En Buenos Aires hay 3 certezas: la fiesta no termina, las chicas son hermosas y los taxistas manejan de la chingada.
En el 2006, acudí a la capital argentina junto con HMI, Bobby y DanTheMan. Pasé con ellos lo que ha sido una de las 3 mejores vacaciones de mi vida. Un desmadre tremendo, nos la pasamos de boliche en boliche (allá los antros son boliches, y los boliches son bolos), tragando como cavernícolas, y sobre todo, riéndonos de cuanta cosa nos sucedía.
Y entre tantos rubros a recordar de la aventura, está el de los taxistas. Ah puta madre, ¡qué malos son! Los argentinos en Argentina son unos campeones: amables, hospitalarios, platicadores y serviciales. Pero los pinches taxistas quieren ser todo en uno y entonces abarcan mucho y aprietan poco. Son una especie rarísima. Son como los tíos platicadores que te agarran en una reunión y ya no te sueltan hasta que no terminan de contarte la última anécdota de "cuando estaban chavos, mano".
El primero que recuerdo nos lo topamos afuera del Opera Bay, un antro cuyo día de auge es el miércoles (nosotros llegamos en martes). A las 4 am ya moría la noche y decidimos irnos al Asia de Cuba, a ver qué tal estaba. Y para ir para allá tomamos dos taxis. HMI y yo nos trepamos a uno que ya calentaba motores, y nosotros no sospechamos la calaña de tipo que estaba al volante. Al Asia de Cuba, por favooooooooo.... No habíamos terminado de decir la 'r' cuando el cabrón éste ya se había arrancado para tomar el liderato de una carrera que sólo el corría, y en la que no tenía pensado entrar a pits. Curva tras curva aumentaba la velocidad, y nosotros entre pedos y mareados no sabíamos qué hacer. ¡Cálmate pinche Fangio, bájale de huevos!, atinó a gritar mi carnal pero aquel ni se inmutó. Afortunadamente el antro estaba cerca y llegamos con vida.
Al otro día compartimos la anécdota con otro compañero taxista que nos llevó a la Recoleta, pero el guey estaba tan interesado en el cuento, que se le olvidaba voltear al frente. Yo iba de copiloto, y nomás veía cómo el pendejo pensaba que el retrovisor estaba en los asientos traseros. ¡Voltea chingada madre!, pensaba nada más, aunque ganas de gritárselo no me faltaban. A los 10 minutos de trayecto voltee y muy polait les dije a mis comparsas, bueno, basta de charlitas y platicamos llegando.
De regreso ese día, nos trepamos a otro taxi, uno futbolero. En Buenos Aires, Argentina. Era de Boca. Puuuuuuts. Nomás dijimos la palabra mágica y aquel se soltó desglosando el esquema táctico de Bianchi. Bueno hubiera sido que se quedara en la alineación, pero el boludo se soltó con los movimientos, que porqué sacaba a Traverso, que Palermo era inamovible, que Serna era un inmortal y que la afición lo bancaba (bancar es soportar). Hasta ahí no había problema mayor que la hueva de la clavadez del cabrón, pero a Bobby, ingenuo en temas deportivos, se le ocurrió cuestionar su pasión, que porqué se apasionaban tanto o algo así preguntó. Molesto, encabritado, el tipo se enojó, aceleró, cambió de carril echando lámina y nos botó en el indignado. Ustedes no entienden. Y ps no, no entendimos.
Llevábamos casi una semana en Buenos Aires, cuando tomamos otro taxi mientras buscábamos unas máquinas que le encargó su papá a HMI. Ahuevados después de mucho alcohol, a alguien se le ocurrió preguntar por un restaurante bueno de carne. Esto es, cabe recalcar, tan tonto como preguntar por unos buenos tacos en México. Y bueno. Aquel se arrancó: "Pipo, vayan a Pipo. Ahí está Pipo y atiende Pipo. Es más, vashan ustedes y preguntan por Pipo y los atiende Pipo". Yo nomás por chingar, ¿quién? "¡Pipo! Pipo y le shaman Pipo. El restaurante se shama Pipo". Y así todo el camino. Al final, no fuimos a Pipo.
Nuestra venganza contra los taxistas llegó de regreso en ese mismo trayecto. Traíamos un chiste local en el que brincábamos que vez que alguien decía Salta, pues así se llamaba una provincia que hasta el cansancio nos recomendaban visitar. Cada vez que preguntábamos en la calle por Salta, fuera cual fuera la situación, debíamos brincar, aunque la gente se nos quedara viendo por tarados. El colmo fue en ese último trayecto en el que le preguntamos al taxista: "Oiga, usted conoce Salta (¡)?... "Claaaaaro, sho soy de Salta (¡). Salta (¡) es una provincia lindísima, tiene los mejores paisajes Salta (¡), hay muchos paquetes para ir a Salta (¡), ah, y la capital de Salta (¡) es Salta (¡)". El compañero éste terminó aturdido, pero nunca nos cuestionó la estupidez.
En las horas finales de nuestro viaje, se nos ocurrió tomar un camión, pero no fue ni la mitad de divertido. Aquí una estampa representativa del viaje (noten porfavor la jotería del Gordo):
En el 2006, acudí a la capital argentina junto con HMI, Bobby y DanTheMan. Pasé con ellos lo que ha sido una de las 3 mejores vacaciones de mi vida. Un desmadre tremendo, nos la pasamos de boliche en boliche (allá los antros son boliches, y los boliches son bolos), tragando como cavernícolas, y sobre todo, riéndonos de cuanta cosa nos sucedía.
Y entre tantos rubros a recordar de la aventura, está el de los taxistas. Ah puta madre, ¡qué malos son! Los argentinos en Argentina son unos campeones: amables, hospitalarios, platicadores y serviciales. Pero los pinches taxistas quieren ser todo en uno y entonces abarcan mucho y aprietan poco. Son una especie rarísima. Son como los tíos platicadores que te agarran en una reunión y ya no te sueltan hasta que no terminan de contarte la última anécdota de "cuando estaban chavos, mano".
El primero que recuerdo nos lo topamos afuera del Opera Bay, un antro cuyo día de auge es el miércoles (nosotros llegamos en martes). A las 4 am ya moría la noche y decidimos irnos al Asia de Cuba, a ver qué tal estaba. Y para ir para allá tomamos dos taxis. HMI y yo nos trepamos a uno que ya calentaba motores, y nosotros no sospechamos la calaña de tipo que estaba al volante. Al Asia de Cuba, por favooooooooo.... No habíamos terminado de decir la 'r' cuando el cabrón éste ya se había arrancado para tomar el liderato de una carrera que sólo el corría, y en la que no tenía pensado entrar a pits. Curva tras curva aumentaba la velocidad, y nosotros entre pedos y mareados no sabíamos qué hacer. ¡Cálmate pinche Fangio, bájale de huevos!, atinó a gritar mi carnal pero aquel ni se inmutó. Afortunadamente el antro estaba cerca y llegamos con vida.
Al otro día compartimos la anécdota con otro compañero taxista que nos llevó a la Recoleta, pero el guey estaba tan interesado en el cuento, que se le olvidaba voltear al frente. Yo iba de copiloto, y nomás veía cómo el pendejo pensaba que el retrovisor estaba en los asientos traseros. ¡Voltea chingada madre!, pensaba nada más, aunque ganas de gritárselo no me faltaban. A los 10 minutos de trayecto voltee y muy polait les dije a mis comparsas, bueno, basta de charlitas y platicamos llegando.
De regreso ese día, nos trepamos a otro taxi, uno futbolero. En Buenos Aires, Argentina. Era de Boca. Puuuuuuts. Nomás dijimos la palabra mágica y aquel se soltó desglosando el esquema táctico de Bianchi. Bueno hubiera sido que se quedara en la alineación, pero el boludo se soltó con los movimientos, que porqué sacaba a Traverso, que Palermo era inamovible, que Serna era un inmortal y que la afición lo bancaba (bancar es soportar). Hasta ahí no había problema mayor que la hueva de la clavadez del cabrón, pero a Bobby, ingenuo en temas deportivos, se le ocurrió cuestionar su pasión, que porqué se apasionaban tanto o algo así preguntó. Molesto, encabritado, el tipo se enojó, aceleró, cambió de carril echando lámina y nos botó en el indignado. Ustedes no entienden. Y ps no, no entendimos.
Llevábamos casi una semana en Buenos Aires, cuando tomamos otro taxi mientras buscábamos unas máquinas que le encargó su papá a HMI. Ahuevados después de mucho alcohol, a alguien se le ocurrió preguntar por un restaurante bueno de carne. Esto es, cabe recalcar, tan tonto como preguntar por unos buenos tacos en México. Y bueno. Aquel se arrancó: "Pipo, vayan a Pipo. Ahí está Pipo y atiende Pipo. Es más, vashan ustedes y preguntan por Pipo y los atiende Pipo". Yo nomás por chingar, ¿quién? "¡Pipo! Pipo y le shaman Pipo. El restaurante se shama Pipo". Y así todo el camino. Al final, no fuimos a Pipo.
Nuestra venganza contra los taxistas llegó de regreso en ese mismo trayecto. Traíamos un chiste local en el que brincábamos que vez que alguien decía Salta, pues así se llamaba una provincia que hasta el cansancio nos recomendaban visitar. Cada vez que preguntábamos en la calle por Salta, fuera cual fuera la situación, debíamos brincar, aunque la gente se nos quedara viendo por tarados. El colmo fue en ese último trayecto en el que le preguntamos al taxista: "Oiga, usted conoce Salta (¡)?... "Claaaaaro, sho soy de Salta (¡). Salta (¡) es una provincia lindísima, tiene los mejores paisajes Salta (¡), hay muchos paquetes para ir a Salta (¡), ah, y la capital de Salta (¡) es Salta (¡)". El compañero éste terminó aturdido, pero nunca nos cuestionó la estupidez.
En las horas finales de nuestro viaje, se nos ocurrió tomar un camión, pero no fue ni la mitad de divertido. Aquí una estampa representativa del viaje (noten porfavor la jotería del Gordo):
w4
yo que me sentía original con mi super historia de cierto taxista argentino.
ResponderEliminarY bueno.
Jajajajaj Salta, me cagué de la risa horas... Salta(!) jajajajajaa
ResponderEliminarEl Asia de Cuba!!! yo también fui aventado en ese lugar por un taxista muy malo en un taxi SIN ESPEJOS (nos dimos cuenta a medio camino, que no fueron más de 5 minutos desde Palermol...) Un gusto leerte, como siempre.
ResponderEliminarPfff, te está dando un besito el Gordits de Pillullits? jaja...qué cuarteto de hombres tan charming y guapos caray!
ResponderEliminarTe digo, hay de todoooo