un puesto de jugos.

Ese campo de asfalto era un elefante blanco que jamás se llenaba, no había tanta gente la minoría tenía coche, por lo que extensas parcelas llenas de topes amarillos quedaban desiertas.

Fouts y Jefferson, Federico et moi, éramos el azote del "Chori" y el "Micky" que nos retaban al tocho 2x2. Mi velocidad y manos de artista eran mucha carne para la perra y me regodeaba en festejar touchdowns con el clásico "destapando la cerveza", brinco con choque de traseros o el consabido azotón de balón en las diagonales.

Pero como a los verdaderos Cargadores, la historia nos tenía, en particular al burlón de mí (Jefferson) un escarmiento.

Apenas segundo cuarto del partido perdíamos por uno, pero con el balón en cuarta oportunidad salgo en trayectoria larga. El "Chori" con sus piernas de 30 centímetros rápidamente me ve alejarme como Bri ve caer su cabello, poco a poco pero irremediablemente, el brazo de Fouts-Federico, engolosinado por lo solo que me vio suelta la bomba. Mis piernas eran un par de pistones y mi vista clavada en el balón; estire los brazos, pero luego los encogí un poco cuando vi que mis pasos me iban a dar holgura en la atrapada.

Una sonrisa me cambió el gesto, con ese los empatábamos y segurito luego vendrían otros dos o tres para rematar y humillar. El gato ya tenía el ratón en la boca, la gorda estaba a punto de cantar, pero no contaba con uno de esos mudos topes amarillos que inoportunamente cometería la interferencia de pase con un burdo tropezón.

Una vez que mi pie tocó el tope, mis brazos se fueron abajo, mi nariz al frente y en vuelo tipo antorcha humana crucé la entrada del estacionamiento que hacía de zona de anotación. La distancia recorrida, quizás unos cuatro o cinco metros en el aire, la pude medir después porque en ese momento, cual Concorde, sentí que iba directo a París.

El problema fue el aterrizaje. No hubo dolor, por lo menos no en ese momento. Fueron tres tiempos: primero contacto con rebote, segundo contacto con barrida, y tercero, cachetazo salvaje. La pantalla se fue a negros en lo que me pareció había sido una eternidad, un fade-in abrupto y un fede-back mareado.

Aquél tendón que todos poseemos y que se activa propulsado por la vergüenza cada vez que azotamos y que nos hace pararnos como resorte, no se activó. Me besó el Diablo y sólo atiné a ponerme las manos en la frente. Al abrir los ojos las caras del "Chori" el "Mickey" y Federico-Fouts me escrutaban y como el Chavo del Ocho, agitaban la mano derecha mientras decían, supongo que para tratar de hacer sentir bien: "Tsssssssssssss, ¡qué chingadazo!", "Utaaaaaaaaa, no maaaaaaaaaaaaaames, quedaste pa'billetero".

Dos minutos después y cinco centímetros de crecimiento por hinchazón de mi pómulo derecho, Federico-Fouts se acordó que éramos partners y corrió al Burger Boy, que ahora es Burger King, (donde acribillan a comensales atravesando a balazos el vidrio) y trajo una bolsa de hielo.

Diez minutos más tarde me incorporé ayudado por los tres y me percaté que el pantalón de mezcilla estaba roto a la altura de la rodilla derecha y también a la altura de la bolsa justo donde tenemos ese huesito cosquilludo de la cadera. Mi playera negra de Metallica también se rasgó en el hombro y mi sangre brotaba en cada una de los hoyos de mi ropa, el envés de mi mano derecha, mi mejilla y mi pómulo.

"El Camellito" de "Nosotros los Pobres" se veía guapo junto a lo que quedó de mí tras el tremendo arrastrón y el dolor me obligo a invertir como media hora para llegar de cojito al metro División del Norte, para irme a mi casa, pero lo que más me dolió fue la sorna del "Chori" cuando me dijo: "¿Qué? ¿ya no le vamos a seguir? Pues entonces les ganamos, suerte a la otra, chavos, se les agradece".

Definitivamente cuando caes duele más la burla que el golpe.

5 comentarios:

  1. Antes de ser Starbucks era una bodega de la Cómer, que mi jefa me la manejaba como "La Casa de Santa Claus". Hazme el chingado favor. Años más tarde aprendí ahí a manejar en el Súper Chanfle, así como tú aprendiste a (no) ser Kellen Winslow.

    Ahora matan. Chale.

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  2. Luego, en plenos noventas, se convirtió en un Blockbuster, el primero que conocí.

    Me imaginé perfecto la reacción de los compañeros y tu cojeo hasta el metro división, que por lo menos, te tomó unas seis cuadras.

    ¿Qué dijo tu mamá de la ropa?

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  3. No manches! Sé perfecto de qué tipo de vergüenza me hablas...a mí me pegaron en la cara cuando estaba en la secundaria con un balón de voleibol...en pleno descanso...los maricahis callaron y yo sólo dije 'bola de nacos' les aventé la pelota y me fui...a chillar obvio, al baño...ay manitooo, cómo han pasado los años!!
    Gracias por las flores BTW...somos un crisol de entretenimiento!
    Besos!

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  4. Querida Miranda, la madre de cuatro niños salvajes de los años 80 estaba acostumbrada a vernos llegar llenos de sangre y con la ropa rota. Pero ese día en particular no creía la versión de la caída estaba seguro que me había peleado, parecía Edwin Rosario tras la paliza que le puso JC Chávez. Y sí, Olis, pena caerte y que te vean.

    xosean

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  5. De nuevo risas muchas con el nombre compuesto por Fouts, el célebre Montañés.

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